Errante en la sombra, vuelve Barnatán
[caption id="attachment_854" width="500"] Marcos Ricardo Barnatán[/caption]
Reaparece Marcos-Ricardo Barnatán (Buenos Aires, 1946) con un delicioso y muy literario libro de relatos –algunos ya publicados en dispersión- titulado Errante en la sombra (El Desvelo Ediciones). El escritor, siempre propenso al humor y a la autoparodia, juguetea y coquetea con la letra de Alfredo Le Pera para el tango Volver, de Carlos Gardel, acaso ironizando sobre su trayectoria y su regreso a las librerías. No es la única cita procedente de la llamada "cultura popular" que hay en el libro –se recuerda el bolero Prisionero del mar-, pródigo, además, en referencias a escritores y personajes históricos.
Nueve relatos (estampas, viñetas, evocaciones) componen Errante en la sombra. En los cinco primeros, tal vez alusivos a su propia formación cultural, Barnatán convoca, entre otros, a Napoleón, prisionero en Santa Elena, a Kafka –quizás parafraseando su personal relación con su padre- y a un gorrón Thomas de Quincey mientras escribe Los últimos días de Emmanuel Kant.
En los cuatro últimos, Barnatán tira de su memoria para evocar su infancia, su miedo al agua, un frustrante verano campestre en El Escorial y una angustiosa y divertida peripecia como viajero de avión. El humor, conectado a la melancolía apacible, a la nostalgia y a cierto estoicismo, asoma por doquier con sello inconfundible, como inconfundible es el carácter culto de la escritura de Barnatán, inseparable de su muy medida y lustrosa creación verbal.
Poeta, novelista, crítico polivalente, articulista y biógrafo de Jorge Luis Borges, Barnatán glosa una fotografía en la que aparece de muy niño con sus abuelos: "En esta foto, fundacional de los veranos de la infancia, están algunos de los elementos evocadores de una época despreocupada y feliz, en la que alrededor del mar y la playa giraban tres largos meses de libertad. No había colegio ni deberes, se disfrutaba del cariño relajado de los abuelos y tíos, y los primos mayores nos conjurábamos en juegos y fantásticas fabulaciones. A esa playa llevé mis primeras lecturas y bajo ese toldo pasé de ser un maravillado lector de Salgari y Julio Verne, para leer a Camus, a Sartre y a Cortázar, para admirar a Whitman y a Neruda. Y hay un verano en el que surgió el fuego de un primer poema, quemante como el carnal crepitar del sexo descubierto".
¿Quién dijo nostalgia? Los largos y cálidos veranos de la infancia y de la juventud son fundacionales de la vida, tiempo de forja y de tránsito hacia una primera madurez que, en el caso de los futuros buenos lectores, también se refleja en un natural cambio de gustos literarios. Es un privilegio poder recordar veranos, agostos felices.