¿Cómo ser hombre?, se pregunta Moehringer
[caption id="attachment_1203" width="560"] J.R. Moehringer[/caption]
He leído El campeón ha vuelto gracias al admirable Joan de Sagarra, que lo recomendaba en uno de sus estupendos artículos, entre whisky y habano, de La Vanguardia. No conozco (todavía) El bar de las grandes esperanzas, otro libro de J.R. Moehringer (Nueva York, 1964), al parecer igualmente excelente, que, por lo visto, guarda perfecta conexión con las principales obsesiones y preocupaciones del periodista y escritor norteamericano: la familia, la figura del padre, la identidad, la masculinidad. Tampoco he leído Open, las memorias del tenista André Agassi, editadas también por Duomo y elaboradas por Moehringer, aunque ahora comprendo los elogios que recibió ese libro.
Con traducción de Juanjo Estrella, El campeón ha vuelto se apunta el tanto de contar con un prólogo de Moehringer escrito expresamente para la edición española y en el que el autor casi le hace parte del trabajo al crítico. Dice: “Al leer hoy El campeón ha vuelto, me sorprende lo lleno que está de todas las cosas que me importaban en aquella época, cosas que al parecer me importaban desde que había nacido. Padres e hijos. Ganadores y perdedores. Realidad y ficción. Masculinidad, valor, cuestiones de identidad. Y, cómo no, el laberíntico rumbo del periodismo. Casi tanto como sobre lo demás, El campeón ha vuelto es una historia sobre la escritura”.
Bien cierto. Escritura en primera persona, experiencial, basada en la indagación, la investigación y la encuesta, muy norteamericana en su débil frontera entre el periodismo y la literatura, precisa, económica y resolutiva en el manejo de los datos imprescindibles y de las notas de color que dan entidad a los personajes, a los ambientes y a las ideas. De frase corta, párrafo breve y diálogo suficiente y expresivo.
El libro parte de un artículo que una compañera de redacción, en 1997, le sugirió hacer a Moehringer, sabedora de su hartazgo y crisis ante un periodismo cada vez más superficial y rápido. Se trataba de localizar a Bob Satterfield, un gran boxeador de los años 40 y 50 –había peleado con figuras como Rocky Marciano y JakeLaMotta-, y se había evaporado, tal vez en la indigencia y en el anonimato. Rod Lurie dirigió en 2007 El último asalto, con Samuel L. Jackson, una película basada en el artículo original que Moehringer publicó en Los Angeles Times Magazine y que, según queda claro en su prólogo, no fue de su agrado.
Moehringer indaga, viaja y encuentra a un tipo que se hace llamar Campeón, un indigente de la calle pegado a un carrito con algunos enseres, mugriento y deteriorado, que responde perfectamente a las características de Satterfield y que está en condiciones de recordar al detalle su vida y sus hazañas boxísticas, menguadas por la fragilidad de su mandíbula de cristal.
Pero –y habrá que dejarlo aquí- a los jefes de redacción de Moehringer les surgen las dudas. ¿Es Satterfield ese tipo que dice ser Satterfield o es un impostor? Muchos dicen que Satterfield ha muerto. Moehringer deberá seguir hablando con él y con otros para conocer la verdad e intentar contarla.
[caption id="attachment_1188" width="560"] Fotograma de El último asalto, protagonizada por Samuel L. Jackson[/caption]
El campeón ha vuelto es, desde luego, también un libro sobre el boxeo, que para Moehringer es una metáfora de la vida. Es, por tanto, un libro sobre la vida, sobre sus meandros y toboganes, sobre sus victorias y derrotas. Hay ya mucha buena literatura sobre el boxeo –literatura de riesgo para sus autores, según Moehringer-, y el escritor cita de pasada a Hemingway, Cannon, Liebling y Carol Oates, pero no sabemos por qué prescinde de Schulberg, Mailer, Talese, Lardner, Algren o Gardner, entre otros autores de libros importantes sobre el boxeo y los boxeadores. Bueno, el libro de Moehringer no es, ni de lejos, un tratado, de modo que la erudición y el balance no están entre sus obligaciones.
Moehringer compara su obsesión por encontrar a Satterfield con la obsesión del capitán Ahab por capturar a la ballena Moby Dick en la novela de Herman Melville. Tal comparación puede parecer pomposa y exagerada –y quizás lo sea-, pero se comprende mejor cuando el escritor va aclarando que ve en el boxeador a un trasunto de su padre, que lo abandonó en su más tierna infancia.
La masculinidad, la virilidad, la hombría. Moehringer va repitiendo la importancia de estos conceptos hasta llamar poderosamente la atención del lector, pues tales categorías no son de curso frecuente en la literatura actual.
Y, por fin, llega este párrafo atronador, que encierra el sentido más íntimo y esencial del libro: “Como hombre necesitas que alguien te instruya en las verdades masculinas. Tu primera opción es tu padre, pero si éste te falla, te buscas a otro. Si no tienes cuidado, esa búsqueda se apodera de tu mente y cualquiera se convierte en candidato, desde un vagabundo a un boxeador muerto. Si no tienes cuidado y además tienes mala suerte, esa búsqueda te devora. El doble te devora”.
El doble. Al fin (pág.82) aparece otro de los grandes temas de este libro tan rico en sugerencias. Pero, claro, lo gordo es ese requerimiento de la figura paterna como instructora de las “verdades masculinas”. Sería una sandez presumir que Moehringer pueda estar refiriéndose al machismo, a la fuerza, a valores patriarcales, al autoritarismo, en fin, a la caricatura en la que ha devenido la masculinidad o, si se prefiere, las condiciones del ser hombre, del ser varón. Moehringer se pregunta ímplícitamente en qué consiste ser hombre, quién es el modelo, cuál es el aprendizaje y las cualidades específicas –si es que son admitidas- de ser hombre y, cabe deducir, no ser mujer. La persistencia de Moehringer en este asunto sorprende y, si en la esfera social este tema no está muy a la vista, apuntemos aquí que tampoco lo está en la narrativa, donde –en relación siempre con la vida- fue crucial desde la más remota antigüedad.