'Hermanos', drama musical de Carmelo Samonà
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Una vieja casa familiar, espaciosa, abundante en habitaciones y pasillos, resto de una vida familiar numerosa y confortable ya desaparecida. Vestigios de muebles y objetos de valor relegados. Atmósfera de abandono y vacío. Dos hermanos varones, uno cuida del otro en todas sus necesidades. El hermano socorrido presenta trastornos psicológicos severos, que están pidiendo un hospital siempre aplazado. El hermano que día y noche atiende física y espiritualmente al discapacitado inventa y desarrolla juegos, rituales, reglas, representaciones, fabulaciones y viajes imaginarios compartidos. Sobre todo ello establece minuciosos protocolos y hace señalizaciones y balances. Los dos hermanos realizan medidas y conflictivas salidas a la calle, a pasear, a un parque. Son convenientes. Pero prima el clima de claustrofobia, de encierro en soledad.
El hispanista siciliano Carmelo Samonà (1926-1990), reputado experto en el Siglo de Oro y en la literatura e historia de nuestro país, hijo y hermano de muy relevantes arquitectos, publicó Hermanos, la primera de sus dos únicas novelas, en 1978, en la prestigiosa editorial turinesa Einaudi. Con tintes autobiográficos, al parecer, el libro fue aclamado por la crítica como obra de extraordinaria singularidad. Ahora lo publica Elba con una excelente traducción de Carmen Artal.
Hacía mucho tiempo que no me sentía tan subyugado por la lectura de una novela experimentando indiferencia hacia su trama. Desde las primeras líneas, he permanecido cautivo de su escritura, de su lenguaje. Eso significa, desde luego, que también me he incorporado como prisionero, como testigo incómodo y privilegiado, a la casa. Varias páginas después he comprendido que mi interés por la novela no iba a depender de la evolución de los acontecimientos narrados, que se van repitiendo con variantes mediante una estructura musical y con la dramática musicalidad de las palabras. Los lectores de la novela nos convertimos en voyeurs de lo que en ella sucede, nos implicamos emocionalmente aunque el relato tenga un marcado sesgo intelectual y nos sentimos amenazados –como si fuéramos a sufrir efectos colaterales– con lo que acontece en esa casa. Avistando situaciones límites, temiendo explosiones y graves quebrantos. Aun así, ya digo, no es la trama lo que nos retiene, sino la hipnótica seducción de un lenguaje, de un fraseo y de un ritmo que nos empujan a un abismo interior, a un doliente paisaje de nuestra propia alma.
Entre los dos hermanos se configuran relaciones de poder, de control y de rebeldía. Pugnas, pactos. Coincidencias y grietas. Cercanía y alejamiento. Amor y odio. Armonías y rupturas. ¿Es la historia de dos hermanos?, ¿hay transferencias de ida y vuelta entre la cordura de uno y la locura del otro? ¿Son dos espejos colocados frente a frente? ¿Cabe que uno se esté inventando al otro? ¿Cabe que uno sea el doble del otro?, ¿que sean el creador y su muy imperfecta criatura? ¿Está metaforizando la novela cualquier relación de pareja?, ¿o una relación entre grupos o clases sociales diversos? ¿O, incluso, la lucha de San Jorge y el dragón de todo empeño artístico? ¿O la pelea entre principios opuestos que es cualquier vida, la vida como representación de un combate entre antagónicos antes de la muerte? Todo es posible.
Leamos: “Al mirar a mi hermano mientras come, se viste o anda atareado en torno a sus excrementos, tengo la impresión de asistir a un condenando que esté eludiendo el patíbulo en demanda de continuos, angustiosos aplazamientos. Yo soy según la ocasión el confesor, el abogado defensor, el verdugo, un rey proclive a conceder la gracia o inflexible en negarla. Represento estos papeles introduciendo, por lo general, fragmentos de mi propia lengua: le incito con palabras amables o ácidas, acepto que me meta la comida en la boca y a continuación detengo bruscamente su mano, le recuerdo que hay que comer para vivir, vestirse para protegerse del frío, corro tras él por las habitaciones y le convenzo para que vuelva a la cocina y se siente de nuevo frente a mí. Pero muchas veces me veo obligado a constatar la insuficiencia de estos procedimientos”.
Aunque al leer una novela sea normal oír voces, las voces del narrador y de los personajes, lo que suele primar es visualizar lo que ese narrador nos cuenta. En Hermanos, novela obsesiva y, en cierto modo, obsesionante, lo que sucede es que, merced a su escritura, se nos mete dentro de la cabeza una voz, la voz del narrador, y la escuchamos como música en nuestro interior. Ir leyendo esta novela, es ir escuchándola. Es escuchar una voz hasta hacerla propia. Miedo.