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Tengo una cita por Manuel Hidalgo

Apocalipsis o cuando el tiempo es plazo

14 enero, 2019 12:42

Quienes fuimos educados, durante más de diez años, en un colegio religioso y asistimos con regularidad a la misa dominical, con sus lecturas, y a otras liturgias, no guardamos ningún recuerdo detallado sobre “el” Apocalipsis. A diferencia de los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas y un puñado de personajes y episodios bíblicos (seleccionados y filtrados, eso sí), encuadrados en lo que se llamaba Historia Sagrada, “el” Apocalipsis quedó fuera de nuestra formación y de nuestro conocimiento con la excepción de algunos ingredientes incorporados a la cultura general (los famosos cuatro jinetes) y de un par o tres de ideas: que este mundo tendría un final tremebundo sin fecha prevista, que Dios vendría para juzgar a los vivos y a los muertos y que ese final y ese juicio serían el comienzo propiamente dicho de la eternidad, en la que los “buenos” gozarían y los “malos” sufrirían sin límites. Y ya (más o menos).

Hemos ido sabiendo, también más o menos, que la Iglesia Católica dudó durante siglos si reconocer “el” Apocalipsis como libro del Nuevo Testamento, canónico y de directa inspiración divina, cuyos detalles, por tanto, debían ser aceptados por todos los creyentes como contenido inexcusable de su fe. La lectura de los terribles, sangrientos y, en fin, abrumadores acontecimientos que el libro narra hace más que comprensible (por decir algo) dicha duda y también que su estudio se siga escamoteando a niños y adultos.

Abada Editores publica ahora una formidable edición de Apocalipsis –sin el artículo determinado, una edición bilingüe en griego –idioma en el que fue escrito el libro y castellano. La traducción es del filósofo Patxi Lanceros y está acompañada de un suficiente y esclarecedor conjunto de notas y referencias bibliográficas, que evitan aturdir con el exceso. El volumen está ilustrado a color con las veintiséis magníficas imágenes que el taller del pintor y grabador alemán Lucas Cranach (1472-1532) hizo para la traducción del mismo libro realizada por su amigo Martin Lutero (1483-1546), dato a tener en cuenta.

Digamos que, sean cuales fueren las creencias de cada cual, los veintidós capítulos de Apocalipsis pueden leerse como uno de los relatos fantásticos y de horror más apabullantes e imaginativos de la historia de la literatura. Tanto el contexto histórico (bélico, político y, en amplio sentido, milenarista) como sus antecedentes literarios y culturales ayudan (con la contribución imprescindible de los comentarios de Lanceros) a intentar entender y desentrañar un texto plagado de símbolos, de emblemas poéticos, de criaturas monstruosas y de sucesos abracadabrantes.

Estoy tardando mucho en decir que el principal e ineludible atractivo de esta edición –ya que el libro novotestatementario está por ahí al alcance de cualquiera– reside en la introducción, en el inicial estudio de setenta páginas escrito por Patxi Lanceros con una impecable y precisa prosa, con una claridad portentosa y con abundante información sobre el origen, la autoría, el contexto, los precedentes, la naturaleza, las claves, el contenido, la interpretación y la influencia en la historia de la cultura (y en general) de Apocalipsis.

lustración de Cranach incluida en esta edición

lustración de Cranach incluida en esta edición

Dos observaciones. En la portada no se menciona al autor de Apocalipsis, libro que conocemos como atribuido al apóstol San Juan. O a Juan, a secas, como prefieran. Lanceros informa que el libro fue escrito entre los años 95 y 96 de nuestra era, en algún lugar de Asia Menor (la isla de Patmos, puede ser), pero resume las dudas razonables existentes para atribuir su autoría al apóstol Juan (o a otros autores que han sido considerados).

La segunda observación viene sugerida desde el “a modo” de subtítulo que ya aparece en portada y que es objeto de la primera nota de Lanceros: Apocalipsis –se dice– o Libro de la Revelación. Lanceros aclara –es importantísimo y no todo el mundo lo sabe– que “apocalipsis no significa final, ni catástrofe, sino, precisamente, “revelación”: que no es sólo revelación del fin(al), sino del completo decurso del tiempo o, más bien, de los tiempos, es decir, del completo plan divino”.

Este libro profético –otra de sus características– fue escrito –eso dice el propio Juan al comienzo– a partir de lo que su autor escuchó y vio en Patmos, a partir de una experiencia audiovisual, como señala Lanceros con rigor. Y a partir, digo yo, de una extraordinaria y organizadísima memoria para registrar los innumerables detalles de lo oído y de lo visto. Escribe Juan: “…Me arrebató el espíritu en el día del señor, y escuché tras de mí una voz potente, como de trompeta, diciendo: “Escribe lo que ves en un libro y envíalo a las siete asambleas…” (la cursiva es mía).

Bueno, además de la primera trompeta, ya aparece aquí, nada más empezar, el siete, número simbólico fundamental (aunque no el único) del libro: siete iglesias, siete trompetas, siete sellos, siete visiones, siete plagas, siete copas…

Como será fácil de comprender y admitir, no es posible entrar aquí en el desentrañamiento de Apocalipsis o Libro de la Revelación, que lleva dos mil años, como quien dice, siendo objeto de análisis y glosas. Quería recomendar su lectura, subrayando que la introducción y las notas de Patxi Lanceros a la edición de Abada hacen que la ocasión la pinten calva.

Lanceros arranca su estudio con esta magnífica sentencia: “La inminencia del fin, segura o supuesta, modifica la experiencia del tiempo”. Y, un poco más adelante, escribe –lean con atención– este brillante y reverberante párrafo: “El fin inminente –sea el que atañe a una tarea o un trabajo, a una vida, a un proceso político- convierte el tiempo en plazo: no línea (si es que esa figura geométrica resultara adecuada para “dibujar” el tiempo), indefinida o infinita, sino ya segmento, clausurado por un punto final, tal vez por el “día del juicio”, que es el instante del vencimiento, el momento de la verdad, el momento en el que se piden, y se han de dar, cuentas. Con la vida puesta en el día decisivo, o ante el momento de la verdad, del cómputo o de la recapitulación, no valen distracciones o dispersiones. Por el contrario, la expectativa cualifica cada instante, que no puede ser ignorado, dilapidado o perdido; también lleva la experiencia a un grado máximo de tensión”.

Como verá el lector, en esta perla (o diamante) se percibe al filósofo y al escritor que es Patxi Lanceros. Hay varias más en el texto y, como ésta, son independientes del contenido literario y religioso del libro y contribuyen a iluminar y activar nuestro pensamiento.    

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