En la Edad Moderna muchos artistas de renombre vivían en castillos o palacios, pero no como señores sino como pintores de cámara, es decir, como parte de la servidumbre o, si se prefiere, de la Corte de nobles y reyes. Leonardo da Vinci vivió durante muchos años en el Castillo Sforza, en Milán, Velázquez tuvo taller en el Alcázar de Madrid, Simon Vouet, Quentin de la Tour y hasta Jacques-Louis David, pintor de la Revolución, se alojaron en el Louvre. Desde el Renacimiento, no obstante, los artistas aspiraban a otro estatus social, distinto al de los artesanos que trabajaban con sus manos: sólo como intelectuales podían pretender situarse en el mismo plano que la nobleza. El primero que logró plenamente llevar una vida aristocrática fue Rubens, que sumaba a su reconocimiento internacional como artista sus éxitos como diplomático. Y también fue el primero (que yo sepa) que se compró un castillo, en 1635. Het Steen, en Elewijt, es una fortaleza del siglo XIV transformada por el pintor en una confortable residencia de verano que frecuentó durante sus cinco últimos años de vida y que pintó en un par de ocasiones. Hoy se alquila para celebrar bodas.

Het Steen



Pero saltemos a la Edad Contemporánea, dejando atrás casos sin duda muy interesantes en la escalada social del artista para llegar al momento en que éste no busca ya tanto ese reconocimiento mundano (que también) cuanto la “excepcionalidad”, el alejamiento de las convenciones en lo que se refiere a la vivienda y al espacio de trabajo que en este caso va casi siempre vinculado al éxito económico. También es verdad que hasta hace no mucho los castillos, sobre todo los más ruinosos, no eran tan caros (en comparación con un chalet de lujo, por ejemplo) por lo que un artista no tenía que ser desorbitadamente rico para adquirir uno.



Entre uno y otro modelo, el del artista castellano por estatus social o por estatus económico, se situaría Henri de Toulousse Lautrec, pero es que él era conde. Su infancia transcurrió en varias residencias, entre ellas el Château du Bosc y el Château de Celeyran. Su madre compró en 1883 el Château de Malromé, del siglo XVI, donde realizó numerosas estancias y donde murió en 1901.



Château de Malromé

Maurice Utrillo vivió a partir de 1923 en el Château Saint-Bernard, que compró André Utter, el compañero de su madre, la también pintora Suzanne Valadon, con el producto de las ventas de los cuadros del primero. Situado en la orilla del río Saône, desde allí continuó Utrillo pintando los paisajes y las calles de Montmartre a partir de postales o de memoria. Cuando en 1938 se casó con una actriz de la Comédie Française se trasladó con ella a Vésinet, en un entorno más burgués.

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Château Saint-Bernard

Por esos mismos años, en 1930, Picasso compró el primero de sus castillos, el de Boisgeloup. Se trataba de una construcción del siglo XVIII (más palacio que castillo) cercana al pueblo de Gisors, al noroeste de París, en el que tuvo hasta 1936 su más fructífero taller de escultura, instalado en los viejos establos. En Boisgeloup, donde habían veraneado los hermanos Goncourt cuando eran niños, se desarrollan las grandes cabezas y las formas redondeadas en formas pictóricas y escultóricas en las que se ha visto el eco de su relación con la jovencísima Marie-Thérèse Walters. Además, montó un taller de grabado donde realizó importantes experimentaciones. Hoy aloja un pequeño museo sobre Picasso, L'Atelier du sculpteur, en el espacio del taller.

Château de Boisgeloup (fotografía de Brassai)

Más de tres décadas después, casi ya octogenario, se instaló en el Château de Vauvenargues, cerca de Aix-en-Provence y de la Montagne Sainte-Victoire. Éste si era un auténtico castillo, de mucho abolengo. Se construyó sobre lo que había sido un fuerte romano y fue sede de los condes de Provenza y del arzobispado de Aix ya en el siglo XIII. En el siglo XVII fue transformado por el marqués de Vauvenargues y aún sufrió otras modificaciones posteriores. Picasso Picasso vivió en él entre 1959 y 1962 y, aunque no murieron allí, él y su última esposa, Jacqueline, están enterrados en el jardín. Sigue siendo propiedad de la familia Picasso.



Château de Vauvenargues



Antes que Picasso, el primer artista español en instalarse en un castillo fue, por lo que sé, Ignacio Zuloaga. Y no es imposible que Picasso conociera la “conquista” de éste y quisiera emularlo, pues Zuloaga era el artista español con más éxito social y económico en París. El Castillo de Pedraza es uno de los más antiguos de Europa, con vestigios romanos, visigodos y árabes. En él vivió nada menos Abderramán III, así como varios reyes castellano leoneses durante la Edad Media. Tomado por Enrique IV de Trastámara, fue después sede de los Condestables de Castilla y prisión de los hijos de Franciso I de Francia. Cuando Zuloaga lo compró en 1925 estaba casi en ruinas. Lo restauró en parte para acondicionar una casa de vacaciones y un taller. Hoy pertenece a la familia de Zuloaga y es museo a él dedicado.



Castillo de Pedraza

Tampoco es difícil que otro triunfador internacional, Salvador Dalí, supiese de la decisión de Zuloaga. En 1969 compró para Gala el Castillo de Púbol, que ya estaba en pie en el siglo XI pero que data, en sus estructuras principales, de los siglos XIV y XV, cuando fue residencia de los barones de Púbol. Lo restauraron intentando mantener la arquitectura original y conservando el aspecto ruinoso en el exterior. En 1984 pasó a ser el último taller de Salvador Dalí y el mausoleo para su mujer. Como no podía ser de otra manera, Dalí lo trató como un gran escenario con pinturas murales, arquitecturas fingidas y antigüedades. Pero frente a la disneyficación del Teatre-Museo en Figueres, Púbol mantiene un carácter más privado y relativamente austero.



Castillo de Púbol


En 1970 Pablo Palazuelo se hizo con el Castillo de Monroy por 750.000 pesetas. Nunca vivió en él (tenía una casa en el pueblo) pero lo restauró a conciencia con su hermano, arquitecto, y adaptó como taller una zona en la que trabajaría durante largas temporadas a partir de 1974 y hasta mediados de los ochenta. En él realizó, entre otras obras, la magnífica serie titulada Monroy. Parece que en los noventa, cuando ya iba poco por allí, pensó en crear una fundación con sede en el castillo que lo abriera al público, pero nunca lo llevó a cabo.



Castillo de Monroy
Entre los “castillos de artista” alemanes el más conocido es seguramente el de Georg Baselizt. Schloss Derneburg tiene mil años de historia; en el siglo XII fue bastión del Margrave Herman II von Winzenburg, vasallo y asesino de Burchard I von Locum. Pasó a continuación al obispado de Hildesheim y fue durante unos siete siglos monasterio para varias órdenes religiosas. Tras los vaivenes de la época napoleónica fue transformado en residencia privada de Ernst Muenster, pintor y coleccionista de arte y antigüedades que adaptó la iglesia como espacio expositivo y creó un jardín de estilo inglés. Baselitz, que lo compró en 1974, vivió y trabajó en el castillo durante 32 años, hasta que la vendió a Andrew Hall, directivo bancario amante del arte que se hizo también con parte de la colección del artista.



Schloss Derneburg





Los tiempos han cambiado. No es ya tan fácil hacer lo que uno quiera en un castillo. Que se lo cuenten a Wim Delvoye, que compró en 2008 por 2,2 millones de euros el Kasteel de Bueren en Melle (Bélgica), del siglo XVI, y lo puso en venta en junio de este año por 700.000, con la condición de que el comprador se haga cargo de todos los procesos abiertos y las multas en las que ha incurrido por infracciones de la normativa de patrimonio y de medioambiente. También le salió mal la compra en subasta por 3,3 millones, sólo unos meses después, de Corroy-le-Château, uno de los más impresionantes castillos de Bélgica, construido por el conde de Vianden en el siglo XIII y muy bien conservado (perteneció a los condes de Nassau durante siglos). Poco después lo revendió a los anteriores propietarios, los marqueses de Trazegnies, tras comprobar que tampoco allí obtenía los permisos necesarios. Tuvo un proyecto para organizar simultáneamente en sus dos castillos una exposición para la que pediría a famosos arquitectos que diseñaran nidos para pájaros y dio a Ai Weiwei carta blanca para hacer lo que le pidiera el cuerpo en Melle. Ahora dice que se va a ir del país. Que se venga para España. Aquí, será por castillos... Y los árboles y los parques se maltratan impunemente. Les cuento pronto lo que han hecho con la Isla de las Esculturas de Pontevedra.



Kasteel de Bueren





Corroy-le-Château





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