Vista de uno de los stands de la Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo de Madrid. Foto: Libris

Vista de uno de los stands de la Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo de Madrid. Foto: Libris

Entre dos aguas por José Manuel Sánchez Ron Entre dos aguas

Libros y vidas ocultas: las huellas de un pasado borroso

Publicada
Actualizada

He estado en la Feria de Otoño del Libro Viejo y Antiguo de Madrid (hasta el 13 de octubre). Raras veces falto a ella o a la que se celebra en mayo. Voy con pocas esperanzas, pues mis intereses, libros de física, matemática o historia de la ciencia, publicados fuera de España, no suelen aparecer.

De ciencia son frecuentes los de medicina, farmacia, o ciencias naturales, en castellano. Sucede esto porque España no ha sido el país de la física ni de las matemáticas, y los historiadores de la ciencia pocas veces han abandonado el cercano terruño de la ciencia española.

No quiero decir, por supuesto, que, independientemente de la importancia o no de sus logros, esta historia no merezca atención -yo mismo he contribuido algo a esta-, pero limitarse a ella no ayuda a comprender bien ni a la ciencia ni a nuestro país. Aprovecho para decir que me parece una grave limitación que el Premio Nacional de Historia, que se otorga anualmente, sea únicamente para obras que traten de la historia de España.

Aunque no tenga muchas esperanzas de encontrar obras que se ajusten a mis intereses, no puedo sino agradecer la existencia de estas ferias. Considero a estos libreros y libreras, personas que se esfuerzan por salvar una parte de la cultura que sin ellos -y sin las bibliotecas, las buenas bibliotecas, que no todas lo son- se dirigiría, ¿se dirige?, al olvido y a la destrucción. Sin embargo, ocasionalmente encuentro algo propio a mis gustos. Recuerdo especialmente dos de las ocasiones en la que esto sucedió. La segunda este año.

Poco visible en una estantería, asomaba la portada de un número de una revista que conocía por referencias, y a la que nunca había podido acceder: Russell: the Journal of the Bertrand Russell Archives. Allí estaban unos cuantos números de la primera serie (comenzó a publicarse en 1971), y todos, salvo los de un año, de la segunda serie, desde el primero (verano de 1981) hasta el volumen 15 (invierno de 1995-1996).

¡Cuánta información estoy encontrando en los muchos artículos que contiene! Información sobre mi admirado Bertrand Russell (1872-1970), quien, aunque no con la amplitud que se merece, sobrevive todavía en el recuerdo editorial: aún continúan publicándose algunos libros suyos, pero sólo los de carácter más general, no los más importantes, los de filosofía de la matemática.

También su fascinante autobiografía; fascinante aunque la escribiese con cierta rapidez y algo de descuido porque necesitaba dinero. Solo por cómo comienza su "prólogo" merece la pena salvarla de olvido: "Tres pasiones simples, pero irresistiblemente fuertes, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda de conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas pasiones me han llevado, como grandes vendavales, de aquí para allá, por un caprichoso camino, a través de un profundo océano de angustia, llegando al mismo borde de la desesperación".

De la búsqueda de conocimiento decía: "He deseado comprender el corazón de los hombres. He deseado saber por qué brillan las estrellas. Y he tratado de comprender el poder pitagórico mediante el cual el número domina el flujo".

E inmediatamente añadía: "Amor y conocimiento me transportaron, tanto como fue posible, hacia los cielos. Pero la piedad siempre me trajo de regreso a la tierra. Reverberan en mi corazón ecos de los gritos de sufrimiento. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desamparados que constituyen una odiada carga para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y sufrimiento hacen que la vida parezca una burla de lo que debería ser".

"En el trayecto que recorren los libros que pasan de mano en mano dejan lecciones que van más allá de sus contenidos"

A la librera que me vendió la colección de esa revista le pregunté que cómo la había conseguido. Me respondió: "En algún lote que compré". ¿Quién habrá sido su propietario? ¿Quién esa persona cuyo nombre se ha desvanecido, pero que dejó su huella con numerosas anotaciones en muchos de los ejemplares? Seguramente es el destino de la mayor parte de los libros que sobreviven: terminar yendo de mano en mano. Pero en ese trayecto pueden dejar lecciones que van más allá de sus contenidos.

Nos pueden decir no solo que otros se interesaron, aprendieron o amaron las páginas que ahora nuevos ojos recorren, sino también -más aún en el caso de una publicación como la revista que acabo de comprar, en la que abundan los escritos sobre lógica matemática- que hubo quienes se te adelantaron en conocimientos exigentes.

En otras palabras, que no eres el más informado, ni el más capaz -esto lo sé desde hace mucho tiempo, entre otras razones porque fui físico teórico, un campo en el que abunda la inteligencia-, que hay otros, que siempre hay otros mejores o que se te adelantaron. Bien lo sabía John Donne (1572-1631), el poeta metafísico inglés, que en uno de sus poemas escribió: "Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. / Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo".

Aun así, me gustaría saber algo de esos "otros", de este "otro" interesado en Bertrand Russell. Y más aún de la persona que estaba detrás de la primera ocasión en que encontré en esta feria madrileña libros que me interesaban. Fue hace unos años cuando en una caseta descubrí unos cuantos libros que había poseído un alma gemela a la mía, intelectualmente hablando.

Allí estaban, como si me esperasen sólo a mí, los Elementary Principles in Statistical Mechanics del gran físico estadounidense J. Williard Gibbs (1839-1903); The Theory of Groups and Quantum Mechanics de uno de los mejores matemáticos del siglo XX, Hermann Weyl (1885-1955), cuya vida y obra tanto he estudiado; una espléndidamente encuadernada Introduction to Newton’s Principia, del extraordinario historiador de la ciencia I. B. Cohen, al que admiré y conocí.

Compré algunos más, pero hubo uno que fue como si su anterior propietario supiera que yo lo conseguiría, que sería mi biblioteca su mejor nuevo hogar: el volumen correspondiente a 1971 de la revista anual Historical Studies in the Physical Sciences, el único que me faltaba para completar mi colección de esa fundamental publicación y que yo tanto había buscado. ¿Quién sería, o habrá sido -no puedo imaginar que si viviera se hubiera desprendido de tales obras- esa alma gemela? Sólo sé que en todos esos libros aparecía como firma, "yµpß".