El Apocalipsis según Coppola
Fotograma de Apocalypse Now
Desde su gestación, el delirio bélico que compuso Francis F. Coppola en 1979 estaba llamado a ocupar un capítulo en la historia del cine. Cuando Apocalypse Now se estrenó en Cannes, gran parte del público no estaba preparado para una experiencia cinematográfica tan radical. Más de veinte años después, Coppola presentó de nuevo en Cannes una versión íntegra del filme, Apocalypse Now (Redux) con 43 minutos más de metraje. Se estrena el 20 de septiembre, justo cuando arranca el Festival de San Sebastián, que concederá al director el Premio Especial por sus 50 años de historia.
Más de veinte años después, el director y los técnicos de American Zoetrope, bajo la dirección de Walter Murch (quien fuera ya uno de los montadores de la versión primitiva), se han puesto a la tarea de reconstruir el filme para tratar de devolverlo a la concepción original de su autor. Ahora bien, el propósito de Coppola no era realizar un convencional director’s cut (que se limitara a incluir las escenas ensambladas en el largo montaje inicial), sino buscar una versión completamente nueva y distinta de las precedentes, concebida no para entregar una reconstrucción arqueológica de los materiales rodados, sino pensada y elaborada de forma autónoma.
Selección cuidadosa
Esto le ha llevado a remontar la película "en función de su identidad y de sus temas", para lo que ha procedido a seleccionar cuidadosamente, tan sólo, aquello que podía integrarse con armonía en el conjunto, a desechar imágenes que, pese a formar parte del montaje inicial, no añadían nada sustancial y también a rescatar -incluso- una vieja composición musical de su padre: un "tema romántico" que Carmine Coppola había escrito expresamente para la secuencia de la plantación francesa, pero que nunca se había llegado a utilizar.
El resultado es lo que ahora lleva por título Apocalypse Now (Redux), que Coppola entiende como la versión definitiva y completa de su obra y a la que se han incorporado 43 minutos de metraje adicional, por lo que su duración final queda establecida en tres horas y dieciséis minutos. Los nuevos materiales cumplen, en esencia, dos funciones: por un lado, apuntalar y desarrollar la definición tanto psicológica como dramática de algunos personajes; por otro, enriquecer, afinar y potenciar con mayor hondura la lectura histórico-política que propone el filme.
Dentro de la primera función se inscriben, por ejemplo, 1) la llegada del capitán Kilgore (Robert Duvall) y su aterrizaje en helicóptero (antes aparecía ya directamente de pie, dirigiendo sobre el terreno las operaciones bélicas); 2) algunos diálogos adicionales entre Kilgore, Lance (Sam Bottoms) y Willard (Martin Sheen) a partir de la escena en la que Kilgore obliga a uno de sus soldados a hacer surf sobre las olas al mismo tiempo que desembarcan las tropas; 3) la escena en la que Willard y sus hombres le quitan a Kilgore su famosa tabla de surf; 4) los planos en los que Willard y sus compañeros se esconden para no ser descubiertos por Kilgore y, finalmente, 5) una escena en la que Willard se despierta, desorientado, dentro de un oscuro container cuya puerta abre Kurtz (Marlon Brando), quien aparece rodeado de niños, tras lo que éste se sienta y comienza a leer un artículo de la revista Time sobre la guerra de Vietnam.
Pero hay materiales nuevos de mucha mayor enjundia. Sobre todo, aquellos que inciden más directamente en el desarrollo del discurso histórico y en las aristas críticas. Por un lado, la secuencia en la que Clean (Laurence Fishburne) relata a Willard y a sus compañeros la historia de un teniente sudvietnamita asesinado a bocajarro por un sargento americano, lo que supone un comentario muy duro sobre la prepotencia con la que el ejército americano trataba a sus aliados del sur. Por otra parte, la larga escena que transcurre en el interior de un helicóptero americano y en la que primero Chef (Frederic Forrest) y luego Lance dialogan y tratan de hacer el amor con sendas playmates. Una secuencia de fuerte contenido fetichista (Cynthia Wood asegura que es "Miss Mayo", pero Chef se empeña en que es "Miss Diciembre", que le excita más), de un sórdido patetismo y portadora de una áspera pincelada crítica sobre el comportamiento de los soldados americanos.
En la plantación
Y queda todavía, sobre todo, la larga set-piece que supone la estancia de Willard y de sus hombres en una plantación francesa que de pronto aparece, custodiada por el ejército galo, en medio de la jungla. La primera parte de la secuencia transcurre durante una suntuosa cena colectiva en la que Hubert de Marais (Christian Marquand) explica a Willard que ellos han perdido ya dos guerras (Indochina y Argelia) y que no están dispuestos a perder esa porción de tierra: "luchamos para preservar lo que es nuestro, para conservar la unidad de nuestra familia. Los americanos combatís, en cambio, por la mayor entelequia de la historia". La segunda parte tiene lugar en el dormitorio de Roxanne (Aurore Clément), esposa de Hubert, donde ésta comparte con Willard una pipa de opio, se tumba desnuda sobre la cama y -con el hermoso tema musical por medio de papá Coppola- se abraza con el protagonista en una ilusoria búsqueda de calor humano.
La notable complejidad de todo este pasaje (casi un pequeño filme dentro de la película), la riqueza de los diálogos, la hondura que muestran los retratos de los personajes, las agudas pinceladas sobre la decadente civilización francesa atrincherada en Vietnam a espaldas de la Historia y el oportuno trasfondo que su estancia allí supone respecto a la presencia americana introducen en el nuevo Apocalypse Now un sustancioso debate. El análisis histórico de la película se adentra, así, en las raíces de la ocupación extranjera en el sudeste asiático y, más en concreto, en el papel del colonialismo francés como antecedente y precursor del imperialismo americano.
Las nuevas y sustanciales aportaciones de esta renacida película permiten, en definitiva, que Apocalypse Now ofrezca, por fin, un discurso plenamente dominado por su autor, así como una construcción narrativa que ha ganado en solidez y que, a pesar de prolongar notablemente su metraje, no sólo no se dilata, sino que parece condensarse con mayor intensidad y con más ajustado sentido del tempo. El desafío consiste, ahora, en acercarse a ella con ojos desprovistos de prejuicios, dispuestos a vivir la nueva experiencia que su espectáculo (más dominado y más envolvente) y su reflexión (más rica y más rigurosa) nos ofrecen desde la pantalla.