Image: Woody Allen Autoironía crepuscular

Image: Woody Allen Autoironía crepuscular

Cine

Woody Allen Autoironía crepuscular

Hollywood Ending, de Woody Allen

17 octubre, 2002 02:00

Woody Allen y Téa Leoni en Un final made in Holywood

Un final made in Hollywood (Hollywood Ending). Director: Woody Allen. Intérpretes: Woody allen, Téa Leoni

Si el protagonista de un filme puede salir de la pantalla y bajar al patio de butacas para conversar con una sorprendida espectadora, si una frustrada esposa puede hacerse invisible para sorprender la infidelidad de su marido, si los maniquíes de un escaparate pueden cobrar vida y echarse a bailar, si un actor va por la vida desenfocado y su familia tiene que usar gafas para poder verlo con nitidez, si un director de cine ciego puede dirigir una película..., entonces no cabe duda: estamos en el universo fílmico de Woody Allen.

Sólo en las películas de este prolífico cineasta neoyorkino pueden ocurrir semejante tipo de maravillas con la mayor naturalidad del mundo. Sólo dentro de su particular Arcadia poética puede uno pasar de la realidad a la ficción, de la ficción al documental, del documental al ensueño, del ensueño a la magia y de la magia a lo cotidiano como si tal cosa, como si el tránsito en cuestión fuera lo propio de la rutina diaria. Algún día habrá que reconocerle a Woody Allen, por lo tanto, no sólo su fértil, inagotable chistera de prestidigitador, capaz de los mayores prodigios, sino también, y sobre todo, su capacidad de tratar de tú a tú con lo maravilloso, de convertir en materia contingente y moldeable el mundo soñado de la imaginación.

¿A quién, si no, se le podía ocurrir que un director intelectual, jubilado a la fuerza por el fracaso comercial de sus trabajos anteriores, sea recuperado por un joven y arrogante productor del nuevo Hollywood para dirigir una comedia de gran presupuesto y que aquél termine por realizarla, efectivamente, aunque para ello tenga que atravesar todo el rodaje preso de un ataque de ceguera psicosomática? Semejante propuesta narrativa es, en esta ocasión, no sólo el pretexto argumental urdido por la historia, sino la verdadera idea-núcleo en torno a la que gira la envenenada metáfora propuesta por las imágenes de Hollywood Ending.

Obra de recapitulación y de síntesis, mucho más amarga incluso de lo que ya era Celebrity (aquella punzante fantasía en la que ajustaba cuentas con el mundo de la fama y de la alta sociedad), esta vitriólica incisión en la trastienda del Hollywood contemporáneo le permite al cineasta mirarse a sí mismo desde dentro y desde fuera. Desde dentro, porque su nuevo protagonista es aquí un director de cine de rasgos fácilmente asimilables con la personalidad de su creador. Y desde fuera, porque Allen aprovecha la ocasión para desnudar sin contemplaciones toda la estupidez mercantilista, toda la prepotencia inculta de un universo al que consigue reflejar, pese a todo, con apreciables y generosas dosis de ternura.

Es cierto que el director se mueve aquí por un estrecho y ambiguo filo de navaja que le lleva a construir una película excesivamente larga (un defecto hasta ahora desconocido en él), algunas de cuyas secuencias parecen filmadas sin la tensión, el nervio y el timming que exhiben los mejores momentos de su cine, por lo que algunas situaciones se quedan algo desmayadas, carentes de punch y de garra. Pero también es verdad que Hollywood Ending no pretende ofrecer, tan sólo, un divertimento jocoso más o menos alocado (en la línea de la comedia screwball practicada con Granujas de medio pelo o La maldición del escorpión de Jade), sino más bien una ácida, desencantada y algo pesimista reconsideración otoñal, toda ella filmada desde una extraña distancia crepuscular que parece expresarse con exagerado pudor y que discurre subterránea, casi secreta.

La película funciona también, eso sí, como catálogo autoreferencial de indisimulada paternidad, en el que todos los seguidores de Woody Allen pueden encontrar el eco de sus más reconocibles inquietudes, pero bajo sus pliegues, por el lateral y por la tangente de sus desternillantes situaciones, se cuelan reflexiones de calado más hondo alternativamente empapadas de bondad y cinismo. De ahí esa coda final, envuelta en un equívoco escepticismo, que termina por darle casi la vuelta a la historia y que tiene la virtud de hacernos reconsiderar todo el sentido de la puesta en escena desarrollada hasta ese momento.

La película viene a decirnos, en definitiva, que en el superficial y frívolo Hollywood actual es posible dirigir una película incluso siendo ciego, pero también que la crítica europea (los dardos van concretamente contra la francesa) puede convertir a una película mal rodada, mal encuadrada y mal contada en una obra de arte, lo que introduce una saludable vacuna frente al fundamentalismo de exégetas incontrolados. Imprescindible Woody Allen.