Image: Cuestión de estilo

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Cine

Cuestión de estilo

Café de noche

24 abril, 2003 02:00

Escena de Café de noche

Director: Saul Metzstein. Intérpretes: Luke de Woolfson, James Lance. Guionista: Jack Lothian. Estreno: 25 de abril. 91 minutos

Alguien podría pensar que el género de las comedias minimalistas, de bajo presupuesto y pocos escenarios naturales, protagonizadas por jóvenes que se aburren y que hablan de sexo, era propio del cine español o, en su caso, de cine independiente neoyorquino, pero -al parecer- la especialidad es internacional. Es un cine realizado por cineastas que se miran el ombligo, que sólo se atreven a hablar de lo que tienen a su alrededor y que se dirigen a sectores de espectadores jóvenes con parecidas preocupaciones a las que padecen sus criaturas de ficción.

El único rasgo diferencial que puede distinguir a unas propuestas de otras descansa, entonces, sobre la personalidad de las imágenes. La mirada del cineasta sobre sus personajes, su manera de filmarlos y de ubicarlos en el espacio, la forma de relacionarlos entre sí, es lo que puede conferir a este modelo de películas (un arco tan variado que se extiende desde la vitriólica Clerks, de Kevin Smith, hasta la esforzadamente rohmeriana Un banco en el parque, de Agustí Vila) la singularidad suficiente como para llamar la atención. Algo de lo que no carece, por cierto, Café de noche.

Los protagonistas de esta producción británica con inequívoco sabor escocés se reúnen todas las noches en la misma cafetería no porque sean amigos, sino porque trabajan en turnos nocturnos (Sean en un hospital, Vincent en un supermercado, Jody en una fábrica de ordenadores, Lenny como teleoperador) y sus charlas les proporcionan una oportunidad para contrastar su común aburrimiento y su falta de perspectivas vitales, sobre todo en lo tocante a sus relaciones amorosas y a su vida sexual.

Hasta aquí, nada realmente novedoso. Pero sucede que Saul Metzstein (un joven realizador debutante de 29 años) filma a sus criaturas en medio de escenarios que subrayan su pequeñez, dentro de encuadres que trabajan a fondo su relación con el espacio hasta componer una incisiva radiografía visual de su soledad y de su desamparo. Y ocurre también que la cámara se detiene, con deliberada intencionalidad, en los silencios y en las miradas de los personajes para individualizar el retrato y para diseccionar la perplejidad que todos ellos muestran frente al mundo que les rodea.

Miradas y silencios que la planificación de Metzstein consigue capturar en una serie de planos que parecen querer detener el flujo del tiempo y parar la imagen, como si esos fugaces instantes aspiraran a devolvernos lo más íntimo y lo más personal de cada una de estas criaturas. Esas pinceladas conviven, a su vez, con unos diálogos bastante trabajados que, sin dejar ser abundantes, dan la impresión de ocultar mucho más de lo que explican, lo que abre en el conjunto de la representación una nueva brecha por la que se cuelan, disimuladamente y casi de rondón, buenas dosis de escepticismo y algunos saludables grados de distancia respecto a los personajes. Por estos derroteros estilísticos, y no precisamente por la escasa originalidad de sus historias, es por donde Café de noche consigue desplegar la personalidad que termina por convertirla en una apreciable y simpática ópera prima.