Image: Flores sin sangre

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Cine

Flores sin sangre

12 junio, 2003 02:00

Mézières, protagonista y co-directora del filme

Director: Myriam Mézières y Alain Tanner. Intérpretes: M. Mézières y l. Szpindel. Guionista: Mézières. Estreno: 13 de junio. 100 min.

En 1986, Mercedes (Myriam Mézières) se ganaba la vida en una caseta de feria haciendo strip-tease con un gorila de peluche. Era una persona a la deriva, frágil y vulnerable, siempre en busca del amor absoluto, de una relación de pareja exclusivista y vampirizadora, al margen y más allá de las normas. Cuando un hombre la abandonaba, se atiborraba de cereales y se masturbaba desnuda frente al televisor. Era una mujer de rostro anguloso, cuerpo volcánico y compulsiva sexualidad, víctima irremedia- ble de una sociedad en la que sólo tenía cabida como espectáculo de barraca.

Diecisiete años después, Lily (Myriam Mézières) se gana la vida haciendo strip-tease con un cisne de juguete. Su manera de vivir el amor permanece idéntica, pero ahora camina por el mundo junto a su hija pequeña y sus ardores ya no tienen el mismo ímpetu. Cuando se marcha el hombre al que ama, se mete en la cama y ni siquiera encuentra fuerzas para comer. La barraca para emigrantes voyeurs se ha convertido en improvisado escenario para disfrute de respetables espectadores burgueses de un festival erótico.
El tiempo no pasa en balde para nadie. Tampoco para Alain Tanner ni para Myriam Mézières. Los dos juntos trazaron, dentro de Una llama en mi corazón (1986), una indagación abrasiva y sincera en el territorio de las relaciones entre el amor y la supervivencia. Un retrato duro y áspero de una mujer sin defensas, hecho de imágenes secas y desgarradas, dolorosamente paridas de las entrañas de sus autores y esculpidas a tumba abierta.

Ahora, en Flores de sangre, Alain Tanner y Myriam Mézières se repliegan sobre sí mismos. El director lo había hecho ya antes con Jonás y Lila (1999), donde regresaba sobre los personajes de Jonás, que tendrá 25 años en el año 2000 (1976). Como si el imaginario de ambos ya no encontrara su inspiración en el mundo que les rodea, sino en los ecos de su propia obra. Quizás por ello la hija de Lily está condenada a triunfar allí donde fracasó Mercedes: en el impulso visceral, incontrolado, de matar con un cuchillo de cocina al hombre al que ama para que no pueda marcharse de su lado.

Así empieza este nuevo paseo (prolongación evidente de Una llama en mi corazón) por las heridas vitales y emocionales que siguen sangrando en el universo fílmico de Miriam Mézières. Sólo que este segundo exorcismo, que vuelve a exhibir con impudor las más dolorosas cicatrices personales, se desvela carente de la rabia y de la sinceridad interior que destilaban los fotogramas del primero. Por mucho que la autora de la historia comparta ahora con Tanner las tareas de dirección, su nuevo relato (incluida su estructura narrativa) se cierra sobre sí mismo y, con él, también la mayor parte de una película sobre la que acaban pesando demasiado los ecos de su antecesora.