Image: Banda aparte

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Cine

Banda aparte

16 octubre, 2003 02:00

Michael Pitt en Soñadores

Director: Bernardo Bertolucci. Intérpretes: Michael Pitt, Eva Green. Guionista: Gilbert Adail. estreno: 17 octubre. 130 minutos

Igual que no se pueden comprender La commare secca (1962) y Prima della rivoluzione (1964), las dos primeras películas de Bertolucci, sin Pasolini y sin Godard respectivamente, sin ese generacional "dolor de vivir", sin la atmósfera cinéfila heredada de la Nouvelle Vague... Igual que no resulta posible entender las imágenes de Partner (1968) si se prescinde del entorno definido por mayo del 68, por sus desafíos morales y sus utopías políticas..., tampoco se puede entrar realmente en la médula de Soñadores (2003) si se hace abstracción de esta última encrucijada y, sobre todo, de la personalísima memoria que Bertolucci guarda de ella.

Película de retorno a las circunstancias parisinas que tenían lugar mientras Bertolucci rodaba Partner en Italia, de regreso a las fuentes del combate juvenil sesentayochista, territorio propicio para la exhumación de raíces cinéfilas y fantasmas de adolescencia, Soñadores encierra en un interior que se diría propio de El último tango en París a tres jóvenes que viven en primera línea los sucesos de Mayo y que tiemblan de emoción cuando cruzan a la carrera las salas del Louvre emulando a los protagonistas de Godard. Auténtica "banda aparte" que trata de vivir en la realidad lo que la ficción del cine les enseña y lo que la calle les provoca, estos personajes -con los que el cineasta trata de reivindicar frente a los jóvenes actuales el espíritu inconformista y rebelde del 68- corren el riesgo de aparecer como incomprensibles ante ojos contemporáneos.

Bertolucci convoca todas sus obsesiones personales (el padre poeta, la sombra del incesto, la miel de La Luna, la mirada del extranjero, Godard, Langlois, la Cinemathéque, Freud...), pero no consigue dar verosimilitud a la reconstrucción histórica ambiental ni tampoco articular (construir dramáticamente) la influencia del contexto sobre la vivencia existencial y subjetiva de sus criaturas. No basta con citar a Jules et Jim para contagiar a las imágenes el torbellino pasional, la sen- sualidad elegíaca o el poderoso arrastre estilístico que sí tenía la película de Truffaut y de los que carece Soñadores.

Bertolucci juega sus mejores bazas cuando se queda a solas con sus personajes en el interior de la mansión. Los ritos de iniciación, la exploración de la promiscuidad, las ceremonias que ponen a prueba una inocencia en trance de resquebrajarse, dan cuerpo a una representación evocada desde la distancia y desde la comprensión a la vez. Exorcismo melancólico de un tiempo pretérito que dejó unas huellas imborrables en el cineasta, la película se convierte así, quizás involuntariamente, en síntoma y espejo de una impotencia: la insalvable distancia que separa la mirada contemporánea de una reconstrucción demasiado pendiente de lo historicista -sin llegar a profundizar en sus contradicciones- y sólo intermitentemente capaz de extraer destellos de verdad y temblores de vida a sus personajes.