The Ladykillers
Director: Joel Coen & Ethan Coen
20 mayo, 2004 02:00Tom Hanks en The Ladykillers, de los hermanos Coen
Aunque pasa por ser uno de los títulos emblemáticos de la muy british "comedia Ealing", El quinteto de la muerte (The Ladykillers, 1955) es, quizás, la más americana entre todas las producciones de la famosa productora inglesa. Su guionista, William Rose, es un escritor americano nacido en Jefferson City (Missouri) y su director, Alexander Mackendrick, es un cineasta formado en Glasgow (Escocia), pero nacido en Boston. Su retrato cáustico y vitriólico de la Inglaterra victoriana se entiende mejor desde la perspectiva de una mirada extranjera, y probablemente esto ayude a explicar la inmensa popularidad de que gozó siempre en Estados Unidos aquella hermosa fábula bañada en un humor tan negro como tierno.Incansables en su permanente revisión y puesta al día de los viejos géneros clásicos, los hermanos Ethan y Joel Coen amplían ahora su heterogéneo campo de acción al proponer lo que ya no se conforma con ser una película "al estilo de" (como han venido siendo casi todos sus trabajos anteriores: desde Sangre fácil hasta Crueldad intolerable), sino lo que se ofrece, de forma explícita, como un remake de un título bien representativo de la famosa "comedia Ealing" de los años cincuenta.
La operación alcanza plena coherencia cuando los autores de Oh, Brother (2000) vuelven a sus queridos territorios sureños para situar allí, entre compases de gospel y ritmos de espirituales negros, la desquiciada y humorística aventura de un improbable quinteto de delincuentes de poca monta enfrentados a una venerable abuelita a quien los hermanos Coen convierten en una bondadosa, pero combativa viuda sureña de abundantes kilos, irrenunciable fidelidad a la memoria de su marido y férrea voluntad de combatir todo tipo de música que no sea la tradicional y religiosa.
En el trasplante, The Ladykillers ha perdido capacidad de sugerencia, humor negro, finura en el retrato de los personajes y entidad narrativa. Ha ganado en preciosismo estético (esa calculada exactitud en los encuadres, esas pinceladas casi miniaturistas propias de sus autores) y también, desde luego, en ambiciones creativas, aunque éstas se imponen casi siempre por encima de las imágenes de forma un tanto pretenciosa.
De la Inglaterra victoriana se ha pasado a un intemporal y plácido entorno sureño (con el Mississippi como fondo), de un decorado con añejo sabor gótico se ha pasado a una escenografía con tonalidades amenazadoras y con un inequívoco regusto de cómic. Los personajes han dejado de ser un puñado de pobres diablos, más entrañables que patéticos, para convertirse en una banda de freakies estrafalarios, más patéticos que entrañables, debido quizás a los trazos gruesos con que los dibujan tanto sus actores como quienes los dirigen.
El resultado es un juguete cómico con marchamo de auteur, pero tan inofensivo como evidente, una obra cuya posmodernidad -de apabullante obviedad- se impone como reclamo de qualité a despecho de una sinceridad que cede paso al artificio en todos y cada uno de los planos. El sello bien reconocible de la marca "Coen" se luce y se exhibe con generosidad, pero ni las forzadas "composiciones" de los actores (Tom Hanks pierde gloriosamente la partida con su antecesor Alec Guinnes) ni la puesta en escena consiguen llegar a configurar algo que vaya mucho más allá de un brillante ejercicio de alumnos aplicados con ínfulas de artistas.