Image: El hundimiento

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Cine

El hundimiento

Director: Olivier Hirschbiegel

17 febrero, 2005 01:00

Bruno Ganz es Hitler en El hundimiento, de Hirschbiegel

Intérpretes: Bruno Ganz, Alexandra Maria Gara, Corinna Harfouch. Guionista: Bernd Eichinger. Estreno: 18 febrero. 150 min.

El gran interrogante al que se enfrenta la representación de Hitler como persona, no como un perturbado psicótico ni tampoco como un monstruo animal, plantea una incógnita inquietante, porque, si era humano y no estaba loco, entonces ¿qué era, en realidad, aquel hombre que puso en marcha la más aterradora máquina de asesinar que ha conocido la Historia?, ¿cómo vivía y sentía la persona que decide exterminar en masa al pueblo judío o que afirma, en la antesala misma de su desastre final, que no derramará una sola lágrima por el pueblo alemán?

Estas son algunas de las preguntas a las que trata de contestar El hundimiento con las armas de la ficción que reconstruye de manera fidedigna hechos históricos documentados. Pero no sólo a ellas. La película, una superproducción alemana que se atreve a hurgar con valentía en la más dolorosa de todas las heridas que arrastra consigo la propia sociedad germana, se pregunta también en primera persona -a través de la narradora que instaura el relato- si hay alguna excusa con la que poder disculpar la ceguera, o el silencio cómplice, con los que la mayoría de los alemanes se acomodaron a la ejecución de la barbarie, o bien decidieron ignorar el holocausto que se perpetraba a su alrededor.

Esa narradora no es otra que la mismísima Traudl Junge, una joven que trabajó como secretaria personal de Hitler, y que se mantuvo fielmente a su lado, incluso durante los últimos doce días en el interior del búnker, hasta que el föhrer decidiera suicidarse en compañía de su esposa. El relato comienza con la voz en off de la verdadera Traudl y concluye, a modo de epílogo reflexivo, con la imagen documental de esta misma mujer, que se pregunta frente a la cámara -y se responde negativamente- si podría haber alguna excusa para que ella "no se enterara" de lo que realmente estaba pasando en su país. Respuesta negativa que condensa el sentido final de una narración cuyas imágenes se vuelven hacia los alemanes de hoy en día, pero también hacia cualquier espectador, para hacernos reflexionar sobre la responsabilidad individual de todo ciudadano frente a los procesos sociales y políticos en los que se encuentra inmerso.

Entre medias, El hundimiento pone en escena el abracadabrante espectáculo que se representa, huis clos, en el interior del búnker en el que se refugia Hitler, acompañado de sus generales y de sus fieles, durante los últimos días de un régimen que se desmorona sobre sus propias cabezas. La locura genocida de los jerarcas convive allí con la humanidad de quien sienta sobre sus rodillas a los niños que posteriormente serán asesinados por su propia madre (la esposa de Goebbels), de quien acaricia con afecto la mejilla de su secretaria o de quien decide casarse inmediatamente antes de acabar con su propia vida. Idas y venidas, suicidios y más suicidios, traiciones y crímenes inimaginables, debilidades humanas y delirios dementes se suceden sin tregua dentro de un relato con escasa capacidad de síntesis, concebido en clave realista y con vocación de radiografíar la caída final de los asesinos.

La propuesta está muy lejos de la vocación antinaturalista, metafórica y esperpéntica filmada por Alexander Sokurov en Moloch (1999), cuyo relato transcurre en el mismo escenario y durante los mismos días. Su registro voluntariamente prosaico, su firme determinación de mirar de frente al personaje y a sus comparsas está, igualmente, en las antípodas de los registros operísticos propios de Visconti (La caída de los dioses, 1969), pero el resultado tiene la virtud de enfrentar al espectador con criaturas humanas capaces de provocar, simultáneamente, horror y perplejidad. La herida incurable de Alemania, esa que "no podrá sanar nunca" (en palabras del propio director), sangra en todas y cada una de las imágenes de un film que ciertamente no es una gran película, pero que resulta extraordinariamente reveladora como acto de contrición, como valiente exorcismo en el ámbito creativo de una responsabilidad -que no una culpa- de la que la sociedad alemana contemporánea no puede eximirse. Sólo por ello, merece la pena.