Cartas desde Iwo Jima
Director: Clint Eastwood
15 febrero, 2007 01:00Una escena de Cartas desde Iwo Jima
Un principio básico de la tragedia dice que siempre nos conmovemos más ante el caído: que el atractivo del perdedor puede ser más poderoso que el del ganador. Lo cual prueba que el cine es una lupa que nos permite comprender a esos personajes en los que apenas nos fijaríamos en la vida diaria. En Banderas de nuestros padres, Clint Eastwood ya le dio la vuelta al mito del héroe americano al mostrarlo como una rentable construcción política y hurgar así en el verdadero sentido del heroísmo cotidiano. ése era quizá el mensaje último de aquel filme antes que la crítica al estamento militar (ya que ésta se dirigía más bien a la clase política) o el discurso antibelicista (pues en ningún momento se cuestionaba la intervención de Estados Unidos en la II Guerra Mundial, la última guerra "justa").Cartas desde Iwo Jima supone una inmersión en el otro lado del espejo con la que completar esta fanfarria para el hombre corriente -título de una hermosa pieza musical de Aaron Copland compuesta, precisamente, durante la II Guerra Mundial- con la que Eastwood aspira a combatir la amnesia histórica. Ahora desmantela otro mito: el icono del soldado japonés fanático hasta la muerte.
Mostrar una imagen humana de esa figura, lejos del feroz peligro amarillo que surge de la espesura para cargarse a los buenos chicos americanos, no es tampoco una novedad: si Playa roja (1967) planteaba una tímida reivindicación del japonés al igualar sus tragedias y pérdidas personales a las del soldado americano, Tora Tora Tora (1970) -dirigida a dos bandas por el americano Richard Fleischer y el japonés Kinji Fukasaku- contaba el ataque a Pearl Harbor demostrando mayor empatía por la nobleza trágica del bando japonés que por la aséptica torpeza del lado yanqui. Eso por no hablar de la ingente cantidad de cintas japonesas que, en lugar de la propaganda belicista, se centraban en el drama de los hombres normales y corrientes obligados a combatir en una guerra perdida desde el principio. Claro que esas películas apenas las vimos en "este lado", entre ellas una de las obras maestras del tema: La condición humana (1959) es una trilogía de Masaki Kobayashi que narra (¡a lo largo de nueve horas de metraje!) las desventuras de un recluta japonés en la guerra. Lo sorprendente es que venga de un producto mainstream, de una película americana íntegramente rodada en nipón y con actores nipones.
Sin embargo, la posible sorpresa inicial es superada cuando entendemos (por fin) el sentido del díptico de Eastwood: el retrato de una tragedia que nada sabe de nacionalidades y fronteras, que difumina la línea entre matar o estar muerto y que abruma a un individuo superado por el peso de la Historia, al tipo de la calle incapaz de ver más allá de su casco. Cartas desde Iwo Jima prescinde de la dispersa estructura de Banderas de nuestros padres y propone una línea narrativa más directa, lo que quizá hace su impacto más contundente, más atinado, más feroz.
Eastwood confía aún en esa sencillez de la escritura que ha caracterizado a los grandes maestros americanos del retrato del hombre en guerra, pero tampoco elude unos ingredientes desacaradamente melodramáticos que cada vez tienen más peso en un cineasta que se hizo célebre por su sequedad y concisión. Con todo, eso no le impide ofrecer una espléndida panorámica sobre un terror subterráneo, en el sentido metafórico y también literal: buena parte del filme transcurre en unas claustrofóbicas grutas que hacen ese grito del hombre atrapado en el absurdo mucho más cavernoso, más desesperado.