El último Rey de Escocia
Director: Kevin MacDonald
22 febrero, 2007 01:00Forest Whitaker, favorito para el Oscar, en un momento del filme
Africa siempre ha sido un destino ineludible para aventureros románticos o filantrópicos que en la segunda mitad del siglo XX se asomaron a las ruinas que había dejado tras de sí la avidez del colonialismo europeo desde mediados del XIX. Esta es la historia de un médico escocés recién titulado que llegó a Uganda a principios de los años setenta huyendo de la sombra paterna y con la utópica esperanza de poner sus conocimientos al servicio de los más necesitados. Todo marchaba, más o menos, según sus planes hasta que se cruzó en su camino, y eso ocurrió al poco de su llegada, con el General Idi Amín Dadá, recién autoproclamado presidente, y le convirtió en su médico personal y en uno de sus hombres de confianza a raíz de un decisivo encuentro fortuito. La película, la primera de ficción del documentalista Kevin Macdonald, inspirada en una novela de Giles Poden, se plantea desde varias perspectivas.En primer término, como la crónica de la fascinación del protagonista por el carisma de Idi Amín y el complejo dilema moral que lógicamente le plantea colaborar con un tirano que eliminó en torno a medio millón de compatriotas, y del que se decía que le gustaba comer carne humana. Pero también como una mirada documental sobre el país y como un retrato de este dictador: un hombre surgido de la nada, reclutado de niño por el ejército británico, y catapultado hacia el poder absoluto tras el derrocamiento de Milton Obote (simpatizante de los regímenes comunistas, al que Barbet Schroeder dedicó un magnífico "autorretrato" con música del propio Idi Amín. El actor Forest Whitaker, sin lugar a dudas lo mejor de la película, dota de una exactitud sobrecogedora, reconstruyendo con la misma verosimilitud en la pantalla la simpatía arrolladora y la brutalidad imprevisible de este pintoresco dictador. Pocos actores saben sacar partido a su propio aspecto físico como lo hace Forest Whitaker aquí, acomodando sus similitudes, pero también, o sobre todo, sus diferencias a la psicología y a los mecanismos más profundos del personaje, como lo hacía en Ghost Dog, el camino del samurai, de Jim Jarmusch, o la había hecho bajo la batuta Wayne Wang y Paul Auster en Smoke. Lo hace sumando peculiaridades a la rotundidad de su corpulencia y a la inquietante fijeza de su entrecerrado ojo izquierdo. Pero allí radica, paradójicamente, la debilidad de El último rey de Escocia, ya que el personaje de Whitaker no es el protagonista y su esplendorosa interpretación desvía la atención de los problemas de ese médico atrapado en circunstancias incontrolables sobre el que gira o debería girar la historia. Por ello, la tensión de thriller que debería surgir de la incógnita de si el médico sobrevivirá o perecerá queda relegada a un segundo término. Además, propicia un desafortunado efectismo, un regodeo llamativo sobre la violencia de las secuencias finales, con alusión u homenaje consciente o inconsciente a Un hombre llamado caballo incluido, que convierte este relato sugerente en un producto fácilmente olvidable.