Cine

Icíar Bollaín y Gracia Querejeta

Mataharis y Siete mesas, a competición

20 septiembre, 2007 02:00

Icíar Bollaín y Gracia Querejeta

Llegan algo inquietas por si el motivo del encuentro es el hecho de ser ambas mujeres (y cineastas, por supuesto). Se quedan más tranquilas cuando se apela a la tradición de El Cultural de juntar a los participantes españoles a concurso en el Festival donostiarra como motor de la reunión. No son amigas pero sí se conocen, y parecen llevar con más resignación que alegría el interés que despiertan no sólo individualmente (que también, ambas tienes sólidas carreras que las respaldan) sino como pareja. En cualquier caso, Bollaín y Querejeta, tanto monta, tienen mucho en común al margen de su sexo. Por ejemplo, dos películas como Mataharis y Siete mesas (de billar francés) en las que se explora en las angustias y alegrías de la clase media española de hoy mismo, con un marcado protagonismo de mujeres fuertes.

O el hecho de haber crecido rodeadas de cine. Icíar protagonizó a los 15 años El sur de Víctor Erice y el padre de Gracia, Elías Querejeta, es uno de los productores españoles con más solera de nuestro cine. Dos miradas sobre la sociedad actual muy atentas tanto a los problemas sociales (la dificultad de conjugar maternidad y trabajo, las malas prácticas empresariales o el machismo) así como a los conflictos familiares y las relaciones de pareja. Ambas, además, presentan su nueva obra tras sendos éxitos de crítica y público como fueron Te doy mis ojos (Icíar) y Héctor (Gracia). Ninguna de las dos ha visto la película de la otra. Ambas coinciden, sin embargo, en su forma de concebir el cine como una forma de dejar constancia de la sociedad actual. "En esta película creo que la temática social está menos presente -dice Icíar Bollaín-. Sí que se reflejan cosas como esa dificultad de muchas mujeres por tener hijos y a la vez mantener una carrera. Para mí, lo interesante es contar historias lo más universales posible, que reflejen a la mayoría de la gente. Muchas películas españolas han cometido el pecado de querer que las cosas luzcan y de repente la gente vivía en unos pisos maravillosos que no podrían permitirse en la realidad. El cine es un poco un testigo de su tiempo y, en este sentido, busco la identificación del público". Gracia le sigue la pista cuando afirma: "Me interesa contar historias cercanas al espectador. Desde luego, hay gente que sólo le gusta la ciencia ficción, pero yo quiero atraer a ese público que entiende el entretenimiento de otra manera y quiere ver las experiencias corrientes de personas que no son ejemplares, como ninguno de nosotros. En cualquier caso, creo que lo importante no es lo que cuentas sino cómo lo cuentas".

Relaciones familiares
Una realidad con dos dimensiones. Por una parte, la vida privada de los protagonistas, muy marcada por las relaciones familiares. Para Gracia, tiene que ver con "que el ser humano es social y ese vínculo es fortísimo para todos. El Padrino, por ejemplo, es una historia sobre la familia, no sobre la mafia". Icíar, de todos modos, opina que la omnipresencia del tema tiene tanto que ver con la esencia del alma humana como con una característica local: "En España hay mucho cine sobre este asunto porque aquí el lazo sanguíneo sigue teniendo un peso brutal. Mis amigos de Estados Unidos siempre me dicen que lo notan cuando vienen". Por la otra, ese terreno social compartido sobre el que ambas lanzan dardos. "He querido explicar esa situación en la que se encuentran muchas mujeres sin estudios al llegar a los 45. Por desgracia, cada día va a ver una diferencia más grande entre quiénes han estudiado y quienes no". Bollaín, cuyo cine ha estado siempre muy ligado a problemáticas sociales como el maltrato a las mujeres (Te doy mis ojos) o la realidad rural y la inmigración (Flores de otro mundo), cree que en esta ocasión "no hay una problemática tan clara como en esas dos películas. Eso no significa que no parta de una realidad que me apetezca explorar, sobre la que no sé nada y me intriga. Fue todo un descubrimiento que haya muchas mujeres que se dedican a hacer de espías. Me gustó meterme en ese mundo y aprenderlo todo".

Aunque coinciden al haber escogido ambientes de clase media (muy lejanos, además, al mundo en el que su profesión las sitúa) parten de planteamientos distintos. Mientras para Bollaín se trata de esa necesidad señalada de ser universal, también le estimula acercarse a otros universos. Gracia cree que repite un contexto parecido al de Héctor porque "desde el momento en el que hablamos de un sala de billar, lo lógico es que haya personajes de la clase trabajadora que son quienes acudían allí". Ambas, eso sí, se sienten responsables de lo que cuentan. "Te doy mis ojos podría haber terminado mal, pero hice caso a las voces que me pidieron que la protagonista sobreviviera porque era importante que hubiera esperanza". Para Gracia, "vería difícil hacer un filme en el que los personajes no tuvieran una salida".

Sobre la belleza
En este sentido, ninguna de las dos tiene tanto interés en crear imágenes "estéticas" como que reflejen de la forma más adecuada posible esa realidad que quieren aprehender. "Yo no tengo la sensación de que busque la belleza como tal -dice Gracia-. No quiero artificios de ninguna clase, sólo que la pantalla refleje mi forma de mirar el mundo". Bollaín se mueve en la misma línea: "A mí no me gusta que las cosas se vean bonitas sino tal y como son. No hace falta embellecer lo que estás mostrando. Lo que me conmueve, por ejemplo, es ver a los personajes pensar. Y quiero una cara lavada, con el menor maquillaje posible. En este caso, además, también podía aprovecharme de esa luz maravillosa de Madrid".

La capital de España como escenario es otra de las coincidencias, claro que lo difícil sería que no fuera así porque es la ciudad omnipresente en la mayoría del cine español. En este sentido, Gracia aprovecha para reivindicar "lo difícil que es rodar aquí. Es un lugar que espanta a los cineastas porque conseguir los permisos lleva muchísimo tiempo y la administración te complica absurdamente la vida". Por esto, Bollaín ha rodado algunos planos desde los que se ve la Plaza de Callao como "en una guerrilla. Actuábamos cuando podíamos esquivar a la policía para poner unos focos en Gran Vía (la escena está rodada desde el interior de un apartamento)". Para Gracia eso es impensable: "No me veo rodando sin todos los permisos en regla. Cada día es demasiado caro". Dos espíritus que se corresponden con dos formas de trabajar. Mientras para la directora de Siete mesas... los ensayos son una parte fundamental ("los productores se están dando cuenta de que los días de ensayo son dinero que se ahorran porque después las cosas salen mejor"), para su compañera es importante "no llegar con los actores hasta el resultado final hasta que no está la cámara delante y la película en marcha. Sí hablo con ellos y trabajamos juntos antes del rodaje, pero no alargo demasiado ese proceso previo". Donde ambas sí que se esmeran en llegar al plató con las cosas claras es a la hora de planificar. "Una cosa es improvisar partiendo de un plan claro y otra llegar sin saber lo que vas a hacer. Yo comienzo a rodar con toda la película pintada", dice Querejeta. Bollaín, que escribe en un lado del folio los diálogos y en el otro dibuja las escenas, en esta ocasión ha querido imprimir un nuevo estilo a su obra: "Tenía ganas de probar otra cosa. En este filme hay muchos planos fijos, y me interesaba transmitir la idea de que mientras ellas, haciendo su trabajo de espías observan a los demás, es la cámara quien las sigue a ellas. Hay una estética más realista y más sucia".

Y saltaron chispas
Todo va razonablemente bien hasta que sale a colación CIMA, plataforma impulsada por Bollaín junto a otras notables como Inés París o Isabel Coixet, que nació durante el pasado Festival de Málaga y cuyo objetivo es fomentar la paridad y normalidad de las mujeres en el cine español. Mientras para Bollaín se trata de luchar contra "el techo de cristal que tienen las mujeres, que vemos en todos los ámbitos, actuando juntas". Para Querejeta, miembro de ARPA (Asociación de Realizadores y Productores Audiovisuales) esa iniciativa es "un error" porque supone una segregación cuando no hay "películas masculinas o femeninas sino buenas o malas". Saltaron chispas. En serio.