Image: Viaje a Darjeeling

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Cine

Viaje a Darjeeling

Director: Wes Anderson

3 enero, 2008 01:00

A.Brody (izqda.) en Viaje a Darjeeling

Estados Unidos, 2007. Intérpretes: Owen Wilson, Adrien Brody, Jason Schwartzmann. Guión: W. Anderson, Roman Coppola y J. Schwartzmann

Hacer de este mundo extraño algo más cercano: ésa sería una buena premisa para la obra cinematográfica de Wes Anderson. Retratista de un post-existencialismo que intercambia el ateísmo por la adoración a los detalles paganos, es a la vez un hacedor de mundos marcianos que no reniegan de una humanidad desorbitada. Se desbordan los sentimientos, pero la aproximación plástica bascula entre la gelidez que impone el plano fijo estático y cierta devoción por la epifanía de lo patético. Como uno de los más aventajados francotiradores de la Nueva Comedia Americana, Anderson, tiende a sublimar lo ridículo y a transformar lo minúsculo en épico. Viaje a Darjeeling, así como el cortometraje Hotel Chevalier (2007) que precede al largo, nos introduce a empujones y sin consuelo posible en su singular universo. Familias desestructuradas, individuos "autistas", pa- dres ausentes, peculiaridades infinitas… Para Anderson, cada pisada debe dejar la huella más exquisita. Hay algo febril en su última película -es uno de esos cineastas que construyen su obra mediante la suma de todas las partes/películas-, una desesperación congénita que arrastran sus protagonistas desde Bottle Rocket (1996): estos exploradores de la reconciliación amorosa no son más que seres perdidos que continuamente luchan, por encontrar, ya no su lugar en el mundo, sino un pequeño rincón en el que sentirse a gusto.

Que hablemos de comedia es una contradicción: el cine de Anderson es de una tristeza aplastante. Es el posicionamiento del realizador frente al relato el que consigue forzar la sonrisa ante lo genuino del choque. Poco importa lo inútiles, estúpidos y amargados que resulten sus peones, porque es eso, junto a su desesperación existencial, lo que hace cercanos. La sonrisa nace así de la extrañeza, de la empatía que surge del cariño con que los retrata el realizador (justo lo contrario de Todd Solondz, retratista inmisericorde de la crueldad humana).

De hecho lo peor que se podría decir de Viaje a Darjeeling es que la redundancia de tan solipsista cineasta va perdiendo su valor como elemento estilístico. No es lo mismo recrear universos anímicos a través de la inquietud íntima (o aquello que se halla fuera de los márgenes del argumento) que las semejanzas expositivas de la puesta en escena. Claro que eso significaría ser cruel, puesto que pese a que lo reconocible empieza a tender a lo obvio, eso no reniega del disfrute máximo al que se enfrenta el espectador ante cada nueva propuesta de Anderson. La cruzada emprendida por los hermanos Whitman a través de la India a bordo del ferrocarril "Darjeeling Limited" persigue los mismos objetivos que los viajes acuáticos del Capitán Zissou o la falsa enfermedad del progenitor de los Tenenbaum: convertir el ejercicio épico, por más patético que resulte, en una coacción forzada destinada a reencontrar emocionalmente a sus participantes; por lo general los viajes transgreden la experiencia de las road movies, pues ni existe ítaca, y los encuentros del camino sólo añaden un mayor grado de confusión y decepción. Si existe una revelación, no es más que una reafirmación en la presunta anormalidad a la que están abocados. Seguramente porque detrás de esa rima carnavalesca y absurda existe algo tan plenamente reconocible (identificable) como la amargura que surge de la incomunicación emocional.