Cobardes
Director: José Corbacho y Juan Cruz
24 abril, 2008 02:00Un fotograma de Cobardes
Resulta estimulante que, aunque sea de forma puntual, el cine espa- ñol se interese por lo que ocurre en la calle, no tanto por un afán de hacer sociología de urgencia, que también, como por prolongar una vía realista de contrastado prestigio, que siga haciendo del cine espejo de la sociedad y de sus conflictos, en la línea de las impagables primeras películas del recién desaparecido Rafael Azcona. La nueva producción de José Corbacho y Juan Cruz se ocupa de un fenómeno tan de actualidad como el del bullying, el acoso escolar, que tantas páginas de periódicos ha llenado, y lo hace desde una sugerente y eficaz perspectiva costumbrista que, como en su primer largometraje, Tapas, permite una identificación con los personajes sin que el legítimo empeño comercial les incite a caer en manidos y trasnochados registros caricaturescos.Cobardes, magníficamente planteada en su primera parte, esboza de manera convincente ese tipo de relación traumática que trascurre en buena medida en una impenetrable intimidad pero tiene una considerable repercusión en el entorno inmediato, en el del centro escolar y, por supuesto, en el de las familias, proyectando la idea de que el acoso es un uso generalizado. La línea principal del argumento gira en torno a un acosado y a un acosador y a las reacciones de los padres de ambos, marcadas por circunstancias abismalmente distintas por el contraste entre la precariedad laboral de uno y la obsesión de transmitir firmes valores conservadores del otro, y más afín, pese a todo, en el caso de las madres, preocupadas y espantadas, cada una a su manera, por la personalidad y la integridad emocional de sus vástagos. Articulada sobre el miedo, no sólo de los dos personajes centrales, juega sus mejores bazas con el trabajo de los actores, el de los niños protagonistas, pero sobre todo el de los adultos, un reparto encabezado por la siempre espléndida Elvira Mínguez, en el que además de Antonio de la Torre y Lluís Homar sobresale una sorprendente Paz Padilla.
Pero Cobardes no se conforma con explorar ese intenso universo dramático en el que la víctima se encierra invariablemente en sí mismo y oculta su sufrimiento sino que aspira a posicionarse sobre un buen abanico de temas de colaterales. Sus principales defectos surgen como consecuencia de una inoportuna ambición que lleva a sus autores a relacionar temerariamente las causas de algunos de los comportamientos de los protagonistas con, por ejemplo, la adscripción ideológica de sus progenitores, además de añadir algunas tramas subsidiarias algo burdas, por discursivas o artificiosas, como la del italiano que regenta una pizzería, envuelto en una intriga de desenlace llamativamente truculento. A todo ello se suman una serie de giros psicológicos de última hora, improbables, inverosímiles o poco convincentes, que vienen a contradecir el rigor que parecía marcar la primera parte de esta, en cualquier caso, interesante propuesta.