Coixet, más Coixet que nunca
La española presenta en Cannes su filme rodado en Tokio
23 mayo, 2009 02:00La española junto a los protagonistas de su película el día de su presentación en Cannes
Carlos Reviriego (Cannes)(Especial para ELCULTURAL.es)
El filme de Isabel Coixet es puro Coixet, en el sentido de que la autora de La vida secreta de las palabras probablemente no decepcionará a sus admiradores. Desde la creación del argumento a la forma de plasmarlo en la pantalla, todo es un muestrario preciso de sus temas, su estilo y los códigos propios de sus películas. Por ese lado, el filme no depara grandes sorpresas a los espectadores familiarizados con el universo Coixet, pueden respirar tranquilos porque también en Asia es fiel a sí misma. A los detractores, a quienes nunca han logrado conectar con su cine post-publicitario, probablemente la afectación que ostenta esta nueva película les provoque sarpullidos, porque el filme es en ocasiones tan Coixet que se desliza por la peligrosa pendiente del manierismo: sentimientos recargados, petulancia poética, referencias transparentes, empleo discursivo de temas musicales… etcétera. Por supuesto, el tono no ha variado, un tono reconocible, que algunos llaman "ñoño" y otros "cursi", pero que no es exactamente eso, pues bajo esa "cursilería" siempre late una poderosa tristeza, una gravedad melancólica generalmente en contacto con los designios de la muerte, que es lo que a este espectador le ha seducido en otras ocasiones.
En el caso de Mapa de los sonidos de Tokio, ese desconsuelo que suele apoderarse de los personajes de Coixet también tiene su origen en la desaparición y el duelo, sin embargo no logra hacer al espectador partícipe de los viajes interiores de los personajes en la misma medida en que lo hacía en Mi vida sin mí o en La vida secreta de las palabras. El filme narra la extravagante relación que mantiene la asesina por encargo Ryu (Rindo Kukuchi) con un hombre al que debe matar, David (Sergi López), un empresario español cuya novia acaba de suicidarse. Creadora del cine español más transnacional, el indudable talento de Coixet en la creación de ambientes y el empleo de espacios anómalos ha viajado en esta ocasión a Tokio para rodar un thriller romántico, pero el problema es que el trhiller no inquieta (y tampoco avanza) y el romanticismo no conmueve, quizá porque Sergi López y Rindo Kukuchi carecen de química, quizá porque la relación que les une está construida sobre espuma, algunos recuerdos no desvelados y varios misterios que no adquieren peso dramático. En verdad, Ryu y David son amantes que se utilizan mutuamente como tratamiento para el olvido: ella, de su condición criminal; él, del suicidio de su novia.
Y la gran novedad de este último trabajo de Coixet, que sólo estaba apuntada en Elegy (contradiciendo además la novela de Philip Roth), es el modo en que ha filmado los encuentros sexuales. Más explícita que nunca, aunque sin cruzar ningún límite pudoroso, imprime al sexo de los amantes -que tiene lugar en una peculiar habitación de hotel con amplias resonancias a In the Mood for Love y 2046 -una nota de ferocidad y desesperación que puede hacernos pensar en Intimidad, de Patrice Chéreau, pero sin su crudeza emocional, lejos del naturalismo salvaje de aquella magnífica película.
Por otro lado, las posibilidades que ofrecían un rodaje y una historia criminal en Japón no están realmente aprovechadas por Coixet. Aparte de los estereotipos en torno al sushi y el karaoke (¿es que en toda película que un occidental hace en Japón debe aparece un karaoke?), no hay nada fresco o distintivo, ninguna conexión cultural que justifique el viaje: el Tokio que nos muestra es más de interiores que de exteriores, hasta el punto de que nos atreveríamos a asegurar que la historia no sufriría daños significativos si se hubiera rodado en ámsterdam o en Marrakech o en Barcelona. Con todo, y aunque el mayor potencial de la película se queda en una promesa -que vendría a ser el que proporciona el misterio de los personajes-, Mapa de los sonidos… depara algunos momentos gratificantes, un puñado de ideas significativas y un par de metáforas poderosas. Poco más.
Uno de los mayores lastres del filme es su gran problema con el punto de vista. La historia la cuenta un narrador fantasma, un amigo de Ryu que aparece y no aparece, que opina y que revela secretos, pero que en la práctica determinada por la narrativa no puede saber lo que nos cuenta ni haber visto lo que vemos. Es un personaje curioso cuyo oficio consiste en registrar los sonidos de la ciudad (sonidos con muy escasa presencia narrativa en el film, a pesar de darle el título) y que no llega a adquirir una entidad propia en la película. El guión no le ofrece ninguna participación determinante en la trama, de modo que cuando Mapa de los sonidos de Tokio se clausura con un acontecimiento contundente, uno comprende que este "tercer hombre" sólo responde a la conveniencia (la trampa) de la autora para justificar un lírico voice-over, muy a lo Wong Kar-wai, que nos conduce por la tragedia y se encarga de dictar las emociones que debemos sentir y que las imágenes no consiguen sugerir. No esconde Isabel Coixet su deuda con el cineasta taiwanés, aunque sí queda de manifiesto, en este filme más que en ningún otro, la distancia de talentos que los separa. Respecto a las presuntas esencias literarias de Murakami que han inspirado a Coixet para rodar en Tokio, este ávido lector del japonés no ha detectado ni por asomo los hipnóticos mundos del autor de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo en la película. Como mucho, el título. Pero bueno, Murakami vende mucho y alguien picará.