Image: Asia, adiós al exotismo

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Cine

Asia, adiós al exotismo

Con Despedidas el cine oriental busca seducir al gran público

3 julio, 2009 02:00

Fotograma de Despedidas del japonés Yôjitô Takita

El cine asiático también sabe ser comercial. El estreno de Despedidas, de Yokiro Takita, Oscar a la Mejor Película Extranjera, nos descubre una nueva cara de su filmografía.

Los tiempos están cambiando para la cinematografía asiática de calidad. Si hace un par de décadas cineastas como Takeshi Kitano (Japón), Wong Kar-wai (Taiwán), Kim Ki-duk (Corea del Sur) o Zhang Yimou (China) eran los principales baluartes de la exportación de películas de calidad a los festivales cinematográficos de occidente -una tendencia que se alargaría hasta finales de los años noventa-, hoy en día parecen no tener lugar en las ricas texturas y abigarradas formas que nuevos y sorprendentes cineastas nos proponen.

Igualmente, a principios de esta década, Corea parecía el principal foco de cineastas de interés. Varios cineastas dieron forma a una ecléctica cinematografía donde tenía cabida tanto espartanos retratos de la incomunicación humana como intensos y retorcidos thrillers o violentos dramas emocionales. Una porosidad argumental afín a la hibridación de géneros y, por lo general, con un marcado sentido del humor negro que rallaba en el límite de lo macabro. Pero, ¿qué queda de ello en la actualidad? A tenor de lo visto en el reciente festival de Cannes únicamente el realizador Hong Sang-soo con su flamante Like you know it all (2009) parece seguir siendo capaz de sorprendernos y emocionarnos con sus retratos de intelectuales patéticos sometidos a su propia hipocresía.

Apartada Corea del epicentro de productos de vanguardia, ha sido un país tan extraño y recóndito, en lo referente a lo cinematográfico, como Filipinas el que ha despuntado con las obras más bárbaras, radicales y sorprendentes estos últimos años. El tridente filipino de vanguardia vendría representado por Lav Diaz, Raya Martin y Brillante Mendoza. Si bien los dos primeros cuentan sus proyectos por ejercicios experimentales que bordean el cine no narrativo, ambos conjugan con Mendoza su voluntad de retratar la Manila actual a partir de la dramática historia de su país. Mientras que Martin ha realizado una trilogía sobre la tragedia colonial filipina, Mendoza -premiado en Cannes como Mejor Director por su desasosegante Kinatay (2009)-- traza parábolas terroríficas sobre la deshumanización existente en la sociedad contemporánea.

Propuestas extremas
En una línea, digamos, más moderada pero igualmente rompedora y, posiblemente, más sugestiva y brillante nos encontramos a cineastas más conocidos por estos lares como Hou Hsiao-hsien (El vuelo del globo rojo, 2007), o Tsai Ming-liang (I don’t want to sleep alone, 2006), verdaderos punta de lanza de una generación de realizadores que ha cambiado nuestra manera de ver y vivir las películas a través de la violentación de los esquemas narrativos clásicos. Mientras en el cine americano se está reinventando el manierismo cinematográfico a partir de la restauración de ciertos principios narrativos clásicos a los que somete a las particularísimas miradas de sus cineastas, resulta curioso que en Asia la tendencia mayoritaria siga en la línea de extremar aún más sus propuestas. Una vez ha desaparecido el exotismo que acompaña el descubrir cinematografías emergentes (o invisibles), ahora cabe subrayar la validez de las propuestas en sí mismas, es ahí donde se podrá separar a los verdaderos autores de los meros transgresores del momento, donde será más fácil descubrir a aquellos cuyo estilo sepa madurar con el trabajo y podamos desechar a los que, básicamente, tenían un par de ideas interesantes que contar, pero que, tras ellas, sólo han sabido repetirse o estancarse.

Que Despedidas (2008), del cineasta japonés Yôjitô Takita, se alzara con el Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa en la pasada ceremonia de los Oscar no hace más que llamar la atención sobre el extraño gusto que posee la Academia de Cine Norteamericana con respecto a oriente. Una constante que se atenúa con las nominaciones obtenidas por Yôji Yamada y sus revisionistas miradas al cine de samuráis en la trilogía conformada por El ocaso del samurái (2002), La espada oculta (2004) y Love and honour (2006) y del que salvaríamos la rara excepción que resulta Hayao Miyazaki por el mero hecho de que sus películas de animación entran directamente en dicha categoría nominativa.

Realismo poético
El buen cine japonés está años luz del realismo poético de Takita; éste se encuentra en el estilizado manierismo de Nobuhiro Suwa, en la hipertextualidad argumental y genérica del mutante Kiyoshi Kurosawa y, por supuesto, en la confrontación de lo orgánico, lo espiritual y lo natural en la obra de la cineasta Naomi Kawase, que si bien aún no ha podido superar aún su obra cumbre -Shara, 2003- sus películas se cuentan por piezas magistrales.

Normal que Hollywood no entienda ni aprecie el afrancesado cine metalingöístico de Suwa o el vaivén inquieto y metamórfico de Kurosawa o los intensos tiempos muertos de Kawase. Al fin y al cabo la mirada americana busca encontrar su propio reflejo para así poder sentirse complacida en la comodidad de la experiencia resultante. Lo raro, lo difícil, lo aburrido no interesa. Sus ansias de disfrute se centran en lo hilado de un buen argumento, en lo correcto de una sacrificada interpretación, los experimentos antropomórficos y el riesgo estilístico son demasiado complejos para ser entendidos. Quizás sea una perogrullada, pero la realidad es que los Oscar no suelen ir a parar a la Mejor Película, sino a la que más gusta a todos los académicos.

Samuráis de autor
Normal, pues, que acaben confundiendo la distancia existente entre los samuráis de Kurosawa (Akira) y de Yamada, o premiando el gusto por el trampantojo y la manipulación melodramática de Takita, claro, pero también de Stefan Ruzowitzky, Alejandro Amenábar, Denys Arcand, Caroline Link o Roberto Benigni -por citar algunos de los que se han alzado con el premio-. El relato atrapado en Despedidas nos habla de la vinculación de los vivos con los muertos a través del personaje principal, una suerte de maquillador de cadáveres que, a priori, parece surgido de la imaginación de Alan Ball y su A dos metros bajo tierra (2001-2005).

Lástima que a medida que avanza la acción ésta vaya perdiendo sentido del humor (sus únicas bazas) y, por el contrario, vaya ganando un cierto tono subliminal que pretende hallar poética en el vuelo de unas gaviotas. Si el filme posee ideas de partida de interés mediano -el retrato del universo familiar, la relación paterno-filial que se establece con el propietario de la funeraria- éstas se van difuminando ahogadas por una banda sonora tan estridente como omnipresente que no deja espacio para que ningún otro elemento estético se desarrolle, ni siquiera, con funcionalidad. El éxito americano del film de Takita podría ser puramente anecdótico, pero en realidad surge de la apreciación del sector más conservador de la industria americana por el cine mainstream asiático. Que Despedidas posea una estructura clásica, unas formas suavizadas, un argumento prefijado a las normas de todo taller de guión de barrio, personajes cómicos como contrapunto a las situaciones dramáticas convierte su visionado en algo que podríamos calificar de cómodo. Al fin y al cabo no es tan diferente de una mala película norteamericana.