Image: Alquimistas de la luz

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Cine

Alquimistas de la luz

Jimmy Gimferrer y Xavi Giménez, cara a cara ante el estreno de Aita y Cruzando el límite

12 noviembre, 2010 01:00

Jimmy Gimferrer (Foto: S. Enríquez-Nistal) y Xavi Giménez (Foto: Óscar Espinosa)

Jimmy Gimferrer y Xavi Giménez. Ambos directores de fotografía, catalanes y pertenecientes a la misma generación, representan dos formas distintas de abordar la imagen cinematográfica. Gimferrer fue galardonado en el pasado festival de San Sebastián por Aita, de José María de Orbe. Giménez, que ha prestado su mirada a Amenábar y Balagueró, debuta como director con la valiente Cruzando el límite. El Cultural ha hablado con ellos sobre ambos filmes, que se estrenan hoy.

La imagen que piensa. Eso debería ser el cine según Godard, alguien a quien Jimmy Gimferrer (1972, Girona) gusta de citar con exactitud. Y también a Salvador Dalí, a Bob Dylan, a Jean Renoir, a Jean-Marie Straub, a Andy Warhol... Para el reciente ganador a la Mejor Fotografía en San Sebastián, el cine es también un conjunto de imágenes pensantes. "Tengo unas fuertes convicciones morales sobre el arte -asegura-, y el cine que me interesa es el que quiere expresarse por la vía poética. No me interesan los proyectos estrictamente comerciales, quiero que mis imágenes tengan una fuerte carga moral y por eso nunca hago publicidad, que considero políticamente satánica".
Con esta tarjeta de presentación, Gimferrer oposita como el director de fotografía más sedicioso de la industria, un outsider que, como los viejos maestros que nutren su discurso, aún cree firmemente en adjetivos como "incorruptible" o "fanático". En verdad, su filmografía habla por sí sola. A su trabajo para la película semiexperimental Aita, de José María de Orbe, le precede su intervención en los dos largometrajes de Albert Serra: Honor de cavallería y El cant dels olcells, probablemente los ‘ovnis' cinematográficos de mayor prestigio internacional del reciente cine español, criaturas mimadas por el Festival de Cannes y la cinefilia francesa debido entre otras cosas a los resultados plásticos que Gimferrer obtiene de la imagen digital.
El director de fotografía Xavi Giménez (Barcelona, 1970), por su parte, ha desarrollado una carrera más acorde con los protocolos de la industria. Desde que debutara a las órdenes de Jaume Balagueró en el thriller terrorífico Los sin nombre (1999), donde un atmosférico tenebrismo teñía unas imágenes en deuda con el corolario de penumbras de El silencio de los corderos, Giménez ha prestado sus ojos a realizadores como Juan Carlos Fresnadillo (Intacto, 2001), Javier Fesser (La gran aventura de Mortadelo y Filemón, 2003), Brad Anderson (El maquinista, 2004) o Alejandro Amenábar (Ágora, 2010), posicionándose en dos décadas de carrera entre los jóvenes fotógrafos más solicitados del cine español.

Una ópera prima de impacto
"No sé si la versatilidad es mi gran virtud, es más bien una necesidad que va con el cargo: tratar de crecer en el aspecto visual para ayudar a los directores con las herramientas de las que dispongo", explica Giménez, quien ha decidido en todo caso luchar contra uno de los estigmas que persiguen al director de fotografía: la dificultad crónica para encontrar su propia voz. Con su debut como director, se ha propuesto explorar aquellas preocupaciones que como operador no había podido desarrollar del todo. El resultado, Cruzando el límite, es una ópera prima de impacto, una película congraciada con el exceso y la audacia visual donde ha volcado sus reflexiones en torno a la transformación del ecosistema de imágenes que nos rodean. "Llevo un tiempo estudiando cómo afecta el consumo de la imagen a los adolescentes, y quería hacer una historia sobre las nuevas formas de enfrentarse al audiovisual y cómo eso produce una desafección emocional entre padres e hijos", explica. Mientras Giménez estrena hoy Cruzando el límite, también llega a las pantallas españolas Aita, el trabajo por el que Gimferrer obtuvo el premio en San Sebastián. En la naturaleza de ambas películas emerge un manifiesto alejamiento de cómo ambos operadores han concebido su trabajo.

Mientras Cruzando el límite es un filme intenso, ruidoso, lunático, crudo y con hechuras de verdadero rara avis, pero sin descuidar su condición de "producto de consumo cercano a la serie-B" (en palabras de Giménez), Aita es una película amiga del reposo y la serenidad, filmada a lo largo de varios años y con no actores, donde su director, José de María de Orbe, cede todo el protagonismo a una casona familiar que simboliza la historia de Euskadi y sus fantasmas. "José María [de Orbe] insistía en que la historia estuviera al servicio de la imagen, lo cual ya era muy seductor para mí -explica Gimferrer-, y también que lo difícil era captar la luz del País Vasco, plateada, blanquecina, tenue". Cruzando el límite está inspirada en hechos reales sucedidos en Estados Unidos al poner en escena los duros métodos represivos de un "centro de modificación de conducta" para adolescentes díscolos. "Con una batería de imágenes, sonidos y de recursos formales, hemos querido generar la sensación de dolor que se sufre en estos centros", sostiene Giménez. Simetrías y niveles de lectura

Una dinámica en favor del vértigo audiovisual que contrasta con un filme como Aita, cuyas referencias estéticas van de Rothko a Gioto, rodado enteramente en planos fijos, "buscando encuadres que juegan todo el rato con la dualidad de dónde tiene que mirar el espectador, si al personaje o al fondo del cuadro, estableciendo simetrías y varios niveles de lectura".

Cuando el cine parece haber perdido su capacidad originaria para deslumbrar, Gimferrer se afana en rescatar las huellas espectrales de la imagen visible. "Esa es mi obsesión: desenterrar lo extraordinario de lo ordinario, lo fantástico de lo cotidiano". En su conversación saltan con frecuencia palabras como "galáctico", "esotérico" o "psicodelia", atributos que bien pueden glosar las aspiraciones de Aita, en esencia una película de fantasmas, los del cine y los del País Vasco. Giménez busca en la imagen, sin embargo, "la mejor forma de acompañar el drama y hacerlo visible para los sentidos, porque aquello que se ve debe percutir directamente en las emociones". Su metodología pasa entonces por realizar una minuciosa investigación previa antes de abordar cualquier proyecto. "En eso soy muy metódico -explica el director de Cruzando el límite-. Preparo las películas con intensidad. Intento investigar al máximo para que el drama que quiere generar el director tenga la máxima potencia visual. Ruedo muchos tipos de película en la preparación".
Gimferrer también asegura que el proceso de investigación previo es importante, sin embargo todo depende del director para el que se trabaja -"con Albert Serra, por ejemplo, apenas mantengo unas conversaciones muy abstractas al inicio del rodaje y luego me deja captar la imagen como yo quiera"- y sobre todo de algo que considera crucial: hacer de cada película un nuevo desafío. "Procuro no sofisticarme y no acomodarme -asegura-, sino reinventarme en cada proyecto y probar cosas que nunca he probado. Soy un absolut beginner porque cada película es como mi primera película".

Por su procedencia se les conocerá. Y es que la formación de ambos operadores representan formas bien distintas de desarrollar sus trabajos. Es cierto que ambos son grandes cinéfilos, pero mientras Giménez procede del ámbito académico -se formó en la antigua ESCAC de Barcelona-, el aprendizaje visual de Gimferrer, un omnívoro del cine, proviene especialmente del trabajo de gigantes de la iluminación como Sven Nykvist, Raoul Coutard, Chris Menges, Renato Berta o Néstor Almendros. "Ser completamente autodidacta no es una limitación -explica Gimferrer-. En mi caso, es una ventaja, pues me nutro del fanatismo y la confianza. Mi método es dudar lo mínimo. Cuando las decisiones provienen de la máxima confianza es difícil cometer errores, y eso se acaba percibiendo en la pantalla".

La intuición, por lo tanto, por encima de la técnica, aquella en la que Giménez confía plenamente, porque la considera "absolutamente imprescindible para un trabajo profesional y porque no todos los elementos creativos de un filme responden a una respuesta intuitiva". En todo caso, asegura que la capacidad que tiene el director de fotografía de "contagiar" su mirada a la película es muy limitada, pues "el director es el dueño absoluto del filme", y el operador no puede más que "aportar creatividades para que el director las gestione".

Ambos han desarrollado las armas de su oficio al calor de unos tiempos revueltos para el cine, al galope de la revolución digital de la imagen, y mientras Gimferrer ha rodado la mayoría de sus trabajos en formato digital -con resultados asombrosos-, Giménez ha preferido rodar Cruzando el límite en el tradicional 35mm, si bien asegura que el rodaje en vídeo "ha modificado por completo las reglas del juego, toda la cultura popular, pues aporta unas texturas y unas formas de aproximarse a la imagen completamente nuevas".

La encrucijada del digital
No sin cierta ironía, Gimferrer maneja sus propias teorías sobre el cine pos-digital: "Lo que intentan hacer muchos operadores con el digital es imitar el cine, cuando yo creo que el digital en realidad ha abierto más posibilidades para el director que para el fotógrafo, quien al fin y al cabo acaba lidiando con lo mismo: el valor de una imagen". Con esa predisposición ha fotografiado recientemente el cortometraje en vídeo de una debutante -"la historia de una epifanía titulada Los ojos despiertos", de Aline Casagrande-, pues su compromiso no es "con los proyectos y realizadores mediáticos, sino con aquellos guiones que despierten mi interés y aquellos directores con los que me pueda entender". En el futuro casi inmediato, Gimferrer volverá a trabajar con Albert Serra, quien en verano de 2011 rodará un filme realmente extrovertido en el que Gimferrer tiene depositada su máxima ilusión. Titulado Casanova contra Drácula, "será una película minimalista, donde seguiremos explorando ese regreso al origen del cine, cuando la imagen no se había intoxicado de banalidad y tenía algo realmente puro que decir". También tiene en perspectiva un filme "muy libre y muy salvaje" con el autor filipino Raya Martin, "que será un turmix de formatos", así como un documental con Andrés Duque sobre cineastas underground españoles antes de Iván Zulueta. "Mi motor sigue siendo la ilusión. Sin ella, simplemente no trabajo". Giménez, que no concibe su paso a la dirección como "un salto hacia adelante" en su carrera, sino como "una forma de profundizar en mis propias obsesiones estéticas", prefiere no revelar ningún proyecto cercano, si bien asegura que tratará de involucrarse en aquellos filmes que "no antepongan la literatura a la estética, pues tengo la sensación de que el cine se ha llenado de palabras y ha ahogado el valor de la imagen pura". Lo dicho, dos alquimistas de la luz que abogan por la imagen pensante.