Image: Identidades trastocadas

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Cine

Identidades trastocadas

21 diciembre, 2012 01:00

Infancia clandestina, de Benjamín Ávila

Entre el relato de iniciación y el thriller político, el debutante Benjamín Ávila recrea en 'Infancia clandestina' la lucha guerrillera de sus padres en los años setenta. Se trata del filme designado por Argentina para concurrir al Oscar.

Las representaciones de lucha política en los periodos sangrientos, no muy lejanos, de la historia argentina, ya son prácticamente un subgénero. Algunas heridas, qué duda cabe, no han terminado de cicatrizar, permanecen abiertas en los hijos de aquellos militantes que se enfrentaron a la opresión de la dictadura militar de los años setenta. Benjamín Ávila es uno de ellos. Su debut con Infancia clandestina reconstruye el relato semi-autobiográfico de la clandestinidad y activismo guerrillero de sus padres, colocando al espectador en la piel de un niño (Teo Gutiérrez Moreno) que da el paso a la adolescencia (y a los primeros amores y rebeldías) en el terrible momento en que sus progenitores (Natalia Orerio y César Troncoso) regresan del exilio para incorporarse a la contraofensiva montonera de 1979, identificada con la izquierda peronista.

Los relatos protagonizados por un niño que forma su visión del mundo en la atmósfera represiva de una dictadura no dejan de ser un lugar común. Los ejemplos recientes son múltiples, sobre todo en la cinematografía iberoamericana: Kamchatka (Marcelo Piñeyro, 2002) en Argentina, Machuca (Andrés Wood, 2004) en Chile, El año que mis padres se fueron de vacaciones (Cao Hamburger, 2011) en Brasil... y en España no faltan tampoco muestras engalonadas en el prestigio y el éxito, desde Secretos del corazón (Montxo Armendáriz, 1997) a Pa negre (Agustí Villaronga, 2010), que con la seguridad que proporciona toda recreación del pretérito pueden ya hacer explícito aquello que en el presente era apenas sugerido metafóricamente, como hiciera Víctor Erice en la esencial El espíritu de la colmena (1973). Los jóvenes protagonistas, cuyas vidas e identidades se ven inevitablemente trastocadas por un contexto determinante, atisban el mundo con una mirada que siempre se las apaña para ver todo lo relevante... todo lo que precisan guión y espectador.

La mirada de Juan, el niño, que en la clandestinidad a la que está obligado adoptará el nombre de Ernesto -en alusión al Che-, camina de la inocencia y el desconcierto hacia una clara toma de conciencia política. Reside en la exploración autobiográfica de Infancia clandestina cierto carácter terapéutico. Benjamín Ávia introduce anecdóticos fragmentos de animación, cortesía del dibujante Andy Riva, que súbitamente rompen la representación convencional en carne y hueso del relato. Se intuye una doble intención en ello. En su vertiente poética, los insertos animados dan forma a recuerdos traumáticos (especialmente momentos de violencia, cuyo efecto recuerda más a Kill Bill que a los trastornos amnésicos de Vals con Bashir), mientras que apelando al pragmatismo, la decisión de Ávila de recurrir a la animación le evita rodar escenas que podrían resultar más complejas mediante una narración explícita.

Héroes o extremistas, la lucha clandestina de una familia determinada a restaurar la democracia aunque sea a balazos permanece siempre al dictado de un retrato que se quiere más humano que político, más sentimental que historicista. Elegida para representar al cine de Argentina en los Oscar, Infancia clandestina juega sus cartas haciendo confluir la pericia técnica con la energía dramática, vehiculada por un buen elenco de actores. Bajo las vestiduras de un relato de iniciación en convivencia con el thriller político, los trágicos años de infancia de Juan (o Ernesto, o Benjamín) se ven así tomados por una emoción concreta. Quizá no muestre nada realmente nuevo del período que retrata, pero al menos lo hace con una intensidad, eficacia y sinceridad infrecuentes. Aplausos.