Image: El cine vulgar es inadmisible

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Cine

El cine vulgar es inadmisible

Por Jaime Rosales

1 marzo, 2013 01:00

Abbas Kiarostami y Víctor Erice en la exposición Correspondencias de la Casa Encendida

El International Film Festival IBAFF, de Murcia, arranca el lunes con la presencia estelar de Abbas Kiarostami, que impartirá un taller. Centrado en el gran cine de autor, el certamen organiza asimismo un encuentro de Víctor Erice y Jaime Rosales con el director iraní. Rosales, autor de 'La soledad', escribe para El Cultural sobre la enorme influencia que ambos maestros han ejercido en su cine.


Víctor Erice

Durante el tiempo que estuve estudiando cine -primero en EEUU, luego en Cuba, finalmente en Australia-, en un periodo que va desde 1994 a 1998, Erice suponía para mí el referente en España del tipo de cine que me interesaba hacer. En otros países, especialmente en Francia, Italia, Japón y Rusia, existían muchos otros referentes de un tipo de cine serio y sensible de elevada calidad artística. Antonioni, Passolini, Bresson, Tarkovsky, Bergman, Ozu y Dreyer eran los referentes más alejados en el tiempo. Lars von Trier, Kusturica, Kaurismäki, Angelopoulos y Godard eran los más contemporáneos. El único referente español de ese tipo de cine era Víctor Erice. Existía y sigue existiendo Almodóvar, por supuesto. Y considero que Almodóvar es un ejemplo admirable. Ha construido a lo largo de muchos años una carrera envidiable y ejemplar en todos los sentidos. Pero la sensibilidad de Erice me parecía más próxima a la mía. Al igual que la sensibilidad de Antonioni me parece más cercana, por poner otro ejemplo, que la de Fellini. Es muy importante, cuando uno está estudiando, tener un referente en su propio país. Al fin y al cabo, a no ser que uno pretenda desterrarse física y culturalmente -que no era mi caso a pesar de haber estudiado fuera-, uno necesita ver que es posible hacer lo que desea en su tierra. Por eso el ejemplo real y cercano de esa posibilidad es fundamental. En ese sentido, tan importante puede ser Bayona hoy en día para un estudiante español que desee hacer cine hollywoodiense, como lo era Víctor Erice para mí en aquellos años, cuando aspiraba a hacer cine moderno de alta calidad industrial. Si Erice no hubiese existido, si su obra no hubiese alumbrado nuestra cinematografía nacional, cineastas que han crecido bajo su estela de influencia como José Luís Guerín, Marc Recha o yo mismo, lo hubiésemos tenido mucho más difícil. Ese fue el valor del cine de Erice para mí en esos años fundamentales de formación. Representaba la prueba de que una aspiración similar era razonable.

Abbas Kiarostami

La primera película que vi de Abbas Kiarostami fue El sabor de las cerezas. Me impactó que un trabajo tan pequeño -en cuanto a sus medios de producción- pudiera llegar tan lejos. Casi todo sucede dentro de un coche en tres escenas con cuatro personas en total. ¿Cómo logra con tan poco contar y mostrar tanto? Eso está al alcance de muy pocos. No me viene en estos momentos a la memoria ninguna otra película que haya sabido exprimir tanto jugo de tan poco. Luego me interesé por ver sus películas anteriores y, lógicamente, me he interesado por las que ha venido realizando más tarde. En 2004 tuve la fortuna de participar en un curso que impartió en Londres. En ese curso se mostró extremadamente generoso en el saber. Nos contó innumerables trucos de maestro para dirigir actores. Sobre todo para dirigir actores no profesionales incorporando técnicas de improvisación. En aquel curso éramos un grupo muy heterogéneo. Había artistas, estudiantes e intelectuales varios de todas las edades. No era el clásico taller de realización para estudiantes de cine. Creo que yo era el único que había realizado un largometraje de ficción pero eso no importaba. A todos nos consideraba igualmente creativos independientemente de nuestra experiencia. Todas las ideas eran bienvenidas y constructivamente analizadas. Conseguía contagiar su entusiasmo por la creación en todo momento. Recuerdo que conmigo era especialmente exigente. Me hizo repetir tres veces mi ejercicio. Yo no entendía qué estaba mal. Era una correcta realización del guión que había creado y que había sido aprobado bastante entusiastamente por él. Además no desmerecía en absoluto en relación a los demás trabajos de mis compañeros. Pero él me exigía más. Faltaba intensidad en las interpretaciones. Faltaba verdad. La realización era buena; no había nada que cambiar respecto al trabajo de cámara y sonido. Su obsesión era la interpretación. Lograr el máximo verismo. Por eso me hizo rodar tres veces la misma película. Para mejorar las interpretaciones. En realidad esa ha sido la base de todo su cine: sencillez en el manejo de la cámara -alejada de todo esos aparejos industriales- y un extremo rigor en la verdad del actor/personaje. Esa fue la gran lección de sus clases y creo que lo es de su cine en general.

Jaime Rosales

¿Dónde me encuentro yo respecto a estos dos maestros con los que compartiré mesa redonda en el IBAFF? Bueno, en la posición de un cineasta que ha sido alumno de uno de ellos y que ha sido inspirado por el ejemplo del otro. Mi cine es deudor del ejemplo de Erice y de prácticas concretas que aprendí con Kiarostami. De Erice el mayor aprendizaje que he sacado es el del compromiso vertical. Es un hombre de una verticalidad absoluta. No negocia. Su hacer cinematográfico no admite rebajas ni recortes. Es el todo o la nada. Aunque desgraciadamente, como sabemos, a veces ha ganado la nada. Pero ese compromiso, ese contrato que establece consigo mismo y con el espectador es recto. Considera al espectador alguien sensible e inteligente. Eso mismo he intentado aplicar en mi cine: considerar al espectador como alguien sensible e inteligente. Para Erice, al igual que para Kiarostami, lo vulgar no es de recibo. Hacer cine vulgar es inadmisible. No se trata de dificultar de forma masoquista el trabajo del espectador. Pero tampoco se trata de facilitárselo como si aquél fuera incapaz de emplearse en la lectura de la película. Porque una película para Erice o Kiarostami no es un entretenimiento, no es un divertimento. Es algo importante. Es algo que posee la capacidad de transmitir emociones e ideas profundas. Sin que eso quiera decir que sean emociones o ideas sesudas ni sofisticadas. El cine de ambos es un cine sencillo. Que habla con sencillez y delicadeza de cosas de la vida. Ese ejemplo, o esa misma filosofía, he intentado aplicarla en mi cine. De Kiarostami tengo que decir que mi última película, Sueño y silencio, simple y llanamente no la hubiese podido concebir sin haber pasado por su taller de creación. En él aprendí la posibilidad de la toma única, base del trabajo de puesta en escena de la película. También de él aprendí una manera de dirigir actores no profesionales. Es una técnica que consiste en preparar a los actores sin darles apenas información del proceso. Ellos no conocen el guión. En algunas situaciones no saben ni siquiera que la cámara está rodando. Tienen que dejarse llevar por la situación que propone el director y nada más. Ni nada menos, pues no es nada fácil. Con una técnica similar Kiarostami realizó una parte de El sabor de las cerezas. Una parte completamente improvisada y otra más construida. Porque para Kiarostami, al igual que para Welles y para muchos otros, el cine es un artefacto de ilusionismo. El truco no ha de verse. En el cine, que trabaja con emociones, el truco ha de ser tan perfecto que la emoción debe ser absolutamente real. Ese es el gran aprendizaje de Kiarostami, creo. El truco es... que no debe haber truco.