Image: Aquellos profetas del descalabro

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Cine

Aquellos profetas del descalabro

22 enero, 2016 01:00

Ryan Gosling en una escena de La gran apuesta

¿Estupidez, villanía o fraude sistémico? Adam McKay se toma muy en serio los efectos de la burbuja financiera en La gran apuesta, que, con Ryan Gosling, Christian Bale y Brad Pitt, llega a los Oscar con varias nominaciones.

La burbuja financiera hipotecaria, el secreto proceso de su evolución a lo largo de los años, el globo que se infla y se infla antes del pinchazo apocalíptico... todo ese galimatías también puede dar lugar a la tensión dramática. Incluso existencial. Eso es lo que se propone, y consigue con resultados realmente asombrosos, Adam McKay en La gran apuesta.

La película se construye sobre las conquistas de todo ese cine que ha tratado de explicarnos la crisis económica en los últimos siete años no solo para sintetizarlo, sino para sofisticarlo, mejorarlo, aclararlo (o lo contrario) y conducirlo a su extenuación. Acabamos, de hecho, exhaustos como espectadores y deprimidos como ciudadanos. Pero, en fin, qué podíamos esperar de una película que, sin olvidar que es un producto de Hollywood -y que busca entretener y llegar al espectador, y que no rehuye el humor ni el estímulo inmediato ni las grandes estrellas- se toma perfectamente en serio el material fraudulento que a larga escala se convirtió en el corazón del sistema financiero. Es más, se toma en serio sus efectos: el fin del mundo tal y como lo habíamos conocido. Por eso nos deprime.

El paradigma al que se han enfrentado todos los que lo han intentado, pongamos que desde Charles Ferguson (Inside Job) hasta Ramin Bahrani (99 Homes) pasando por J.C. Chandor (Margin Call) o David Cronenberg (Cosmópolis), es la gran dificultad de articular dramática o poéticamente el contenido de la crisis. Aunque sigamos extraviándonos en el embrollo de las hipotecas sub-prime, los derivados financieros y las incontroladas valoraciones crediticias -ya se encargó la banca de inventar un lenguaje que el ciudadano medio no podía entender, y dejar así el mundo en sus manos-, y aunque la mayor parte del tiempo no podamos explicar exactamente qué está ocurriendo -a pesar de los esfuerzos por introducir cápsulas de didactismo en el guión-, La gran apuesta sí nos da la opción de entender por qué está ocurriendo. Convertir las complejas abstracciones de las altas finanzas de Wall Street en algo excitante y hasta divertido es, desde luego, un avance.

Apostar contra La Banca

Todo se debe al magnetismo de su enfoque, basado no en vano en personajes y acontecimientos reales que Michael Lewis aglutinó en su novela The Big Short: el drama se centra en las tribulaciones de aquellos tipos que sí vieron lo que iba a ocurrir, que detectaron las fisuras del sistema antes de que saltara por los aires. ¿Y qué hicieron con esa información? En esencia, sacar provecho de ella, es decir, apostar contra la banca cuando todo el mundo confiaba en su solidez. Los iconoclastas del sistema son Michael Burry (Christian Bale), asesor con plenos poderes en una firma de inversiones; Mark Baum (Steve Carrell), broker desencantado que emprende una cruzada contra el sistema, y los jóvenes Jamie Shipley (Finn Wittrock) y Charlie Geller (John Magaro), compañeros de universidad que crearon su empresa de inversiones en un garaje y acabaron entrando en las grandes ligas financieras. Gravitando alrededor de todos ellos transitan el cínico Jared Vennet (Ryan Gosling) y el gurú Ben Rickert (Brad Pitt), verdaderos profetas del descalabro.

Acaso la gran pregunta inscrita en el filme, y que no acepta respuestas inequívocas, es hasta qué punto todo fue producto de la estupidez o de la villanía, de la irresponsabilidad o del fraude sistémico. El retrato moral de los personajes, que en manos del cómico McKay (es el tipo responsable de Hermanos por pelotas y las entregas de Anchorman), y la inesperada ambición de la película, capaz de competir con el lobo de Scorsese en su cóctel de adrenalina y locura, no hace sino reafirmarnos en una desilusión y pesimismo que en el magnífico epílogo del filme resultan casi intolerables. La gran apuesta no nos hará más felices ni menos estúpidos. Pero al menos nos previene de nosotros mismos.

@carlosreviriego