Icíar Bollaín: "No se trata de perdón sino de segundas oportunidades"
En 'Maixabel' la directora cuenta la insólita reconciliación entre la viuda de Juan María Jáuregui, asesinado en el año 2000, y su asesino, Ibon Etxezarreta
24 septiembre, 2021 12:45ETA terminó de manera oficial en 2011 pero el rastro de dolor y terror que dejó su trayectoria sanguinaria aún sigue vivo en la memoria y las entrañas de muchos. Icíar Bollaín (Madrid, 1967) aborda la película más ambiciosa y difícil de su filmografía en Maixabel, donde cuenta la insólita reconciliación entre la viuda de Juan María Jáuregui, gobernador de Guipúzcoa asesinado en el año 2000 y su asesino, Ibon Etxezarreta. Blanca Portillo se mete en la piel de Maixabel Lasa y Luis Tosar en la del antiguo etarra en una película sobre la sanación de un dolor inimaginable y el largo camino del otro para asumir la dimensión del daño causado. “Prefiero ser la viuda de Juan Mari a tu madre”, le espeta. “Y yo preferiría ser Juan Mari a ser quien soy”, contesta el otro.
Actriz ubicua en el cine español de los años 90 después de debutar en El sur (1983) de Víctor Erice, Icíar Bollaín ha dirigido filmes de gran éxito y prestigio como Te doy mis ojos (2003), También la lluvia (2010), El olivo (2016) o la reciente La boda de Rosa (2020), Bollaín se alía con Isa Campo, habitual colaboradora de Isaki Lacuesta, para construir una película en la que Maixabel, y su hija María, que se niega a ver a los asesinos de su padre, nos revelan el dolor de las víctimas (ahí está esa amiga, cuyo marido también fue asesinado, que sobrevive con veinte pastillas al día) y el mundo de los presos etarras, donde imperó la obediencia a la banda. Unos treinta, de ochocientos, se acogieron a la Vía Nanclares, que suponía el reconocimiento del dolor causado y la renuncia a la banda. Algunos, aún menos, se reunieron con sus víctimas para pedir perdón. Dice Bollaín que muchos jóvenes españoles e incluso del País Vasco no saben quién fue Miguel Ángel Blanco y que es importante recordar aquellos años de terror para que “a nadie se le vaya la cabeza y piense que es una buena idea. La principal idea de esta película es que la violencia es devastadora”.
Pregunta. Jon Sistiaga contó esta historia en su documental ETA, el final del silencio. ¿Por qué quería trasladarla a una película con actores?
Respuesta. El documental se hizo cuando ya estábamos embarcados en el proyecto. Nos lo propusieron Koldo Zuazua y Juan Moreno que llevaban mucho tiempo detrás de hacer una película sobre los encuentros entre antiguos etarras y sus víctimas. Cuando leí el artículo de Mónica Ceberio en El País en el que había entrevistas de las víctimas que habían participado me dejaron del revés. La idea de que alguien se quiera encontrar con la persona que más daño le ha hecho me dejó muy impactada, había allí mucho de lo que hablar. Las víctimas son lo principal, claro, siempre. Hay una revictimización de las víctimas, por supuesto. Lo primero que hay que hacer es recordarlas, reconocerles su condición de víctimas, reconocer lo que pasó, que estuvo mal, que es injusto. En San Sebastián están poniendo placas donde se produjeron los asesinatos y eso es muy necesario.
P. ¿Por qué Maixabel?
R. Fui con Isa (Campo) a conocer a Maixabel y me dejó muy impresionada. Es un referente no solo por los encuentros, también por su trabajo en la Oficina de Víctimas del Terrorismo, y por la manera en la que habla, cuando tiene que ser crítica lo es mucho y es dura, es una mujer que no tiene miedo y cuenta las cosas como son. Y me impresiona su apuesta por el diálogo y la convivencia. Al mismo tiempo, esta es una historia que no es representativa. Son muy poquitos los ex terroristas que se acogieron a la vía Nanclares y del perdón y también fueron pocas las víctimas que se quisieron reunir con ellos.
P. ¿Hasta cierto punto ese dolor de las víctimas de atentados etarras nos supera a quien no lo haya vivido?
R. Si no vives lo que han vivido ellos no puedes saber lo que han sentido. Puedes intentarlo, puedes interpretarlo como hace Blanca Portillo de una manera tan maravillosa. Es una cosa terrorífica, es injusto, es arbitrario, es una cosa atroz. Es muy difícil meterse allí.
P. ¿Es posible perdonar una atrocidad semejante?
R. Maixabel cree profundamente en las segundas oportunidades, incluso con la persona que más daño le ha hecho. Ella ha trabajado siempre por la convivencia. Fuera del País Vasco se puede ver como que ETA se ha acabado y es una cosa del pasado. Pero en el País Vasco hay muchas víctimas que siguen viviendo con ello, que tienen que convivir. Esta gente acaba saliendo de la cárcel y ella cree que es mejor que estén arrepentidos. Hay otra cosa. Quiere decirles lo que ha sufrido, quiere que lo sepan. Quiere saber cosas, si conocían a Juan Mari, si sabían a quién han matado. Quiere entender por qué. Luego las conversaciones son demoledoras porque ven la arbitrariedad con la que ocurrió y la banalidad con que se ejecutaba.
P. ¿Cómo suceden esos encuentros entre ex terroristas y sus víctimas?
R. Los encuentros son individuales y personales, pero están enmarcados dentro de la justicia restaurativa, se hizo de una manera muy profesional, se preparó a estas personas psicológicamente para que su arrepentimiento fuese sincero. La justica restaurativa es algo que sucede en todo el mundo y se hace de una manera estructurada, tiene un protocolo. Han sido lo excepcional y es perfectamente comprensible. Cuando escribíamos la historia nos dimos cuenta de que María, la hija de Jáuregui, es con quien el espectador se puede identificar de una manera más fácil. Todos entendemos cuando le dice a su madre “haz lo que quieras, yo no puedo”. Esa postura merece el máximo respeto, es totalmente comprensible.
P. Vemos también el proceso de reconocimiento del daño causado por el terrorista. ¿Cómo quería reflejarlo?
R. Es un tema tabú también. Maixabel no se encontró con los “terroristas”, se encontró con dos que habían hecho un camino personal muy largo y muy duro de reconocer el daño causado. Me parecía que era muy interesante también contar esta historia, cómo llegas de matar al arrepentimiento. ¿Qué camino has hecho? Te das cuenta de cómo deslegitiman la violencia a medida que lo narran. Pasan de un ideario, una obediencia y ves cómo van poco a poco encarándose con sus acciones. Conocer su viaje en el fondo es verbalizar lo que ellos hacen, deslegitimar la violencia. También por eso tenía valor escucharles. A Maixabel le ha hecho bien. Si no les das opción de integrarse, salen como héroes. La redención, el arrepentimiento, son valores del ser humano. Yo creo que la gente puede cambiar.
P. ¿Hay algo cristiano en esta historia?
R. Son grandes valores cristianos: el arrepentimiento, el perdón… Desde luego, son también valores universales y capacidades del ser humano muy positivas. Maixabel nunca habla de perdón, habla de segundas oportunidades. Eso no está tanto en la ecuación. El objetivo de los encuentros no es el perdón, es reparar a la víctima, porque les hace bien que reconozcan el daño causado. Y el poder hablar, expresar al agresor, y a la sociedad, lo que has vivido. Eso ayuda a sanar.
P. ¿Todos merecemos una segunda oportunidad?
R. El sistema penal contempla el castigo pero también la reinserción. En Reino Unido (donde reside Bollaín) hay muchos programas de justicia restaurativa. El otro día leía la historia de unos padres cuyo hijo fue asesinado por otro a la puerta de una discoteca. El asesino era otro chaval que iba hasta arriba de drogas. Los padres de la víctima se encuentran con este chico en la cárcel. Se me ponen los pelos de punta de pensarlo. Cuando les preguntaron por qué lo habían hecho contestaron que ya se había perdido una vida, que no se pierdan dos. Porque si ese chico sale a la calle habiendo visto el daño causado sale de otra manera.
P. En un momento de la película un etarra que sigue las directrices de la banda le dice a Etxezarreta que “fuera del colectivo hace mucho frío”. ¿Pagan un precio alto por su arrepentimiento quienes deciden seguir ese camino?
R. Son muchos años en la cárcel dando vueltas y tienen tiempo para pensar. Entraron de jóvenes en un contexto y en un entorno en el que se veía a ETA de una manera heroica. Son pocos los que han hecho este ejercicio de autocrítica, veintitantos de los ochocientos presos que ha tenido la banda. Y para esos pocos ha sido un proceso muy largo y complicado. Los tuyos te ven como un traidor y el resto de la sociedad como un asesino. No me da pena pero no es fácil. Romper con el colectivo significa acogerse a los derechos que tienes. Pueden aprender un oficio y estar mejor preparados para la reinserción. Los presos de ETA que estaban bajo el control o la dirección del colectivo no participaban de la vida penitenciaria: no trabajaban, no cogían permisos, no hacían talleres… Vivían solos y aislados por voluntad propia, no reconocían el Estado español ni su situación. Los encuentros con las víctimas también les abren esa puerta a ser conscientes de la realidad. Además, hubo varios talleres en los que las víctimas hablaron. Se quedaron alucinados cuando supieron que su calvario no terminaba con el asesinato: el aislamiento que sufren, que después se ensañan con ellas, les hacen llamadas… Se quedaban a cuadros e insisto, me refiero a estos veinte, no a los que salen como héroes. Eso es inenarrable, es vergonzoso. Yo no he hablado con esos presos. Fuera de los encuentros, no he hablado con nadie del entorno de ETA.
P. ¿Qué pasa cuando los presos salen de las cárceles y comienzan a vivir a pocas calles de a quienes destruyeron la vida?
R. En El País Vasco hay que convivir. Desde fuera puedes borrarlo. Pero allí el problema está en la puerta de al lado, entre tus primos, en tu cuadrilla… Los partidos políticos vascos hablan de una manera distinta, incluso el PP, porque tienen que convivir. Los discursos maximalistas son difíciles para la convivencia, y no es que no condenen la violencia de ETA, es que pasan más cosas. Hay una realidad en la que tienen que seguir viviendo. Hay un momento en el que Maixabel dice eso de “prefiero ser la viuda de Juan Mari a tu madre”, y él contesta, “y yo preferiría ser Juan Mari a Ibon Etxezarreta”. Cuando estás allí, te da cuenta de que hay que hablar, no vale con pasar o ser maximalistas. Los etarras han sido unos hijos de puta pero hay que enfrentarse al dolor que hay por todos lados. Vemos el dolor de la madre de Ibon, esa mujer que ha tenido un hijo que ha matado. Ese dolor me estremece también. El desgaste de haber vivido con la barbarie día a día, la forma en que se normalizó la violencia.