Stanislaw Lem: más allá de 'Solaris'
En el centenario del escritor, la semana de cine fantástico y de terror de San Sebastián proyecta las adaptaciones de sus obras realizadas en su país
28 octubre, 2021 15:28Del 29 de octubre al 5 de noviembre, en pleno Halloween, como viene siendo tradicional desde hace ya más de tres décadas, la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, dentro de su amplia programación y en colaboración con el Instituto Polaco de Cultura de Madrid, ofrece este año una breve retrospectiva de varias películas basadas en obras del escritor polaco Stanislaw Lem, incluyendo una estupenda selección de cortometrajes animados —entre ellos los firmados por Krzystof Dębowski, con guion del propio Lem y música de Penderecki: Un viaje al cosmos (1961) y La trampa (1962) también conocido como Un planeta desierto— además de dos largometrajes realizados el mismo año 1978: El hospital de la transfiguración de Edward Żebrowski, basado en la novela de rasgos autobiográficos del mismo título, una de sus relativamente escasas obras fuera del género de ciencia ficción, que permaneció inédita en castellano hasta su estupenda edición en Impedimenta; y El test del piloto Pirx, de Marek Piestra, adaptación del cuento 'El proceso', perteneciente al ciclo de historias Relatos del piloto Pirx (generalmente incluido en el segundo volumen del mismo, Más relatos del piloto Pirx).
De gran interés también es la proyección del cortometraje realizado para la televisión por Andrzej Wajda, Milhojas (1968), única película de ciencia ficción del gran director, basada en el relato corto '¿Existe verdaderamente Mr. Johns?', publicado en 1955 y convertido por el propio Lem en obra teatral radiofónica. Curiosamente, el guion para radio, con el título de '¿Existe verdaderamente Mr. Smith?', sería la primera obra del escritor traducida y publicada en nuestro país, al menos que yo sepa, ni más ni menos que en el número 2, mayo de 1968, de la mítica revista española de ciencia ficción Nueva Dimensión. También es la única versión que gozó del beneplácito de Lem, quien despreciaba la mayoría de adaptaciones de sus obras, con excepción de los cortos animados y del televisivo filme de Wajda.
Lem perteneció a esa estirpe de escritores de ciencia ficción poco o nada complacientes con el Séptimo Arte (pensemos en las diatribas de Arthur C. Clarke contra Kubrick o, especialmente, en el caso de Isaac Asimov, quien nunca concedió en vida permiso para que se filmara obra suya alguna y debe estar revolviéndose en la tumba, ante la recién estrenada serie Fundación), despreciando con su verbo ácido e hiriente aquellas películas que, por otro lado, contribuyeron a popularizar su nombre dentro y fuera de Europa del Este, algunas de ellas firmadas por realizadores tan interesantes como Żebrowski o el mismísimo Andrei Tarkovski.
Es bien conocido el irónico desprecio con que Lem trató al gran cineasta ruso, no sólo durante las negociaciones y encuentros entre ambos, en vistas a la realización de la segunda y más famosa versión de una de sus mejores novelas: Solaris, verdadero epítome del pensamiento del autor, que ya había sido adaptada a la televisión en 1968, sino incluso más aún después de ver apenas veinte minutos del filme terminado. Según recoge detalladamente Wojciech Orlinski en Lem. Una vida que no es de este mundo, la definitiva biografía del escritor recién publicada por Impedimenta, el autor expresó así de claramente su punto de vista respecto al clásico de 1972, premiado en Cannes: “No ha rodado Solaris, sino Crimen y castigo (…) Pero, ante todo, que se atreviese a incluir a la mat´, a la madre, que representaba a Rusia, a la Familia, a la Tierra. Eso ya sí que me cabreó”.
Al agnóstico Lem, que tantas veces a lo largo de su obra hace hincapié en los delirios tanto místicos como metafísicos de religión y filosofía, la aproximación espiritual, atormentada y moral de Tarkovski no podía sino disgustarle: nunca fue capaz de terminar de ver la película, ni siquiera en televisión. Años después, tampoco tuvo palabras mucho mejores para la versión dirigida en 2002 por Steven Soderbergh. En un artículo titulado 'The Solaris Station' y publicado en su propia web, el escritor, si bien alababa la dirección artística del filme, afirmaba con su más cortante sarcasmo que “...el libro no está dedicado a los problemas eróticos de la gente en el espacio exterior… Como autor de Solaris me permito recordar que solo buscaba crear la visión del encuentro de la humanidad con algo que realmente existe, en una forma quizá superior, pero que no puede reducirse a conceptos, ideas o imágenes humanos. Por eso el libro se llama Solaris y no Amor en el Espacio Exterior”. De Crimen y castigo a Love Story, la cosa no había mejorado especialmente para Lem.
El desprecio del escritor por las películas basadas en sus obras comienza ya desde la primera de ellas. Destino Espacial: Venus (1960), de Kurt Maetzig, fue una coproducción entre Polonia y Alemania Oriental, que adaptaba la también primera novela del escritor: Astronautas. A Lem, cada vez más distanciado y enfadado con los productores alemanes, que acabaron por hacerse con el control del proyecto, el resultado final le pareció una “gran tontería” y a punto estuvo de exigir que retiraran su nombre de los títulos de crédito. La película, que conoció un popular remontaje en Estados Unidos que aligeraba su duración y, sobre todo, su propaganda anti-americana, con el título de First Spaceship on Venus, es, en realidad, una muy digna Space Opera, que conserva bastantes elementos del libro original (de nuevo publicado por Impedimenta), estando más cerca de las mejores superproducciones del género de Hollywood, como Regreso a la Tierra (1955) o Planeta prohibido (1956), que de la Serie B. Las escenas en Venus gozan de una espectacular escenografía y diseño de producción, onírico y surreal, verdaderas portadas de pulp en movimiento, que alcanza involuntarios ecos casi lovecraftianos. Pero como los disgustos nunca vienen solos, Lem se llevaría otro poco después, esta vez por culpa de los checos.
En efecto, el director Jindrich Polák y su guionista Pavel Jurácek barajaban la idea de realizar una película basada en otra novela del escritor: La nebulosa de Magallanes, pero finalmente prefirieron tomar un buen puñado de detalles de la obra, escribir su propio guion… y ahorrarse cualquier pago de derechos. Viaje al fin del universo, título español de Ikarie XB-1 (1963), se ganó así doble repulsa por parte del escritor, quien de un lado demandó a los cineastas y de otro opinaba que la película era “dos veces peor que La estrella silenciosa (título original alemán de Destino Espacial: Venus)”. El propio Orlinski confiesa no saber a qué acuerdo llegó Lem con los productores, si alguno, pero el caso es que en un mundo donde el concepto de “derechos de autor” era bastante frágil, estando en manos de una burocracia kafkiana, así como de las distintas legislaciones de las antiguas repúblicas socialistas bajo yugo soviético, no sería la última vez que el escritor fuera víctima de un “atraco”.
En 1973, se quejaba amargamente: “los hermanos húngaros me han robado a Pirx, están transformándolo en una miniserie sin mi consentimiento”. Y poco o nada pudo hacer al respecto. Pero, independientemente de todo esto… ¿son tan “malas” realmente Destino Espacial: Venus y Viaje al fin del universo? Por supuesto que no. De hecho, la segunda es una excelente muestra de ciencia ficción adulta adelantada a su tiempo, elegida por Kubrick para ser visionada por el equipo de 2001, una odisea del espacio (1968). Elementos de ambas, como el reparto inclusivo y el escenario utópico de una futura y pacífica federación terrestre del primero, o las aventuras con estructura episódica de una nave pionera, lanzada al espacio en busca de nuevas formas de vida y planetas habitables en Ikarie XB-1, se reconocen fácilmente en la génesis de la original Star Trek, creada por Gene Roddenberry pocos años después, en 1966.
Sin embargo, es comprensible que Lem se sintiera bastante descontento con el trato que recibían sus obras literarias en la industria cinematográfica polaca. Él lo que hubiera deseado, por supuesto, es que al menos alguna de sus novelas fueran llevadas a la pantalla por los miembros del prestigioso estudio cinematográfico Kadr, cuna de la Nueva Ola polaca, fundado en 1955 y donde vieron la luz las grandes obras de Wajda, Kawalerowicz o Munk. Lamentablemente, pese a los intentos por ambas partes, que llegaron hasta la confección de varios guiones, esta colaboración nunca fructificó… Salvo en el caso del citado cortometraje Milhojas (también conocido como Roly Poly y como Layer Cake, que vienen todos a ser el mismo pastel), que se convirtió de inmediato en favorito de Lem, gracias también a la interpretación del comediante Bogumil Kobiela, el Peter Sellers polaco. No es para menos. En sólo media hora, Wajda utiliza elementos visuales del Pop Art, con una coreografía satírica y grotesca de ritmo endiablado, para contar esta entretenida farsa filosófica. Un vodevil de humor negro que esconde cuestiones ontológicas trascendentales y quizá hoy más pertinentes que nunca, a la vista de la evolución de la cirugía, la genética y las políticas de identidad. Curiosamente, Milhojas guarda más de una semejanza, tanto formal como argumental, con el episodio de Historias para no dormir titulado El trasplante, dirigido y escrito por Narciso Ibáñez Serrador (con su pseudónimo de Luis Peñafiel), el mismo año 1968 que el telefilme de Wajda y la publicación en Nueva Dimensión de la versión radiofónica de Lem.
Otra excepción, puro cine de autor, sería la versión de El hospital de la transfiguración firmada en 1979 por Edward Zebrowski, coguionista habitual de Kieslowski, quien consigue en su sobrio y oscuro filme reflejar contundentemente tanto la diatriba contra el tratamiento de las enfermedades mentales en la Polonia de los años 40, en un tono que puede hacer pensar incluso en Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), como más aún la sistemática locura criminal de los oficiales de la Gestapo que se hacen cargo del hospital, tras la invasión alemana. Ya se puede imaginar el lector lo que quiere decir en este caso “hacerse cargo”. Pero ni por esas. Como explica perplejo el biógrafo de Lem: “El hospital de la transfiguración ha superado con creces la prueba del tiempo. (…) Por eso quedé muy sorprendido al leer las quejas que intercambió Lem con Bereś en su correspondencia. Casi cinco páginas de puros lamentos en las que no rescata nada positivo.” En fin, se ve que Lem era difícil de contentar, así que no cuesta imaginar lo que debió pensar de la simpática producción El test del piloto Pirx de Marek Piestrak.
Director de lo que podría denominarse genuina Serie B de los Países del Este, Piestrak es autor de filmes de puro género como la estimable Wilczyka (1983), primera película de licántropos polaca, no carente de cierta gracia ingenua y gótica a la vez —todo un éxito de público, que conocería una secuela en 1990—, y en 1973 había pedido a Lem permiso para rodar ni más ni menos que La investigación, una de sus obras más extrañas, kafkianas y enigmáticas, que juega con la novela-problema policial para deconstruirla cruelmente. El caso es que, pese a la falta de medios y para sorpresa de todos, Lem no quedó disgustado por el producto final, realizado para la televisión polaca, por lo que no tuvo mayor problema en dejar que Piestrak adaptara también uno de los mejores relatos de su carismático personaje, el piloto Pirx. El resultado es una coproducción con la URSS que, pese a ello, sigue careciendo de medios suficientes para competir con las películas de Hollywood del momento, pero que se beneficia del empeño de su director y equipo por sacar adelante un thriller de ciencia ficción competente, que, por cierto, adapta con notable fidelidad el original literario, si bien añade algunos elementos para aumentar el metraje que, especialmente en el giro final, no dejan de tener su gracia. No es raro, sin embargo, que Stanislaw Bereś, el hombre que más largo, tendido y extendido entrevistó a Lem, comentara al escritor: “Se me pone la piel de gallina al pensar en lo que le dirás a Piestrak sobre la película”, a lo que este contestó: “Con que se le ponga la piel de gallina al director es suficiente”. Pese a todos sus defectos El test del piloto Pirx tiene su encanto, y deja también testimonio, un año antes que Alien y tres antes que Blade Runner (1982), de que la idea de androides replicantes —los “nolineares”, en la terminología de Lem— y, en especial, de la dificultad para descubrirlos si se infiltran entre la tripulación de una nave espacial, así como la utilización de los interrogatorios basados en el Test de Touring para identificarlos, puede que pertenezcan tanto o más a Lem que a Philip K. Dick, de quien, por cierto, el autor polaco se convirtió en némesis y pesadilla privada.
En cualquier caso, pese a su desprecio siempre teñido de cortante ironía, Lem siguió cediendo los derechos de sus obras para ser llevadas a la pantalla, generalmente más a la pequeña que a la grande, y habitualmente basándose antes en relatos, como los protagonizados por el nada fiable pícaro espacial Ijon Tichy o por el honesto piloto Pirx, que en sus complejas novelas. Hasta una historia divertida pero claramente menor como la citada “¿Existe verdaderamente Mr. Johns?” sería filmada repetidamente a lo largo de los años.
¿Por qué no hizo Lem como Asimov, prohibiendo expresamente las adaptaciones de su obra? Sencillamente, porque el cine y la televisión fueron en buena medida su pasaporte literario y hasta personal más allá de las fronteras de Polonia y la Europa del Este. En un tiempo y lugar en los que la censura, el control estatal y las sospechas de traición ponían infinitas trabas a los artistas, escritores e intelectuales tras el Telón de Acero, las películas dieron a Lem la posibilidad no sólo de aumentar sus ganancias económicas sino, sobre todo, de viajar más o menos libremente a Rusia, Alemania Oriental y Occidental e incluso a otros países europeos. Su nombre, en alas de Tarkovski, Żebrowski o Piestrak, sonaba en Cannes, Avoriaz y muchos otros festivales internacionales, llamando la atención de los agentes literarios, proporcionándole contratos con Estados Unidos e Inglaterra, poniéndole en contacto con el mundo de la ciencia ficción anglosajona (con el que mantuvo relaciones de amor/odio igualmente correspondidas), y no hay duda de que un filme como Solaris de Tarkovski fue el mejor representante del escritor en todo el mundo. La situación de Lem, en un país comunista donde, por lo demás, la ciencia ficción y el fantástico vivían a la sombra de del Realismo Socialista, no era en absoluto comparable a la de quienes como Asimov, Clarke o Heinlein podían darse el lujo de exigir fidelidad a las posibles versiones de sus obras o, simplemente, rechazar las opciones y seguir escribiendo al margen de Hollywood, con notable éxito económico y literario.
Por otra parte, tampoco es que el caso de Lem sea raro. Lo extraño es lo contrario: autores, tanto dentro como fuera de la ciencia ficción, que se sientan satisfechos con las versiones fílmicas de sus obras, incluso cuando estas se muestran en mayor o menor medida infieles. El ejemplo de un Ballard, que no tuvo siempre sino buenas palabras tanto para Spielberg como para Cronenberg por las adaptaciones que realizaran de sus novelas, es extremadamente singular. Conociendo la obra y algo también de la vida y carácter del escritor polaco, tampoco sería extraño que hasta disfrutara ejercitando su implacable y agudo sentido del humor a costa de las “fallidas” versiones de sus libros, divirtiéndose íntimamente con las cáusticas palabras que tan demoledoramente solía dedicar a directores y guionistas.
Tras el fallecimiento de Lem, en 2006, el cine ha seguido encontrando en él una fuente difícil pero fructífera de inspiración. Cineastas como el húngaro Pater Sparrow con 1 (2009), los hermanos Quay con su cortometraje de animación Maska (2010), el israelí de origen polaco Ari Folman con su depresiva y brillante El congreso (2013), o el también húngaro György Pálfi con His Master´s Voice (2018), se han aproximado a sus obras con total adoración, pero también sin prejuicios, reinterpretando de forma libre cuando no libérrima sus argumentos, personajes y temas. Es dudoso que el autor les concediera su visto bueno. Pero quizás, en el fondo, siempre supiera que su legado literario e intelectual, incluso su personalidad y lo que encarna, no son sino una metástasis involuntaria pero inevitable de su propia y más grande invención: Solaris. Y como en ella, flotando en el vacío del espacio de nuestra imaginación y nuestros deseos insatisfechos, todos, cineastas, lectores y espectadores, vemos en Stanislaw Lem, más allá y más acá del propio autor, solo aquello que queremos o podemos ver.