Las 25 mejores óperas primas de la historia del cine español
Con motivo del Día del Cine Español, El Cultural elige los mejor debuts en el largometraje de ficción, empezando por 'Vida en sombras' y acabando con 'Cinco lobitos'
6 octubre, 2022 03:16Desde la reflexión sobre los pliegues de la pasión cinematográfica de Llorenç Llobet-Gràcia en Vida en sombras (1948) hasta el retrato de la maternidad sin filtros de Alauda Ruiz de Azúa en Cinco lobitos (2022), pasando por el primer guion de Azcona, la obra maestra inmortal de Víctor Erice, el trabajo más punk de Almodóvar o el ejercicio posmoderno de Carlos Vermut, El Cultural selecciona las mejores óperas primas de nuestra cinematografía para celebrar el Día del Cine Español.
Vida en sombras (1948), de Llorenç Llobet-Gràcia
El único largometraje profesional del director amateur Llorenç Llobet-Gràcia, rodado a fianles de los cuarenta con Fernando Fernán Gómez y María Dolores Pradera como protagonistas, estuvo olvidado durante años, hasta que varias restauraciones (la última de 2012, realizada por la Filmoteca de Cataluña) dieron relevancia a la sorprendente modernidad de un filme con un aura de película maldita que no seguía los preceptos oficiales del cine nacional de los cuarenta ni se guiaba por el interés comercial. La historia sigue a Carlos, un joven apasionado por el cine desde niño que, convertido en reportero bélico en los primeros días de la Guerra Civil, tiene que lidiar con la muerte de su mujer Ana, y lo hace a través de los videos caseros en los que ella era protagonista. Un densa reflexión sobre los pliegues de la pasión cinematográfica que es al mismo tiempo ópera prima y testamento de su autor, que se arruinó para sacarla adelante.
Esa pareja feliz (1951), de Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem
Primer zarpazo de Berlanga y Bardem a la sociedad de su época. Comenzaba el consumismo desenfrenado y también una carrera cinematográfica que pondría ante el espejo (con humor, sutileza y regates con la censura) una España que dejaba atrás el trauma de la guerra y que se abría a nuevas rutas económicas. Fernando Fernán Gómez (Juan) y Elvira Quintillá (Carmen) simbolizan un proceso histórico en el que no faltan guiños al cine en forma y fondo. Hay que tener en cuenta que, por encima de todo, el tándem lo componían dos cinéfilos debutantes que miraban sin complejos a Italia y a Hollywood. Para la antología del gran cine, una escena final inesperada cargada de simbolismo… y de retranca.
Segundo López, aventurero urbano (1953), de Ana Mariscal
Aunque se hizo actriz por pura casualidad, acompañando a su hermano Luis Arroyo a un casting cuando era estudiante de Ciencias Exactas, Ana Mariscal se convirtió enseguida en una de las grandes estrellas del cine español al protagonizar en 1941 junto a Alfredo Mayo Raza (José Luis Sáenz de Heredia), el propagandista filme del régimen ideado por el mismo Franco bajo el pseudónimo de Jaime de Andrade. Durante una década, Mariscal reinaría en la pantalla -con filmes para Luis Lucia, Ignacio F. Iquino o Manuel Mur Oti- y en los escenarios, pero al llegar los años cincuenta decide con gran valentía situarse al otro lado de la cámara -no era nada habitual que lo hiciera una mujer en aquella época- creando la productora Bosco Film. En 1953 estrenó este filme, una comedia sobre un hombre de provincias que llega a Madrid con la intención de ganarse la vida y, sin embargo, lo que logra es perder el poco dinero que traía. Con toques de neorrealismo italiano, Segundo López, aventurero urbano sedujo a la crítica del momento por su vivaz reflejo del costumbrismo madrileño, aunque se estrelló en taquilla. El filme es sin embargo una muestra del talento de una directora que acabaría triunfando en los 60 con su adaptación de El camino, de Delibes.
El pisito (1958), de Marco Ferreri e Isidoro M. Ferry
Aunque El pisito esté firmada por Marco Ferreri e Isidoro M. Ferry, en realidad el segundo tan solo ejerció de productor y puso su nombre para que el proyecto se pudiera librar de las restricciones sindicales que sufrían los extranjeros para trabajar en la industria del cine española. Ferreri, nacido en Milán en 1928, llegó a España como representante comercial de los objetivos Totalscope, la versión italiana de los Cinemascope estadounidenses, pero no consta que lograse ninguna venta. En Madrid, eso sí, hizo buenas migas con Rafael Azcona, por entonces colaborador de la revista La Codorniz, y se dispuso a adaptar al cine su novela El pisito. El mismo Azcona la convirtió en guion, siendo también el primero de su inigualable trayectoria. El pisito, protagonizada por José Luis López Vázquez y Mary Carrillo, aborda las dificultades que tiene una pareja para encontrar un piso que les permita casarse. Con un humor negrísimo y un buen número de situaciones disparatadas, Ferreri y Azcona incidían en los problemas de los españoles de a pie, desmarcándose del cine patriótico de la época y dándole una vuelta de tuerca al neorrealismo italiano.
Los golfos (1960), de Carlos Saura
En este filme, Carlos Saura -que había conseguido poco antes el Diploma en dirección cinematográfica en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC)- se propone pintar un cuadro realista del Madrid de finales de los 50 y mostrar a esos jóvenes de los arrabales, perdidos y sin oportunidades, que hasta la fecha habían sido siempre orillados en los relatos del cine español. Inspirándose en El Jarama de Ferlosio, y partiendo de un reportaje periodístico del Premio Nacional de Literatura Daniel Sueiro, Saura nos cuenta la historia de seis chavales que sobreviven como pueden, a base de pequeños hurtos y rapiña. Uno de ellos, que trabaja como cargador en el mercado de frutas de Legazpi, sueña con ser torero y el resto trata de ayudar para que lo consiga. Rodada en exteriores y con actores no profesionales, el visionado del filme supone un auténtico viaje al pasado que estuvo nominado a la Palma de Oro en el Festival de Cannes.
La tía Tula (1964), de Miguel Picazo
Licenciado en el IIEC -que en 1961 pasaría a denominarse Escuela Oficial de Cine (EOC)-, donde conoció a otros directores adscritos al Nuevo Cine Español como Carlos Saura, Basilio Martín Patino, Manuel Summers, Mario Camus o José Luis Borau, Miguel Picazo debutó en el cine con La tía Tula, adaptación de la novela de Miguel de Unamuno de 1917, que triunfó en taquilla y obtuvo un gran reconocimiento de la crítica. El filme, protagonizado por una Aurora Bautista en estado de gracia, se introduce en los sentimientos íntimos de una solterona que, tras fallecer su hermana, tiene que hacerse cargo de sus sobrinos y de su cuñado (Carlos Estrada), con el que pronto la relación comienza a estrecharse. Picazo sabe actualizar la historia al clima de represión sexual que primaba en la España de provincias de la época, sin incurrir en sentimentalismos innecesarios y sin dejar de lado una cierta ironía. Un filme redondo.
Nueve cartas a Berta (1966), de Basilio Martín Patino
Organizador de las Conversaciones de Salamanca de 1955, en donde brotó el discurso que defendió ese Nuevo Cine Español al que pertenecían también Saura y Picazo, Martín Patino -que se graduó en la EOC en 1961- fue el más comprometido con la idea de retratar “la situación por la que estaba pasando el hombre español, sus conflictos y su realidad” ya desde su primera película, Nueve Cartas a Berta, que milagrosamente sorteó la censura y ganó la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián. La película está protagonizada por Lorenzo (Emilio Gutiérrez Caba), alter ego del propio cineasta, un joven que, en sucesivas cartas, le cuenta a la Berta del título, a la que ha conocido en un viaje a Londres, cómo es y cómo se siente esa España de los años 60 que ella no conoce, ya que es hija de españoles exiliados. La voz en off de Lorenzo inunda la grises y opresivas imágenes de un filme que se convirtió en icono de una juventud desmoralizada.
La busca (1966), de Angelino Fons
Siguiendo el molde realista que Miguel Picazo elaboró para La Tía Tula, Angelino Fons adaptó la célebre novela de Pío Baroja logrando un éxito de crítica y público que le convirtió en la gran promesa del cine español de la segunda mitad de la década de los 60, expectativa que no logró satisfacer con su segundo filme, el mediocre musical Cantando a la vida (1968), ni con los que vendrían después. Ambientada en el Madrid de 1900, La busca sigue los pasos de un joven de provincias que llega a la capital para ganarse la vida y, tras probar suerte en varios trabajos de poca monta, acaba involucrándose en el mundo de la delincuencia y la prostitución. Destaca la música de Luis de Pablo y la interpretación de un sobresaliente Jacques Perrin, que ganó la Copa Volpi por este trabajo y por su actuación en Un hombre dividido, de Vittorio De Setta.
Ditirambo (1969), de Gonzalo Suárez
Gonzalo Suárez es un rara avis en esta lista. Su trayectoria comenzó realizando informes sobre partidos de fútbol para el entrenador Helenio Herrera en el Inter de Milán. De ahí pasó al periodismo deportivo en la Barcelona de los años 50, y a entrevistar a personajes tan célebres como Buñuel, Dalí o el exdictador Batista, mientras empezaba a publicar sus primeros cuentos y novelas. Dolido con Vicente Aranda por no dejarle codirigir el guion que había creado para Fata Morgana (1965), en 1966 se inició en la dirección por su cuenta con dos cortometrajes y dos años después dirigió su primer largo, Ditirambo, producido precisamente por el presidente del Inter de Milán, Angelo Moratti. Protagonizada por él mismo en la piel de un detective adusto y honesto que debe encontrar a la amante de un escritor fallecido por encargo de la viuda, es una muestra de cine experimental, arriesgado y vanguardista que no tenía precedente en nuestro cine y al que dio continuidad con títulos como El extraño caso del Doctor Fausto (1969) o Aoom (1970).
El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice
El espíritu de la colmena trasciende las categorías de ópera prima y de cine español para situarse, simplemente, como una de las mejores películas de todos los tiempos. Víctor Erice debuta con una historia que propone un discurso universal sobre la infancia, el tiempo de posguerra y el propio cine. Situada en un pequeño pueblo de Castilla a mediados de los años cuarenta, la historia arranca con Ana -Ana Torrent en la interpretación infantil más asombrosa que se recuerda- asistiendo con su hermana a la proyección de El doctor Frankenstein (James Whale, 1931), lo que marcará su percepción del lúgubre mundo que le rodea, marcado por la ausencia y el silencio. La película ganó la Concha de Oro en San Sebastián.
Tigres de papel (1978), de Fernando Colomo
Con Tigres de papel, Fernando Colomo inició una nueva manera de pensar, producir y rodar películas. Licenciado en Arquitectura, con colegas de profesión montó la productora La salamandra (en homenaje a la película de Alain Tanner), y se lanzó con cuatro perras y un grupo de novatos en todos los departamentos a revolucionar el cine de la Transición. Sobre el telón de fondo de las elecciones del 77, la película expone los problemas, las contradicciones y la soledad de una pareja progre separada que descubrirá que no está tan liberada de los tabúes sociales como ellos creen. Para reducir costes, Colomo rueda secuencias muy largas (hasta nueve minutos) con sonido directo (algo completamente novedoso en aquel momento) y apuesta por la naturalidad en las interpretaciones de unos actores más o menos desconocidos, entre los que destaca Carmen Maura. Además, fue el primer filme de aquello que se llamó la comedia madrileña y también el primero que introdujo los porros en pantalla.
Ópera prima (1980), de Fernando Trueba
Si Colomo inventó la comedia madrileña, Fernando Trueba realizó la película más representativa del género (aunque el director siempre ha rechazado esta etiqueta, porque considera que la utilizaban para limitar el alcance de las obras). La película surge de un chiste fácil. Colomo, que sería el productor del filme, le dijo a Trueba que ya era hora de que rodará su primera película y este le respondió que cuando lo hiciera sería la historia de un personaje que se lía con su prima, que vive en Ópera. Y de eso va la película, que es una descacharrante y vitalista comedia romántica con inspirados gags. Además, fue el primer filme en el que vimos a Antonio Resines y el primero de esta lista en la que la EOC ya había sido clausurada. Trueba procedía de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, que le sirvió de poco para aprender el oficio, según sus propias palabras.
Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), de Pedro Almodóvar
Pedro Almodóvar también vio frustrado su sueño de entrar en la recién cerrada EOC cuando se trasladó a los 18 años a Madrid. Sin embargo, consiguió un puesto de ordenanza en Telefónica, que conservó durante doce años, lo que le permitió vivir la movida madrileña a todo trapo: fue miembro del grupo teatral Los Goliardos, formó el dúo musical Almodóvar & McNamara, publicó relatos y viñetas contraculturales en El Víbora… A finales de los 70 se decidió a rodar su primera película, con la que supo capturar mejor que ninguno el espíritu de aquellos años de fiesta madrileños, aplicando el ideario punk (do it yourself) a la producción y el rodaje, que se alargó un año. Protagonizada por Luci (Eva Sisa), una ama de casa abnegada; Pepi (Carmen Maura), su vecina moderna, y Bom (Alaska cuando todavía no había cumplido la mayoría de edad), una rockera diabólica, se trata de una comedia anárquica y descarada que insufló nuevos aires al cine español. Eso sí, en su momento coleccionó polémicas (la humorística escena de la violación, la lluvia dorada…) y duras críticas.
Tasio (1984), de Montxo Armendáriz
Montxo Armendáriz, que durante los años 70 fue profesor de electrónica en el Instituto Politécnico de Pamplona, conoció a Anastasio Otxoa cuando rodaba un documental sobre los carboneros de Navarra a principios de los 80. Enseguida se enamoró de la personalidad de este hombre de setenta y tantos años que había renunciado a someterse a las normas sociales de la vida moderna para seguir viviendo en el monte y se decidió a escribir un guion sobre su historia. Durante un año, el director trató de conseguir una productora sin éxito hasta que se cruzó en su camino Elías Querejeta, que aceptó financiar la película respetando su visión y la condición de contar con actores desconocidos de Euskadi. Además, lo rodeó de grandes técnicos como José Luis Alcaine (dirección de fotografía), Gerardo Vera (dirección artística), Pablo G. Del Amo (montaje)... El resultado es un filme poético y honesto, técnicamente prodigioso, en el que Armendariz muestra un dominio del lenguaje cinematográfico inusitado para un debutante, y que cuenta con una de las escenas finales más hermosas de todo el cine español.
Alas de mariposa (1991), de Juanma Bajo Ulloa
Curtido en el cortometraje, que a partir de los 80 es la auténtica escuela de cine en nuestro país, con tan solo 24 años Juanma Bajo Ulloa se lanzó a rodar su primer filme, que tuvo que producir él mismo junto a su hermano Eduardo con la ayuda de toda su familia. A toda prisa, prepararon el corte final para estar en la sección oficial de San Sebastián, ya que no les quedaba dinero para publicidad y tampoco tenían asegurada la distribución, y ganaron contra todo pronóstico la Concha de Oro, un éxito que se prolongó en los Goya con los galardones a mejor director novel, mejor guion original y mejor actriz para Silvia Munt. La película, realizada con una eficaz sencillez, narra el efecto que tiene en una niña la frustración de su familia por no haber tenido un hijo varón. Con episodios truculentos, y navegando entre el drama y el thriller, Alas de mariposa es un cuento siniestro para adultos.
Vacas (1992), de Julio Medem
Hombre de biografía rocambolesca -entre otras cosas, fue plusmarquista español en 110 metros vallas y crítico de cine, para acabar licenciándose en Medicina y Cirugía General en la Universidad del País Vasco-, Julio Medem debutó en el cine con Vacas tras varios cortos y estrenar en TVE Martín, un mediometraje producido por Querejeta. Escrita por él mismo y Michel Gaztambide, y producida por Sogecable, el filme plantea la historia de dos familias de un pequeño valle guipuzcoano que mantienen relaciones tortuosas, marcadas por la violencia y las pasiones, a lo largo de tres generaciones. Con un intenso prólogo ambientado en la tercera guerra carlista, la película brilla por el peculiar manejo del tiempo que plantea Medem, con un sobresaliente Carmelo Goméz interpretando hasta a tres personajes de una misma familia, y por un estilo narrativo y visual que se emparenta con el realismo mágico, aquí entroncado con el folclore vasco. Mención especial para la música de Alberto Iglesia. Vacas conquistó los grandes premios de los festivales de Tokio y Montreal y Medem se llevó el Goya al mejor director novel.
Nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto (1995), de Agustín Díaz Yanes
En 1988 Agustín Díaz Yanes asistía al estreno de la primera película que partía de un guion escrito por él mismo, Baton Rouge (Rafaél Monleón). Por entonces ya contaba con 38 años, pero todavía faltaban algunos más para que su gusto por el cine negro norteamericano impregnara para siempre el devenir comercial del cine español, creando una tendencia que todavía pervive en la actualidad y que nos ha dejado grandes películas como La isla mínima (Alberto Rodriguez, 2014) o No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu, 2011). Finalmente, consiguió sacar adelante su primera película con 45 años, algo con lo que seguramente ni soñaba cuando tan solo era un aficionado al séptimo arte que estudiaba Historia en la Universidad Complutense. La película arrasó en los Goya, logrando ocho cabezones: mejor película, dirección novel, guion, actriz para Victoria Abril, actriz de reparto para Pilar Bardem, música, montaje y dirección de producción. Diáz Yanes demostraba que se podía hacer en España un thriller con el pulso de los grandes maestros de Hollywood.
Hola, ¿estás sola? (1995), de Icíar Bollaín
Icíar Bollaín dio sus primeros pasos en el cine como actriz, protagonizando cuando tenía tan solo 16 años El sur (1983), la segunda película de Víctor Erice. Desde entonces realizaría multitud de trabajos como intérprete, pero a mediados de los noventa, tras abandonar la carrera de Bellas Artes, decidió probar suerte como directora. Tras un par de cortos, se lanzó a rodar Hola, ¿estás sola?, partiendo de un guion propio en el que contó con la colaboración de Julio Medem. La película narra la historia de un viaje y una amistad entre dos chicas de veinte años que tienen en común un pasado sin afectos, un presente en el que no tienen nada que perder y un futuro todo lo abierto que quieran. Una peculiar road-movie que aportó frescura al cine de la época y una necesaria mirada femenina, que no era tan habitual a pesar de encontrarnos ya en el 95. Candela Peña y Silke aportaban verdad a una historia que acababa tocando la fibra.
Tesis (1996), de Alejandro Amenábar
Alejandro Amenábar fue otro renegado de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense. Abandonó la carrera antes de acabarla al considerar que estaba demasiado alejada de la práctica del cine. Por entonces, ya había seducido a José Luis Cuerda con su corto Himenóptero (1992) y este se decidió a producirle su primer largometraje, Tesis. El filme, ambientado precisamente en la mencionada Facultad de Ciencias de la Información, se introducía en una intriga sobre el oscuro mundo de las snuff-movies. El joven director demostraba un dominio de la intriga y de la tensión a la que Hitchcock no le hubiese puesto ninguna pega. Tras llamar la atención de la crítica en el Festival de Berlín, la película conquistó siete premios Goya: película, director novel, actor revelación para Fele Martínez, guion original, dirección de producción, montaje y sonido.
Familia (1996), de Fernando León de Aranoa
Una premisa irresistible, un desarrollo medidísimo y un humor negro e inteligente convirtieron Familia en uno de los mejores filmes de la década de los 90. Su director, Fernando Leon de Aranoa, tras licenciarse en Comunicación Audiovisual en la Complutense, venía de trabajar en los guiones de la serie Turno de Oficio, en el programa Un, dos, tres… responda otra vez y en los especiales de Martes y Trece. En la película, Santiago (un divertidísimo Juan Luis Galiardo), después de levantarse, baja a la cocina, donde lo espera toda la familia para felicitarlo por su cumpleaños. Desvelar más de la trama, significaría estropear la película a quién no la haya visto. En cualquier caso, León de Aranoa monta una cruda reflexión sobre la institución familiar que supuso el regreso a la actuación de Amparo Múñoz y que nos descubrió a Elena Anaya.
Las horas del día (2003), de Jaime Rosales
Tras licenciarse en Ciencias Empresariales y estudiar cine en Cuba y Australia, Jaime Rosales regresó a España para rodar su primera película. Las horas del día es el más bressoniano acercamiento a la figura del asesino en serie que existe. La película nos habla de un ser anodino, con una vida cotidiana aburrida y exenta de emociones, que de vez en cuando mata. El impacto del filme procede de la ausencia de explicaciones psicologistas, de la negación de un esquema narrativo clásico y de la frialdad de la puesta en escena, optando Rosales por evitar introducir incluso partitura musical. Sin olvidar el magistral trabajo de Àlex Brandemühl como protagonista. La película obtuvo el Premio de la Crítica Internacional en la Quincena de Realizadores de Cannes y dos nominaciones a los premios Goya: mejor director novel y mejor guion.
Diamond Flash (2011), de Carlos Vermut
Carlos Vermut, que procedía del mundo de la ilustración y había publicado varios cómics, realizó su primera película con 25.000 euros (lo que había sacado de los derechos de explotación de la serie animada Jerry Jamm de RTVE) y tres personas en el equipo técnico y, además, la estrenó vía online, en Filmin. Aunque lo realmente sorprendente de este filme underground no es precisamente su confrontación a los esquemas clásicos del cine industrial, sino su extraordinaria calidad, que la aupó a lo alto de las listas de lo mejor del año en muchas publicaciones. La película es un peculiar relato de carácter posmoderno cuyo gran misterio es un hombre enmascarado que aparece y desaparece de manera intermitentemente del relato. “Diamond Flash pone en escena un verdadero ejercicio de funambulismo en torno a las expectativas y las explicaciones, de manera que la película va creciendo hasta convertirse en un enorme signo de interrogación que quizá deje más preguntas que respuestas en el aire, pero que en ningún momento pierde su fuerza de atracción.”, escribía el crítico Carlos Reviriego en El Cultural sobre la película.
Verano 1993 (2017), de Carla Simón
Carla Simón acaba de refrendar con Alcarràs (2022), con la que ha hecho historia ganando el Oso de Oro de Berlín, todo lo que ya se percibía en su filme de debut, que ya triunfó en el festival de la capital alemana con el premio a la mejor ópera prima. Rodada en catalán (la única de la lista), Verano 1993 está basada en hechos autobiográficos, con una mezcla de memoria personal, trauma existencial y reconstrucción de uno mismo. Cine entendido como el tapiz desde el que investigar y tomar conciencia de tu propia historia, de lo que aconteció y experimentó una niña de seis años cuando su madre desapareció víctima de un virus -los padres de la cineasta murieron a causa del VIH cuando alrededor del sida había prejuicio y desconocimiento- y se enfrentó a una nueva realidad acogida en adopción por sus tíos. Los fantasmas de Cría cuervos y de El espíritu de la colmena, el pulso de Lucrecia Martel o Mia Hansen-Love se manifiestan en sus imágenes como si fuera una solución de perfumes delicados. La película sobrecoge mientras se abre a la dulzura y la sensualidad.
Las niñas (2020), de Pilar Palomero
Ganadora de la Biznaga de Oro en el Festival de Málaga, Las niñas, debut en la dirección de Pilar Palomero, nos sitúa en la España de los años 90 para brindarnos una visión desmitificadora de la época y un sensible retrato del despertar a la vida. Nos cuenta el mundo desde el punto de vista de Celia, una niña de 12 años que tiene que crecer en una sociedad todavía dominada por la mojigatería y el clericalismo. Un filme hermoso y conmovedor en el que lo importante son los gestos, las rutinas significativas y las miradas, con una gran Natalia de Molina en el papel de madre soltera y sufriente. El filme ganó cuatro premios Goya: película, dirección novel, guion y fotografía. No podemos más que ansiar que su nueva película, La maternal, muy celebrada en el Festival de San Sebastián, llegue ya a la cartelera.
Cinco lobitos (2022), de Alauda Ruiz de Azúa
Alauda Ruiz de Azúa se acerca a la maternidad en Cinco lobitos, pero evitando esos planteamientos humorísticos o épicos que tantas veces hemos visto en el cine español. Aquí asistimos a la maternidad en crudo, sin filtros, desde una mirada íntima y honesta, real y cotidiana, que apela a cualquier padre primerizo. Los primeros minutos del filme reflejan la dificultad de la pareja protagonista, treinteañeros instalados en la precariedad laboral, para conciliar la vida con la llegada al mundo de su primer bebé. El llanto inconsolable de la niña es la banda sonora de los compases iniciales. Después, el filme muta sutilmente para poner el foco en la relación de la protagonista (Laia Costa) con sus padres (enormes Susi Sánchez y Ramón Barea) y revelar sus secretos, sus cuitas, sus afectos y sus costumbres.