En definitiva, Bella surge como una figura enigmática que ahora el griego Yorgos Lanthimos lleva a la gran pantalla manteniéndose fiel al espíritu de la novela, pero tomándose las licencias necesarias para reforzar la dimensión contemporánea del texto.

De hecho, en el filme, el doctor, rebautizado como Max McCandles, nunca describe con locuacidad la naturaleza contradictoria de Bella, ya que Lanthimos y su guionista Tony McNamara renuncian al collage de testimonios escritos que estructuraba la obra de Gray. En su lugar, Pobres criaturas, la película, despliega un exuberante universo fantástico que hereda la estética retrofuturista y el tono satírico de La naranja mecánica (1971) de Stanley Kubrick.

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Planteada como un festín de transgresiones temáticas y formales, la película deambula entre la comedia, el terror y la aventura hibridando referentes de la novela gótica y el teatro británico. Willem Dafoe da vida al tenebroso y genial Godwin Baxter, un científico cuyo rostro cubierto de grotescas cicatrices invita a pensar en una combinación del Dr. Frankenstein y el monstruo imaginado por Mary Shelley.

Baxter, junto a su discípulo McCandles (Ramy Youssef), se presentan como unos trasuntos permisivos del Henry Higgins de Pigmalión, ocupados en educar a la díscola Bella (sobresaliente Emma Stone), una joven que se comporta como una niña en edad preescolar y que muy pronto experimenta un ardiente despertar sexual.

La desvergonzada curiosidad de Bella por el placer carnal se convertirá en la principal arma arrojadiza de Lanthimos contra un puritanismo que aboga por una feminidad dócil y sumisa. Con el descaro que le otorga su condición paradójica, Bella deja clara su inclinación libertina cuando, tras su primer encuentro sexual, se pregunta en voz alta: “¿Por qué la gente no hace esto todo el tiempo?”.

En paralelo a la ambigua naturaleza de Bella, Pobres criaturas afianza la intemporalidad de su proclamas feministas al desanclar el relato de un tiempo histórico concreto. Sobre el papel, la acción transcurre en la Europa de finales del siglo XIX, pero los escenarios –una Lisboa de cuento de hadas o una embarcación que parece salida de un sueño expresionista– remiten a un futuro soñado desde el pasado.

La película entabla vínculos tanto con obras contemporáneas como con hitos de la subversión fílmica, empezando por Belle de jour (1967), de Luis Buñuel, y su nada complaciente canto a la emancipación femenina.

Por último, cabe destacar el desafío que supone Pobres criaturas tanto para los sentidos como para el intelecto del espectador. Las transiciones del blanco y negro al color más encendido celebran la entrega de Bella a un animalismo lujurioso, mientras que el despertar de la conciencia social lleva a esta heroína rebelde hacia el socialismo de tintes anarquistas.

Por su parte, Lanthimos, convencido del poder de agitación del artificio fílmico, engalana su película con encuadres deformados y zooms violentos, mientras que el despliegue escénico exhibe una inspirada amalgama de materialidad analógica y fantasía digital.

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Es como si el cine de Kubrick se hermanara con el de Federico Fellini –en particular, Y la nave va (1983)– para embestir contra una realidad colmada de ignorancia. En una elección de reparto que revela la proximidad de Lanthimos al espíritu de la modernidad europea, Hanna Schygulla, la musa de Fassbinder, encarna a una de las pocas aliadas que encuentra Bella en su turbia odisea de conocimiento.

Así, danzando entre oscuros objetos de deseo, Pobres criaturas pone la realidad del mundo frente a un espejo deformante y entrega las riendas de la función a una pletórica troupe de seres marginados, bichos raros embrujados por el fantasma de la libertad.