Kevin Costner y Mussolini en Venecia: así son la secuela de ‘Horizon’ y el biopic sobre el Duce
El festival ha estrenado la continuación del monumental wéstern de Costner y Luca Marinelli, bajo la dirección de Joe Wright, encarna al dictador italiano.
7 septiembre, 2024 09:05Kevin Costner cabalga rápido mirando adelante. El segundo capítulo de su gran fresco sobre la fundación de los Estados Unidos arranca exactamente donde el primero acabó, sin dejar tiempo para presentaciones ni recordatorios. La caravana que cruzaba el desierto finalmente llega al recién instaurado pueblo de Union, aún queda mucho por contar. De todas formas, no será difícil coger el ritmo de una serie clarísima en sus arquetipos (el sheriff, la matriarca, un puñado de buscavidas inmorales), aunque Costner disfrute ajustando los volúmenes de la tradición.
Primero, desde lo puramente narrativo, porque en un entramado tan tupido y tan concreto geográficamente incluso el más benevolente de los héroes se habrá mantenido alguna vez al margen de la injusticia, como extra impasivo de alguno de tantos agravios a su alrededor. Pero sobre todo Costner ajusticia desde lo representacional, dando a las mujeres roles activos y de lo más diverso: desde la diplomacia aspiracional de la luminosa Frances Kittredge (Sienna Miller) a la venganza dramático-realista de Juliette Chesney (Ella Hunt) tras el asesinato de su esposo.
Con Sam Worthington desaparecido por lo menos de momento, Kevin Costner es el único hombre que sabe dar "un puñetazo a tiempo", aunque la ley del revólver queda reservada a lo estrictamente puntual en un episodio que habla mucho y pelea poco.
Si la primera parte replicaba el galope de La conquista del Oeste de Hathaway, Ford, Marshall y Thorpe (¡y qué referente!), ahora Costner apela a los wésterns seriales de cámara a lo Bonanza. En realidad, muta de género titular: de la aventura al drama, un cambio de marchas que en ocasiones convertirá la presteza que hasta ahora guiaba el relato en prisas.
El giro no resulta evidente, escondido tras el monumentalismo desnatado que guía toda la puesta en escena, a base de travellings lustrosos entre calles polvorientas, siempre animadas por el precioso ir y venir de caballos por doquier. De hecho, nada bajo los azules, dorados y blancos rotos de la fotografía de J. Michael Muro (Longmire) anticipa ningún cambio estructural. Ni siquiera los personajes que se incorporan para apurar el positivismo cuentista del Oeste más clásico, como la hija-feminista-rencorosa interpretada por Isabelle Fuhrman o la familia china que se instala en el pueblo.
Como los indios de Horizon – 1, sus perfiles resultan algo esquemáticos en comparación con el mimo que Costner pone en el retrato del resto de rubios normativos en pantalla… Pero poco podemos objetar a una serie de un caballero (dos, contando al coguionista Jon Baird) que reivindica siempre, ante todo, las bondades del sentido común.
En los capítulos venideros –quizás, si alguien los financia– veremos con interés cómo enfrenta el cowboy (delante y detrás de las cámaras) al muy anunciado Mr. Pickering (Giovanni Ribisi), un especulador borracho que acude a Union, cómo no, en tren de vapor. Nadie necesita a un vaquero, pero yo le tengo ganas.
Mussolini, ridículo y monstruoso
Siete años atrás, Joe Wright transformó a Gary Oldman en un meditativo Winston Churchill para El instante más oscuro, la película que daría al actor el Oscar. Ahora, el cineasta responsable de Orgullo y prejuicio ha estrenado en Venecia otro biopic sobre un personaje histórico increíblemente real. Solo que, en lugar de sostener la mirada al humano detrás del mito, M: El hijo del siglo capturará al monstruo procurando cerrar toda puerta a la comprensión o a la empatía. Lo contrario, claro está, nunca sería pertinente.
Sobre el éxito de ventas literario de Antonio Scurati, adaptado por Stefano Bises y Davide Serino (Gomorra) y producido por el mismo Wright, junto con Paolo Sorrentino y Pablo Larraín, el guion de M seguirá el ascenso de Mussolini desde los albores camorristas de los Fasces de Combate, hasta la dictadura plena. Será el propio Benito quien narre su historia y explicite sus reflexiones, obviando la existencia de una cuarta pared al estilo arrogante del Frank Underwood de House of Cards.
Sin embargo, todo en la serie, desde la primera coma del guion hasta la punta del patético bombín del capo, apuntará a afianzar el retrato del Duce como un mafioso atascado moral e intelectualmente, por debajo incluso de los estándares del universo de Bruno Dumont (La alta sociedad).
Aunque sea bobo, o quizás porque lo es, el Duce interpretado por Luca Marinelli (ganador de la Copa Volpi por el Martin Eden de Pietro Marcello, aquí casi irreconocible) berrea y berrea, voceando discursos grandilocuentes que se confunden, monótonamente exaltados en un velo de ruido. Para colocarse a la altura, la banda sonora de Tom Rowlands, de The Chemical Brothers, subirá el volumen de las ráfagas de tecno y de orquesta desafinada.
Y como en un dominó, la escritura de Joe Wright también se pondrá a la altura del bombo y del platillo. M está escrita a la manera del último cine mudo, aquel que ya había incorporado todas las capacidades lingüísticas del plano pero seguía sin tener miedo a ser feo o extremista.
Saturado de filtros, con imágenes que se montan en ráfagas (incluso las unas sobre las otras) y entre decorados dignos de la Alemania de Caligari, Joe Wright invoca hasta el último cuento del cine de terror para tratar de dilucidar una cuestión que desafortunadamente la Italia de Meloni aún no ha resuelto: ¿cómo es posible que la democracia engendre consigo el triunfo del Mal? En Venecia hemos visto solo los cuatro primeros episodios, cuya continuación se estrenará en Sky ShowTime a lo largo de 2025.