'La cocina': apocalipsis entre fogones para retratar la precariedad de los "sin papeles" en Estados Unidos
- El mexicano Alonso Ruizpalacios narra la difícil situación de los indocumentados en Estados Unidos desde el subsuelo de un restaurante en Manhattan.
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La cocina como lugar de trabajo, como campo de batalla y como metáfora. A la vista de todos, un diner gigante típicamente americano en la zona más turística de Nueva York, una de esas "trampas para turistas" que abundan en los centros de las ciudades más visitadas. Las camareras, vestidas al estilo tradicional con un punto sexi, vuelan de una mesa a otra repartiendo sonrisas (en Estados Unidos, camareros, dependientes y botones están obligados a sonreír a los clientes). El sueño americano hecho realidad para ese turista que ama el cliché.
Pero entre bastidores, la realidad es muy distinta. Una cocina con más de quince empleados que trabajan a destajo para cumplir los exigentes tiempos de espera en un país y una ciudad en la que la rapidez y la eficacia a ultranza son las únicas máximas. Los menos, americanos con papeles y los más, inmigrantes ilegales, de origen latino en su mayoría, que soportan jornadas extenuantes y sueñan con que pasar por el infierno les sirva para acceder al purgatorio de los nativos de las clases menos favorecidas.
La cocina se promociona como "The Bear con esteroides". Se entiende como eslogan, pero con la famosa serie no tiene demasiado en común salvo que ambas suceden en la cocina de un restaurante y que por lo visto, es un lugar en el que la gente es muy malhablada y mete un "fuck" cada dos palabras. Porque esta cocina de Ruizpalacios también es un caos y casi un experimento humano sobre las bajas pasiones encerradas entre cuatro paredes, pero aquí el drama sube una nota porque la mayoría de los empleados están en una situación desesperada. Y eso marca mucho.
Un día de furia
Basada en una obra de teatro del británico Arnold Wesker titulada también La cocina, se trata de una pieza de los años 50 ambientada en Londres. Representada en todo el mundo, en nuestro país el último montaje es de 2016 bajo la dirección de Sergio Peris-Mencheta. De la Inglaterra de hace 70 años al Manhattan de hoy, la historia mantiene su espíritu crítico contra las condiciones laborales de la clase trabajadora, pero en un contexto actual donde esos puestos más duros los ocupan personas sin papeles.
El "sueño americano" se convierte en una quimera. El protagonista es el carismático, talentoso pero caótico y descontrolado emocionalmente Pedro (un Raúl Briones que parece haber nacido para el papel). Es un personaje muy bien construido cuyo carisma es el centro radiante de la película. Está enamorado de una de las camareras (Rooney Mara), una "huera" (rubia) americana de pura cepa. Como le advierte su jefe, estos "sin papeles" les dicen a las yanquis "te quiero, mi visa" (por el permiso de trabajo, se entiende).
De la sociedad clasista de Wesker a una nueva desigualdad aún más brutal y cruel en la que el patricio dueño del local tiene como estrategia prometer a los empleados que los ayudará a regularizarse para que trabajen aún con más ahínco. No recuerdo a qué pensador contemporáneo le leí decir que la "única diferencia entre los esclavos de Grecia y los de ahora es que los actuales además tienen que estar contentos y hacerle la pelota al jefe, antes estaba claro lo que eran". Pues eso.
Rodada en blanco y negro, el punto de arranque de la trama es el robo de 800 dólares de la caja. Durante un solo día, por una parte veremos investigar el asunto al encargado, un tipo orondo de origen latino con pasaporte de Estados Unidos que no muestra ninguna empatía por los indocumentados. Por la otra, tendremos a Pedro, desesperado porque su novia "huera" quiere abortar el bebé del que sería padre.
Mientras, las tensiones de la cocina se disparan en una película que pone en solfa aquello de que el "trabajo ennoblece al ser humano" porque lo que vemos es una escabechina de abuso de poder, humillación y explotación que solo puede destruir el alma.
Introduce Ruizpalacios en este descarnado retrato algunos puntos poéticos. Momentos mágicos como esa conversación de los empleados en el que cuentan sus sueños. La película está contada desde el mismo lugar en el que habitan sus protagonistas, en esa realidad que no es del todo real, en ese estar de quienes no están del todo porque legalmente ni siquiera existen. Desde ese margen, donde el mundo parece muy oscuro, no son los inmigrantes ilegales quienes comen mascotas, son las ratas quienes devoran su comida.