Generaciones cruzadas. En esta década el público volvió al teatro
Protagonistas de la dirección escénica: Pérez de la Fuente, Caballero, Gómez, Vera y Townsend. Foto: Sergio Enríquez
Una certeza sobre el teatro español de estos últimos diez años: el público ha vuelto a los teatros; no en proporción suficiente para que deje de ser una industria muy subvencionada. Como es natural, ha emergido una generación de artistas que rondan los 40 años. Uno de ellos, Rodrigo García, cuenta su experiencia en El Cultural.
Lo mismo que no puede entenderse sin las producciones catalanas: Sergi Belbel, álex Rigola, Calixto Bieito, el Teatre Lliure, el Romea, Comediants, La Fura, Els Joglars, aunque la historia de estos últimos sea la historia de unos apátridas a la fuerza. Carles Santos llevó hace poco a Madrid un espléndido y turbador Joan Brossa a La Abadía, teatro que, de la mano de José Luis Gómez, es imprescindible. Gómez ha demostrado su talento de director y actor a menudo. Pueden citarse, por ejemplo y entre otras muchas, Azaña, una pasión española, El Rey se muere y Play Strindberg, en la que compartió cartel con Nuria Espert y Lluís Homar. A los catalanes citados habría que añadir un larguísimo etcétera como la autora Lluïsa Cunillé y la brillante presencia escenográfica de Max Glaenzel y Estel Cristiá (alcanzaron la cumbre con Tio Vania y con 2666).
Si hago esta distinción sobre el teatro manufacturado en Barcelona es porque en los últimos tiempos se ha agriado un conflicto siempre latente, producto de nacionalismos exacerbados: protección oficial al teatro catalán desde Madrid (CAM y Ayuntamiento) y falta de reciprocidad de la oficialidad barcelonesa con el teatro del resto de España. Opiniones discutibles como la de Arcadi Espada atribuían al provincianismo tribal de Madrid un Manifiesto Teatral que trataba de defender unos derechos; como el Manifiesto de la Lengua, más o menos.
Mujeres "reveladas"
La presencia femenina ha sido determinante en estos años y no por un mecanismo aberrante de cuotas, sino por verdadero talento. Algunos ejemplos, Natalia Menéndez, Laila Ripoll, Itzíar Pascual, Yolanda Pallín. Y, sobre todas, por su agresividad escénica, Angélica Liddell. La Compañía Nacional de Teatro Clásico (CMTC) y La Abadía han sido sede e impulso de una joven directora: Ana Zamora y sus bellísimas aproximaciones a Gil Vicente y al teatro medieval (El misterio del Cristo de los Gascones).
Por lo demás la cultura teatral sigue anclada en Madrid entre lo vanguardista foráneo, Shakespeare, los clásicos y el silencio obligado de la mayor parte de los autores españoles actuales. Y no hay indicios de que esta tendencia se vaya a corregir. Si pasados muchos años alguien tratara de reconstruir la vida española de estos tiempos a través del teatro, estrenado, de autor español, le sería muy difícil. ¿Dónde las turbulencias políticas y sociales desde la muerte de Franco, y la corrupción generalizada, y el crimen de Estado particularizado? La convulsión terrorista, que yo conozca, en 11 Miradas, de Tomás Afán, sobre la masacre del 11 de marzo de Atocha, premio Ciudad de Palencia que dirigió Mariano de Paco Serrano (distinguido por la ADE como el mejor director joven hace tres años).
Antonio Gala estrenó Inés desabrochada, protagonizada por Concha Velasco. Se echa de menos la presencia, con cierta regularidad, de Rodríguez Méndez, Francisco Nieva, Jesús Campos, Jerónimo López Mozo, Alfonso Vallejo, Martín Bermúdez, Domingo Miras. Y de Ignacio Amestoy, autor de una obra importante, muy personal y en pleno desarrollo y vitalidad creadora.
Se ha recuperado, en pequeñas dosis, el peso de Alfonso Sastre con obras como ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás? Fue un éxito que dirigió Pérez de la Fuente con escenografía de David de Loaysa, quien afirmaría después sus condiciones plástica con De Paco en la citada 11Miradas y en La fierecilla domada. De Sastre, Francisco Vidal dirigió Han matado a Prokopius; Animalario recuperó en el María Guerrero la versión maldita de Marat-Sade, firmada por Salvador Zarza, seudónimo de Sastre cuyo montaje de Marsillach en 1969 aún no ha sido mejorado. Y está a punto de reponerse en el CDN La taberna fantástica, dirigida por Gerardo Malla que hace tiempo consagró a El Brujo.
Pérez de la Fuente superó con éxito el tránsito al teatro privado con producciones difíciles, como la citada Ulalume o El mágico prodigioso. En su etapa del María Guerrero dirigió algunas obras definitivas, bajo la filosofía de economía, calidad y público y llevar a escena a autores españoles. La Fundación e Historia de una escalera, de Buero Vallejo, con escenografía de Oscar Tusquets, y sobre todo, Pelo de tormenta, de Nieva, con el pintor José Hernández al que ha recuperado recientemente para su espectacular Puerta del Sol; San Juan, de Max Aub, que introdujo en España a un escenógrafo potente como Castanheira, y Carta de amor, de Arrabal y con escenografía de Xavier Mascaró y con una María Jesús Valdés que culminó aquí sus excelencias de actriz.
Le sustituyó Gerardo Vera al frente del CDN, que dio a la programación un sentido preciso de universalidad. Sin descartar del todo los autores españoles, Vera ha preferido un rostro "más europeo". En los montajes de su dirección impuso el sentido plástico, la sensibilidad óptica de excelente escenógrafo; inauguró el Valle Inclán con Divinas palabras y su proyecto se ha ido consolidando con un amplio consenso.
Si a lo largo de este resumen insisto en reseñar la importancia de la escenografía actual es porque la tendencia dinámica de espacio, iluminación etc.., frente al estatismo de los decorados, está ya del todo asimilada, por fortuna, por el teatro español. Ahí está, por ejemplo, Carlos Marqueríe y la estela de La Carnicería de Rodrigo García, y la propia Angélica Liddell, a la que Gerardo Vera tuvo la audacia y el acierto de llevar a la sala Francisco Nieva. Angélica Liddel abomina de los cánones de denuncia y se constituye en un formidable alegato anarquizante contra todo; ha pasado de un discurso próximo al de Rodrigo García a otro diferenciado y más radical; la Trilogía contra la muerte y Perro muerto en tintorería dan fe de ello.
Parejas fecundas
Y volviendo a la fecundidad de colaboración entre palabra y plástica ahí está, por ejemplo, la "asociación" entre José Luis Raymond y Ernesto Caballero. El dramaturgo Caballero, como Alonso de Santos, se ha convertido en un excelente director, acaso en detrimento de sus excelencias de autor.
Figura incuestionable, en un teatro fronterizo, clásico y de vanguardia a la vez, Sanchis Sinisterra. Entre su larga obra ñaque o de piojos y actores, El lector por horas, protagonizada por Juan Diego, Terror y miseria del primer franquismo, o la siempre repuesta y siempre premiada ¡Ay Carmela!
La década ha sido testigo del protagonismo del director de escena. La británica afincada en Madrid Tanzim Towsend se ha consagrado como directora de alta comedia y, en especial, en dos grandes éxitos: El método Grünholm, de Jordi Galcerán, y Un dios salvaje, de Yasmina Reza. Interpretaciones estelares como la de Carlos Hipólito, Jorge Roelas, Cristina Marcos, Pere Ponce, Antonio Molero, Maribel Verdú y Aitana Sánchez Gijón han sido decisivas en la buena marcha de estas dos obras. Hipólito fue decisivo en Arte, la obra de Reza que la convirtió en figura mundial. Arte la dirigió por primera vez en nuestro país Josep María Flotats, intérprete, además, con Hipólito y José María Pou. Lo mejor de Flotats en los últimos tiempos ha sido la magnífica La cena, de Jean Claude Brisville, con un Carmelo Gómez soberbio en el papel de Fouché. Pou, tras un potente Rey Lear, de Calixto Bieito, alcanzó su mayor triunfo como intérprete y director de La cabra, de Edward Albee.
La veteranía de Narros
Por su parte el director Miguel Narros, a sus ochenta años, sigue siendo un ejemplo de vocación, capacidad de trabajo y magisterio: Narros infatigable y omnipresente. También, en el sentido escenográfico, su asociación con Andrea D,Odorico ha sido fecunda. Narros es ya un emblema del teatro español. Sus producciones más destacadas de estos años han sido Panorama desde el puente y El burlador de Sevilla.
De vuelta con los autores, Paloma Pedrero, sensible siempre a los problemas sociales, culminó su proyecto de los sintecho con Caídos del cielo. Los problemas de los jóvenes quedaron reflejados por Pallín y Ramón Fernández en Trilogía de la juventud, que supuso la ruptura de la divisoria entre el teatro alternativo y el teatro, digamos, convencional.
Esta década supone la consolidación de Juan Mayorga con textos como Camino del cielo, La tortuga de Darwin o La boda de Alejandro y Ana. Con conexiones con el Astillero de Guillermo Heras y con Animalario, de Andrés Lima, el grupo de choque de la progresía. Mayorga es un poco el dramaturgo oficial de estos momentos. Está unido a muchos de los éxitos del CDN de Gerardo Vera, aunque cuando lo dirigía Pérez de la Fuente ya estuvo presente con Cartas de amor a Stalin. En otro orden y otro estilo, José Ramón Fernández, otro miembro de Astillero, se divide prolíficamente entre lo alternativo puro y lo mal llamado comercial. Nina, con una excelente Laia Marull, es uno desus mejores éxitos.
La presencia de los clásicos
Respecto a los clásicos, han hallado en Eduardo Vasco y la CNTC un firmísimo puntal. Vasco ha dotado a la Compañía de una estética reconocible: un hermoso sentido de la plasticidad y la modernidad en el que la iluminación juega un papel decisivo. Vasco ha devuelto a la CNTC a sus orígenes, cuando Marsillach la concibió como una compañía de repertorio.
En lo referido a intérpretes la década ha contemplado la explosión de Blanca Portillo, sobre todo a partir de La hija del aire, de Calderón, dirigida por Jorge Lavelli; y en cierta medida también de Gloria Muñoz, en Homebody Kabul, dirigida por Mario Gas. Y la revelación definitiva de Carmen Machi en La tortuga de Darwin. Magöi Mira ha dado el salto a la dirección con algunos títulos que si no alcanzan todavía su grandeza de actriz, apuntan en buena dirección (El cuento de invierno). Y punto y aparte Vicky Peña, en múltiples personajes, pero especialmente en La reina de la belleza de Leenane, un verdadero hito actoral junto a su madre, Montserrat Carulla.
Esta década también se ha distinguido por el auge de los musicales. Potenciados por el fallecido Luis Ramírez y casi exclusivizados ahora por la empresa multinacional Stage Entertainment, que dirige Julia Gómez Cora, son un factor de equilibrio de público. O de desequilibrio, según se mire. Aportan casi el 50% del número de espectadores de teatro, con lo cual la estadística de asistencia queda deformada.