Escenarios

Medea era Blanca y vivía en la posguerra

La adaptación de Pandur sobre el clásico de Euípides, que convierte la obra en una tragedia neorrealista, se estrena con éxito en Mérida

21 agosto, 2009 02:00
EFE
El clásico Medea de Eurípides regresó esta noche al Teatro Romano de Mérida bajo el sello de la actriz Blanca Portillo y el Centro de Producciones de Mérida, una versión que ha transformado la obra en una tragedia neorrealista ambientada en los decadentes años 50 de la posguerra en Europa.

Medea brilló con luz propia y levantó el aplauso encendido de 3.000 espectadores, que valoraron la fuerza de Blanca Portillo y la excelente dirección del esloveno Tomaz Pandur, capaz de fusionar la esencia grecolatina con una escenografía cinematográfica oscura y fría, propia del neorrealismo italiano.

La obra cierra la programación oficial de la LV edición del Festival de Mérida y está encabezada por Portillo, en el papel de Medea, junto a Alberto Jiménez (Jasón), Julieta Serrano (Nodriza) y Asier Etxeandía (Centauro Quirón).

Portillo inició la función con una maleta, símbolo del relevo generacional de Margarita Xirgú y Nuria Espert, las dos Medeas del festival extremeño por antonomasia. La actriz tenía el listón muy alto, pero conmovió a los asistentes bajo la figura de una mujer temperamental y desgarradora que también guarda un espacio para los sentimientos y el amor por sus hijos.

La trama comienza en un cruce de caminos en el que numerosos viajeros pasean errantes y cabizbajos por una ciudad europea de los años 50. El mito de Medea reaparece en ese lugar, 3.000 años más tarde, para acompañar a unos personajes avituallados con largas gabardinas y sombreros. Se trata de hombres que caminan sin destino y huyen de su patria, al igual que la protagonista, que inició un viaje con su marido Jasón y los Argonautas para apoderarse del "vellocino de oro", fuente de poder y autoridad.

La escena queda inundada por un ambiente sobrio, lleno de colores blancos y negros, que se asemejan a una estampa de posguerra y remontan al público a los filmes de los italianos Roberto Rosselinni o Luchino Visconti. Portillo se asemeja a una actriz de Rosselinni, con desparpajo y sensualidad y con un lado oscuro y decadente.

El realismo inunda la función y el ritmo de la historia se agita bajo continuos sonidos y luces, de modo que el público llega a sentir que asiste a un rodaje cinematográfico sin cortes. El experimento de Pandur resulta sublime y demuestra que el teatro clásico es inmortal y que el mito de Eurípides, sin demasiadas adaptaciones, puede describir los conflictos esenciales y la crisis de valores de cualquier época, incluida la Italia del pos-fascismo o la España de los primeros años del Franquismo.

La trama contrasta con la presencia de varios acordeonistas que tocan y cantan música étnica de los Balcanes en directo para aportar color y calidez a los personajes. En la historia, Medea mantiene una encendida discusión con su marido en la orchestra del Teatro Romano, donde se sitúa un laberinto de paja que preside un globo aerostático negro que flota en cielo y que conecta con la tierra gracias a una tela negra.

Jasón desea abandonarla para casarse en segundas nupcias con Glauce, la hija del rey Creonte de Corinto, y Medea entra en cólera, no comprende a su esposo. La fabulosa interpretación de Portillo posiciona a los espectadores del lado de la mujer traicionada hasta el punto de poder justificarla cuando decide matar a sus vástagos, al rey Creonte y su hija.

De este modo, el globo es testigo de sus diferentes estados emocionales, contempla a una mujer enamorada y fiel a su marido, a una Medea intrépida que viaja a Corinto en busca del vellocino y a una mujer cruel que trunca el futuro de sus hijos. La obra podrá verse en el Teatro Romano de Mérida entre el 20 y el 23 y del 25 al 30 de agosto.