La hora del teatro público
Análisis de 2009: Escenarios
31 diciembre, 2009 01:00Escena de Glengarry y Glen Ross, de David Mamet
El teatro argentino. Desde la diáspora del videlazo sanguinario, la presencia argentina en España ha sido intensa. Dos nombres se han adueñado últimamente de la cartelera: Veronese y Tolcachir. Veronese dice ser un titiritero. Y en verdad puede que todos los argentinos tengan algo de titiriteros; El pensamiento del títere es un libro de Gabriel Castilla útil para titiriteros y para actores. Veronese con sus quirúrgicas adaptaciones de Ibsen, Casa de muñecas y Hedda Gabler, elevó la temperatura del Festival de Otoño. Con Glengarry Glenn Ross, en temporada, entró sin piedad en el ácido mundo de Mamet y el derrumbe de los sueños: el hombre, siempre un lobo para el hombre. Tolcachir, con Tercer cuerpo, trató de reproducir la conmoción de su irrepetible La omisión de la familia Coleman. La historia de los teatreros argentinos en España, ese talento para vivir el teatro como expresión natural del ser humano, aunque demostrada, está por escribir. Es necesario un estudio en profundidad sobre la cuestión.
Teatro público y grandes estrellas. Ha habido importantes sucesos con pedigrí internacional gracias al Español y al CDN, a los que no duelen prendas al tirar de cheques; Mario Gas ha repuesto un éxito de hace años, Sweeney Todd, que ha permitido a Vicky Peña alzarse con el Premio Nacional de Teatro. Se esperaba mucho del Hamlet dirigido por Pandur y, al final, la cuestión quedó en una limitada reconfirmación de Blanca Portillo. También se esperaba mucho de Platonov, de Vera, y del Don Juan, de Bieito: las expectativas superaron a la realidad. Notable el Regreso al hogar, de Harold Pinter y notabilísimo Sam Mendes con El jardín de los cerezos y Cuento de invierno. Lo mejor, sin duda, el orweliano 1984, de Tim Robbins. Yasmina Reza sumó Una comedia española a sus éxitos perennes, Arte y Un dios salvaje. Flotats puro en El encuentro de Descartes con Pascal joven. El engranaje del Canal, inaugurado con Una noche en la Opera -cáustica fusión de Els Joglars y los Hermanos Marx- empieza a funcionar. La reconversión escénica de célebres películas se está convirtiendo en un filón; dos ejemplos recientes y fecundos: El pisito y Ser o no ser.
Autores españoles. El quid de la cuestión sigue siendo el autor español, aunque este año, ha habido algunos nombres en escenarios clave que alimentan la esperanza: La tierra, de José Ramón Fernández (Sala Nieva); un Drácula atípico y brillante de García May (sala Valle Inclán); en el Español, Luis Araujo resucitó con un texto duro, Mercado libre; y una belicosa y, a veces deslumbrante, Angélica Liddell, con La casa de la fuerza; La cena de los generales y En la roca, traen a la memoria dos nombres imprescindibles del teatro español: Alonso de Santos y Ernesto Caballero. Paloma Pedrero con un arriesgado proyecto escénico-social, Caídos del cielo, aterrizó con buen pie en el Fernán Gómez. A los demás hay que seguir buscándolos en las salas alternativas o en los circuitos autonómicos y municipales cada vez más castigados por la crisis. Y muchos merecerían un lugar en la Metrópoli, como por ejemplo Diana de Paco y su Obsession Street, premio Ciudad de Palencia y hermoso montaje de Mariano de Paco, que vela armas para entrar en Madrid. En la potenciación y descubrimiento de jóvenes valores es donde los teatros oficiales debieran volcar más esfuerzos. A este fin, en el Canal, Albert Boadella tenía prevista una sala alternativa y configurable. Veremos en qué queda la cosa. Por brillante que sea la programación de los teatros públicos de poco ha de valer sí no se cuida el vivero de autores españoles.