El teatro de lo menor de Sanchis Sinisterra vuelve a la carga
Alberto Ojeda
El teatro de lo menor vuelve a la carga. Su ideólogo y máximo valedor, José Sanchis Sinisterra (Valencia, 1940), ha irrumpido este comienzo de curso con fuerza en la cartelera. Nada menos que cuatro obras suyas, caracterizadas todas por la austeridad escénica, coinciden en las salas de Madrid. Y no sólo eso, también está a punto de abrir un nuevo espacio en la ciudad. Se llamará Nuevo Teatro Fronterizo y recogerá el legado de la Sala Beckett que fundó en Barcelona en 1989. Él no oculta su satisfacción: "No soy hipócrita, la verdad es que estoy muy contento". Claro.
El viernes pasado se estrenó en la Sala Pequeña del Teatro Español Próspero sueña Julieta (y viceversa), un montaje dirigido por María Ruiz e interpretado por Héctor Colomé y Clara Sanchis. En esta obra Sanchis Sinisterra ha conectado a dos de sus "faros", uno clásico y otro moderno: Shakespeare y Beckett. Para hablar con precisión, lo que ha hecho es tomar dos personajes emblemáticos del dramaturgo inglés y colocarlos en medio del universo beckettiano. Por un lado, Próspero es un anciano venido a menos, sin los poderes mágicos que posee en La tempestad, mientras que Julieta, tras superar su intento de suicidio a los pies de Romeo, ha cumplido ya los 40 años.
El objetivo es "desacralizarlos" a los dos, incluso "condenarlos y ridiculizarlos", pero siempre de una manera "compasiva". "Lo que más me gusta de Beckett", explica el autor valenciano, "es su capacidad para aplicar un ácido de escepticismo a algunos valores demasiado ensalzados. Y no es un nihilista, aunque muchos lo piensen".
Tampoco lo es Sanchis Sinisterra. Al menos en materia sigue defendiendo un ideal muy claro, que puede resumirse en su intención constante de despojar a la escena y al texto de todo aderezo insustancial. "El lema 'menos es más' no es para mí un tópico, sino una guía", advierte. En los tiempos de bonanza sintió que esa manera concebir su profesión estaba acorralada: "El teatro faraónico ha arrinconado otras propuestas con pretensiones cívicas más definidas".
Para él la crisis puede "corregir esta obesidad de nuestra escena". Le tiene fe a la recesión. Y parece que los hechos se van arrimando a sus deseos, porque los programadores se tientan mucho más el bolsillo antes de contratar producciones opulentas. La mejor prueba es su caso personal, con el fuerte impulso que ha recibido su obra en este otoño que entra.
Otra de las obras suyas que salta a la palestra este miércoles es El cerco de Leningrado, en la que Magüi Mira y Beatriz Carvajal libran un duelo interpretativo sobre las tablas del Bellas Artes. Ambas representan a la mujer y la amante de un autor teatral de izquierdas fallecido que viven encerradas en un teatro, que fue en su día la sede de la compañía que él dirigió. "La obra, en el fondo, reflexiona sobre el abandono de la ideologías de izquierda, con un tono irónico, que no suele sentar bien a los guardianes de la ortodoxia socialista".
Pero no acaba ahí la cosa. Hay más. Por un lado, en la Sala Galileo, el próximo 6 de octubre, estrena Dos cronopios rotos, otra dramaturgia inspirada en Cortázar, autor que ya llevó al escenario en Carta de La Maga al bebé Rocamadour. También en octubre se presenta en La Guindalera La máquina de abrazar, que sólo se había estrenado antes en Brasil, un montaje dirigido por José Maya. La venganza del teatro de lo menor parece consumarse ahora que los tiempos le son más propicios.