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Dosmildiez

Lo mejor de 2010 en Teatro: Análisis

31 diciembre, 2010 01:00

Sumario: Lo mejor del año

El espectáculo capital, y también el más penoso, de 2010, ha sido el que dieron los ayuntamientos de toda España dejando de pagar millones de euros a las compañías teatrales. Teniendo en cuenta que a final de la temporada estaban quedándose incluso con los beneficios de las taquillas para sus propias arcas, estamos ante un acto innoble de piratería; aunque seguro que la Fiscalía del Estado no llegará nunca a perseguir a estos golfos. Las compañías pequeñas habían sufrido la dentellada desde el principio pero hubo quien se negó a darse por enterado hasta que el desastre afectó a las grandes productoras o a las compañías poderosas tipo Animalario. Entonces el pánico desató una polarización en las formas de producción: por una parte, megaespectáculos carísimos y, por otra, producciones cercanas, en su humildad presupuestaria, al teatro aficionado. No fue sólo un fenómeno español: en Broadway se gastaron ocho mil millones de pesetas en un Spiderman que se quedó literalmente colgado la noche misma del estreno mientras el teatro de texto quedaba desterrado más allá de las fronteras del off. Beaumarchais no es exactamente Spiderman pero para el caso vale lo mismo: con lo que cuesta su vestuario se podría haber financiado todo el año una sala alternativa.

Una vez más la dramaturgia española contemporánea se vio confinada a las catacumbas de las salas pequeñas, tanto en los teatros públicos como en los privados; pero desde allí, y acaso habiendo asumido, como los antiguos cristianos perseguidos, que ese es un lugar tan bueno como cualquier otro, ha combatido con honor: Santa Perpetua, de Laila Ripoll, La colmena científica, de José Ramón Fernández, Días estupendos, de Sanzol, La última cena, de Ignacio Amestoy, o Siempre fiesta, de García-Araus, Susana Sánchez y Javier Yagüe, sacudieron en los morros a la nefasta raza de los negacionistas.

Porque, como el teatro es mucho más que dinero, este año malhadado no ha podido impedir espectáculos deslumbrantes que celebraron el triunfo del talento sobre el catastrofismo. El arte de la comedia, con su reparto prodigioso, levantó las carcajadas más bellas de la temporada, El cántaro roto en versión de Ernesto Caballero (La fiesta de los jueces) dio un repaso a la tribu intocable de la judicatura, y Todos eran mis hijos consolidó la categoría de Tolcachir como director. Además, Tom Stoppard nos visitó para compartir con nosotros su sabiduría. No todo es oscuridad. n