Contra la democracia, un Black Mirror sobre las tablas
Un momento de una de las piezas de Contra la democracia
Antonio Guijosa estrena en el Teatro Galileo este montaje de Esteve Soler que cuestiona muchos de nuestros valores privados y sociales a través de siete piezas breves.
Al más puro estilo de la conocida serie Black Mirror, Soler plantea distopías en las que algún aspecto objeto de crítica está exagerado, y a partir de ahí muestra una posible consecuencia de ello. "El germen de las piezas surge de la observación de nuestro entorno y de ver que hay ciertas mentiras que nos intentan colar y ciertas falsas implicaciones que Esteve quiere poner de relieve", explica Guijosa. "En el caso de la democracia, hay gente que se ha apropiado del término y lo utiliza para hacer cosas que van incluso contra el espíritu mismo de lo que representa. Cualquier barbaridad acompañada de la etiqueta de democracia se ha convertido en tolerable".
Contra la democracia nos pone frente a un espejo que tal vez arroje una imagen incómoda. ¿Qué partes de nuestro ideal democrático han sido pervertidos? ¿Qué y quiénes amenazan las partes que aún están sanas? Mezclando la sátira y el esperpento, lo extraño y lo próximo, Esteve pone de relieve, con mucho humor y con gran precisión en el retrato la idea de gobernabilidad del ciudadano. Un debate profundo que el director considera "muy necesario, porque este cuestionamiento constante es un ejercicio muy valioso en sí mismo", afirma. "Incluso aunque estuviese todo correcto, el debate es muy sano para que las cosas no se pudran. Sin embargo, la sensación que deja la obra es que plantear estas cuestiones es incómodo, que no aguantamos la confrontación".
La perversión de un ideal
Y eso que la obra de Soler, a pesar de propugnar la perversión de la democracia no cae en dogmatismos ni en sesudos discursos políticos, sino que "mucho más que una crítica a la democracia, al sistema democrático en el sentido filosófico, lo que hay es una crítica muy fuerte a la apropiación del término democracia. A que en su nombre nos sentamos legitimados para cometer o consentir cualquier tipo de atrocidad, porque la lucha es por un bien superior que acabará por justificar los siempre inevitables y puntuales daños colaterales que se produzcan. Soler critica, como en el resto de la tetralogía, la perversión de un ideal".En este sentido, Guijosa considera que la obra, que ya va camino de la década, mantiene totalmente la vigencia, ya que "tiene una fórmula muy inteligente, y es que no ataca el hecho concreto sino el espíritu que lo mueve. Lo que aborda es la mentalidad que hay detrás, un poco en el estilo de Buñuel, que no se preocupaba tanto por los personajes como por la mentalidad que representaban; y Soler lo que representa es ese tipo de mentalidad y ese tipo de funcionamiento, y eso lo puedes aplicar en muchos hechos concretos porque como el principio que lo mueve es el mismo, sigue funcionando y estando vigente".
Relato caleidoscópico
Por eso las siete piezas podrían tener mil hechos concretos, pero siempre representan una colorida paleta de lo que es característico de nuestra sociedad. Hay alguna historia más filosófica, como la primera, que reflexiona sobre cómo abordamos el futuro, qué tipo de sociedad estamos creando y qué expectativas tenemos para las generaciones venideras, pero en general son muy gráficas y explícitas. "Una trata sobre la distribución del poder y cómo el gran poder económico decide en función de sus impulsos personales, otras hablan de la educación, del sistema capitalista basado en la competición o de la intolerancia religiosa", enumera Guijosa. "También aborda cuestiones más complejas, como la rentabilidad, el hecho de que como personas necesitamos ser rentables para tener derecho a vivir; y finalmente cómo este tipo de pensamiento de aprovechamiento máximo de los recursos a costa de quien sea no es nada nuevo, para lo que une a tres figuras históricas, Dick Cheney, Leopoldo II de Bélgica y el papa Greogorio VII"."El retrato que ofrecen estas siete historias no es muy alentador", reconoce el director, "pero el teatro no es una conversación unidireccional, sino que se completa con el público, con el encuentro entre esas historias y la gente". Gente, que "entiende el punto de vista y lo candente de las cuestiones, y creo que es un espectáculo que después la gente se lleva a casa y le da un par de vueltas a lo que hay debajo. Trasciende porque lo que plantea está tan cerca y nos rodea por tantas partes que por lo menos te sientes aludido". Tanto representar como ver Contra la democracia supone un ejercicio de cierto riesgo: nos enfrenta a preguntas que tal vez no sepamos responder, o cuyas respuestas nos disgusten. "Pero paradójicamente es también un ejercicio que nos conecta con valores profundamente democráticos, y que seamos capaces de hacerlo indica que aún queda algo válido en nuestra sociedad", remacha, optimista, Guijosa.