Image: Lo bueno, lo malo y la industria cultural

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Música

Lo bueno, lo malo y la industria cultural

por Gérard Mortier

2 enero, 2002 01:00

Gerard Mortier. Foto: Pepe Abascal

Considerado como uno de los gestores más controvertidos del momento tras su paso por el Festival de Salzburgo, Mortier expone en este artículo su concepción del mundo del espectáculo y de la ópera.

La industria cultural es una fase totalmente nueva en la vida moderna que no existía antes de la Segunda Guerra Mundial. Sin ser nada malo puede ser muy peligroso. Contamina la vida de las artes mucho más que el agujero en la capa de ozono. Y tenemos que aprender a estar con ella, a vivir con lo nuevo.

Ocurrió lo mismo con el fax, que es una máquina fantástica. Pero cuando antes recibíamos una carta, tomábamos un tiempo para considerar cómo contestarla, mientras que ahora, si no lo haces en cinco minutos, recibes un segundo fax preguntándote por qué no has contestado. Eso mismo sucede con la industria cultural. Necesitamos esta industria, pero tenemos que poder con ella.

Vivimos en un mundo en el que el consumo es más importante que la creación. El 80 por ciento de lo que se hace en el mundo de las artes en este momento está dedicado al consumo y no a la creación. Espero que no suene como Savonarola, un personaje por lo demás odioso. Aunque no digo que el arte sea entretenimiento, nunca debería ser sólo reducido a esto.

El arte es algo verdaderamente importante en la comunicación entre los seres vivos. Y sabemos que la más bella muestra de comunicación -el amor- es un maravilloso entretenimiento. Pero creo que en este momento gran parte del arte sólo entretiene, sin apenas comunicar. Stravinski decía que el arte no es una cuestión de confirmación sino de deseo. Escuchar palabras de tal sensibilidad en un hombre que siempre defendía el pensamiento y el intelecto, resulta maravilloso. Pero hay que recordar que las artes deben provocar al intelecto dejando libres los sentimientos mientras estimulan nuestras acciones.

El artista creador es un visionario, lo que quiere decir que goza de sentimientos que la gente normal no tiene. El creador ve tanto y tan bien su propio tiempo como el futuro. Ello significa que durante gran parte de su vida el creador es un rebelde, un provocador o un profeta.

Le dice al público cosas que el público no quiere oír. En ese caso, cuando consumo se convierte en algo más importante que creación, ¿dónde encuentra un lugar ese creador? Si no dispone de materias válidas para su trabajo, es porque no hay suficiente aire para respirar, porque no generamos espacio para ello.

Otra característica de nuestro tiempo es que vivimos en un mundo en el que cantidad es más importante que calidad. Siempre me provoca una mala impresión la pregunta de cuántas entradas se han vendido. Resulta importante pensar en lo que pasa ahora, en una época de recesión económica, en la que cantidad es una idea cada vez más importante.

Mauricio Kagel me dijo un día que si tenía un 0,1 por ciento de la audiencia de la Radio Alemana, esto significaba que 70.000 personas habían oído su música. Y esas 70.000 personas son muy importantes para su labor creadora. Claro que la cantidad es importante para los políticos y en los negocios. Pero los agentes artísticos debemos incidir en la importancia de la calidad del oyente. Creo que esas 70.000 personas que oyen a Kagel o a Boulez son más importantes que el millón que oye sin saber a quién está escuchando.

La razón principal por la que la cantidad se ha vuelto tan importante ahora viene del desarrollo de nuestra democracia, un gran avance de la civilización humana. Pero la democracia está basada en el número de votos y no en la calidad de esos votos. Uno de nuestros grandes desafíos en este momento es conseguir que la calidad sea un elemento importante en nuestra democracia, teniendo en cuenta que aspiramos a un modelo válido no sólo en el ámbito material sino en el espiritual. Hemos producido "pan y circo" para muchísima gente, pero no les hemos dado suficientes claves para comprender nuestras importantes tradiciones. El futuro del estado vendrá del desarrollo real de la democracia.

También me gustaría analizar la era del periodismo en la que vivimos. El momento más destacado coincide con las noticias diarias. Es la CNN: siempre ofreciendo algo nuevo. Para el artista esto significa que diariamente debe ponerse un sombrero nuevo. ¿Se puede imaginar que cada artista pueda hacer esto? Creo que era la principal razón de la popularidad de Lady Di, porque cada día llevaba un sombrero nuevo.

En algún sentido, el periodismo está matando la vida de las artes, porque es contrario a las fuerzas de nuestra vida que crean arte. Éste aspira a concentrarse en los asuntos esenciales. Ahí encontramos la razón por la que Shakespeare escribió Macbeth. Pero el público quiere más y más nuevos acontecimientos, nuevos sombreros todos los días, y no lo podemos dar porque el arte no es periodismo.

De ahí que en nuestro tiempo, cuando el consumo es más importante que la creación, la cantidad más que la calidad, el periodismo más que el análisis, la consecuencia es que el intérprete se convierte en algo más importante que el creador. En el pasado no fue así. Pero dentro de 50 años la gente recordára a Pavarotti, Domingo o Horowitz, aunque no estoy tan seguro de que hayan oído a Kagel, Rihm, Glass o John Adams. ¿Puede alguien nombrar aquellos intérpretes contemporáneos de Mozart? Sólo los especialistas, porque del pasado sólo hablamos de creadores. En nuestra época, sólo de intérpretes.

Otro problema viene de que siempre hacemos las mismas obras. Desde hace mucho no suelo ir a las premières de muchos teatros porque siempre veo las mismas caras. No hay nada tan incestuoso como las actuales premières. Se oye a la misma gente discutir del mismo Rigoletto, con la única diferencia de que uno entra por la izquierda o por la derecha. Se acentúan los cambios dramáticos pero -teniendo en cuenta que a mí me gusta mucho la dramaturgia- eso no es suficiente para justificar cuarenta representaciones de Rigoletto en un año.

Otro aspecto concierne al valor de los discos. En Viena se suele decir que odio los discos. Pero, sin embargo, los adoro. Son muy importantes porque sin ellos no conoceríamos a María Callas, que fue una de las grandes del siglo XX. Pero ahora se han convertido en referencias únicas y no en los documentos que son.

Es como si alguien que tiene un libro de pinturas sobre la Capilla Sixtina en casa dijera que no necesita ir a Roma porque la ve mejor en fotos. No ocurre lo mismo con el material discográfico. Nadie afirmaría que no quiere ver una pintura original y, sin embargo, mucha gente se pregunta por qué tiene que ir a un concierto cuando, con el disco, lo escucha en medio de la orquesta. Aunque la Quinta de Beethoven no haya sido concebida para ser escuchada así, porque se hizo para una sala de conciertos de su tiempo. De ahí que diga que el disco como única referencia, no como documento, resulte tan peligroso en la actualidad.

Vivimos ahora también el gran principio de "el nacimiento de una estrella". Decidimos quién será una estrella, no quien puede aspirar a serlo. Tenemos que hacerlo, como promotores artísticos, porque la televisión y los periódicos las necesitan, pero esto hace nuestro trabajo más difícil al obligarnos a colaborar con valores reales y comerciales.

Mi análisis puede aparecer oscuro, pero me siento feliz de ver claramente en la oscuridad con el fin de encontrar la luz después. El análisis de la realidad nos permite hallar formas para guiarnos en el futuro. Estoy convencido de que nuestro tiempo es el final de una época, una gran época. Es el final de una etapa racionalista. Y esto es muy importante para las artes.

El gran principio del individualismo que formuló Descartes llega ahora a su final. El racionalismo tuvo un significado enorme para la civilización occidental. Lo que tenemos hoy es todo fruto del individualismo y del pensamiento racionalista. Pero hemos visto una gran ausencia de crítica desde el final de la Segunda Guerra que nos hace imposible resolver los problemas que parten de ese pensamiento tradicional.

Sabemos que tras la Guerra se ha abierto una brecha entre los promotores y los artistas, por una parte, y el público, por otra. Es consecuencia de la evolución de la democracia. En 1968, cuando el existencialismo estaba llegando a su fin, se veía ya todo esto muy claro. Y surgió un post modernismo, similar a la Restauración francesa de después de 1815. Creo que, si queremos encontrar nuevas ideas para el futuro, éstas vendrán de la muerte del post-modernismo, con el final de la restauración de los viejos edificios.

Claro que es maravilloso que se recuperen antiguos teatros. Pero las ediciones críticas no pueden ser nuestra única prioridad. Siempre es fantástico que tengamos nuevas ediciones de Mozart, pero necesitamos sobre todo nuevas obras. Como ya hemos tenido bastante de post-modernismo, ahora debemos crear nuevos caminos.

Para generar estas vías, me gustaría referirme a los principios derivados del Goethe de Wilhelm Meister. Goethe, que fue uno de los grandes espíritus de la moderna civilización occidental, enunció unos principios que se han convertido en programas para el futuro. Decía que cada humano tiene un enorme poder de creatividad que declina en su etapa adulta. De hecho, puede ser incluso más verdadero ahora, porque damos a la gente joven una cantidad tan vasta de conocimientos científicos y tecnológicos que el propio peso destroza la creatividad.

La podemos revivir a través de nuestra preparación, que no se consigue en una hora de lectura sobre pintores y compositores -cuándo nacieron, cuándo murieron - o sobre las sinfonías de Beethoven. Sería maravilloso si la gente joven descubriera sólo una sinfonía y a través de esa sinfonía reconociera qué fantástico es Beethoven. Éste es un problema de las ediciones discográficas. Encuentras el "todo Mozart" o el "todo Beethoven".

Pero ¡cuánto más importante es oír una Sonata de Chopin para pasar a una pieza para piano de Nono! Eso estimula la creatividad. Los promotores debemos recordar que el excesivo conocimiento está matando la creatividad: no deberíamos poner todo en nuestros programas, sino enfocar nuestros esfuerzos en propiciar el encuentro entre tradición y modernidad.

Nuestros planteamientos deben estimular la creatividad original. ¿Qué es esa creatividad? Es la danza y el canto. Es importante tener coros, como hay en Inglaterra, porque la gente se involucra en los programas de conciertos. Una de las más importantes creaciones del hombre es el mito de la búsqueda del tesoro. En muchos cuentos de hadas es importante esa búsqueda.

Y lo es para la creatividad aunque no lo estimulemos suficientemente. Nosotros debemos incitar a la gente a escuchar más que a oír, a averiguar más que a ver, a entender culturas y no sólo lenguajes. Hemos aprendido a leer idiomas, pero no a valorar culturas. No aprendemos el contenido cultural de una obra. La modernidad no tiene que ver con fashion.

De hecho, no me siento en la vanguardia. Me considero incluso como un hombre muy conservador. Cuando tengo una idea es difícil convencerme de otra. Pero escucho. Si se me ofrecen buenos argumentos, adoptaré nuevas ideas. Es la diferencia entre conservador y reaccionario. Espero que seamos un poco conservadores. Si no, no podemos ser promotores de las artes.

Debemos siempre poner el pasado ante nosotros. Ahora, la modernidad tiene que ver con la fashion. Pero debe situarse con el conocimiento de los hechos, en una mano, y el sentimiento del espíritu del tiempo, en otra. Tradición es el conjunto de toda la actividad del pasado, la creación de obras que continúan teniendo significado para nuestro tiempo.

La tradición encuentra la modernidad en el presente, pero son el pasado y el futuro los que sólo son importantes si pensamos que el presente nunca existe. La tradición puede ser comprendida por el público moderno si damos a los públicos las claves para comprenderla. Y la clave de la tradición es la modernidad, los sentimientos de nuestro tiempo. Es equivocado decir que actualizamos a Mozart. Mozart es tan moderno que cada actualización tiene algo de old fashion.

Creo que dentro de cien años Don Giovanni y Così fan tutte serán lecturas esenciales de las relaciones humanas y de los amores del ser humano. Pero siempre será más moderno que cualquier interpretación que se haga de él. Lo mismo podríamos decir de Shakespeare.

La tradición puede tener significado sólo si es recreada desde la modernidad, y la modernidad no puede ser arruinada por la tradición. La originalidad de las ideas ha nacido de la confrontación con la tradición. Usando una figura retórica, la tradición es el viento que mueve las alas de las ideas modernas para que el barco de la aventura humana se mueva.

El sistema cultural es tan importante como el político o el económico. La democracia desaparecerá si la cultura no siente ser importante en otros sistemas. Conocemos las dificultades de los políticos de estos tiempos, pero las soluciones reales para nuestros problemas democráticos se encontrarán si los políticos dedican parte de su tiempo a considerar la cultura general de sus sociedades.

Quiero concluir con unas ideas prácticas. La primera es que los artistas vivos deben estar en nuestros auditorios, para que el público encuentre no sólo intérpretes sino creadores. La segunda es intentar atraer a éstos fuera de sus especialidades. Es díficil promover encuentros entre pintores, escritores y compositores y muy raro encontrar grandes artistas capaces, como Pierre Boulez, que hablen sobre Paul Klee o Marcel Proust.

Y debemos generar una comunidad entre los artistas y el público. Por eso creo en los abonos. En Salzburgo, cuando los introduje, el público se disgustaba por sentirse obligado a ir a ciertas producciones que no se hubieran vendido así. Pero es lo mismo que beber vino. Me gusta el vino tinto, pero cuando tenía once años lo odiaba. Si mi padre no me hubiera tentado a probarlo años más tarde, nunca lo hubiera apreciado. Por eso digo que somos guías.

No obligamos al público, pero si no actuamos así, no podemos darle la llave. La miseria de este momento llega porque el tesoro del gran arte de la civilización occidental permanece sin explorar. Sería suficiente estudiar el Fausto, escuchar una sinfonía de Mozart o una nueva obra de Boulez para resolver nuestros problemas. Pero el público no tiene la llave para abrir la puerta del tesoro. Como Steiner escribió en su Castillo de Barbazul, tenemos las llaves para abrir las puertas de la ciencia y la tecnología, pero quizá no las abrimos porque hemos perdido la concienca de comprender y aceptar las mentiras que hay detrás. La única vía para comprenderlo es a través del tesoro del arte.