Música

Córdoba, laboratorio del flamenco

La ciudad andaluza marca el presente y el futuro del género

19 abril, 2007 02:00

Carmen Linares (Foto: Javier Adán) y Manolo Sanlúcar (Miguel Rodríguez), en una actuación.

En plena celebración de su 50 aniversario, la XVIII edición del veterano Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, el más antiguo de nuestro país, reunirá la próxima semana a figuras como Cristina Hoyos, Manolo Sanlúcar, Carmen Linares, Mayte Martín y Javier Latorre en un gran despliegue artístico alrededor del cante jondo.

El "concurso de concursos", como dicen con orgullo los cordobeses, el "laboratorio del flamenco clásico", arranca con una emocionante fase de selección, que se celebrará del 23 al 29 de abril, y concluirá el 12 de mayo con la gala de entrega de premios en el Gran Teatro de Córdoba. A partir del día 20 de abril, se celebrarán una serie de espectáculos y conciertos extraordinarios, protagonizados, entre otros, por Cristina Hoyos, Manolo Sanlúcar, Carmen Linares, Mayte Martín y Javier Latorre.

El prestigioso Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba, que se celebra cada tres años y cumple ahora su XVIII edición, es el más antiguo de nuestro país, aunque existen efímeros precedentes. De manera sistemática, han intervenido en la elaboración de los concursos nombres principales de la cultura. Si en 1922 estuvieron en Granada Manuel de Falla y Federico García Lorca, apoyados por Juan Ramón Jiménez, Andrés Segovia e Ignacio Zuloaga; en 1925, repitió Falla en Sevilla, arropado por sus compañeros Turina, Nin y los pintores Gonzalo Bilbao y Rico.

Foro espontáneo
El de Cádiz, en 1952 y 1953, estuvo animado por el académico e historiador álvaro Picardo, y en el de Córdoba, que comenzó su actividad en 1956, figuró desde el primer instante, como organizador y miembro del jurado, el profesor y poeta Ricardo Molina, secundado por sus amigos del grupo Cántico, "que no intervinieron, pero crearon un espontáneo foro de audiencia, pasándose notas con jugosos comentarios sobre las actuaciones de los candidatos", dice Agustín Gómez, autor de numerosos libros, periodista, director de la Cátedra de Flamencología de Córdoba y miembro del jurado durante treinta y nueve años. Quizá de esa manera se cumplía lo que dejó escrito José Luis López Aranguren sobre el papel del intelectual: "Presta así su voz a los unos, es su portavoz, y procura despertar con su voz la de los otros".

En el caso de su presencia en los concursos, Gómez explica que "posiblemente, el cantaor no haya tenido los medios necesarios para defender ante la opinión pública su arte, por lo que la intervención de los intelectuales ha estado dirigida a ayudarle a incorporar el flamenco al mundo de la cultura".

La ciudad asumió el Concurso como algo suyo, siendo, al cabo de medio siglo de existencia, la coyuntura que le confiere una capitalidad específica en el sentido de que en esos días se reúne la plana mayor del flamenco. Ahí estarán, desde críticos y prensa especializada, hasta aficionados que arriban a Córdoba de todos los rincones y, por supuesto, la pléyade de jóvenes aspirantes que sueñan con alcanzar la gloria y dan la vida por conseguir alguno de los galardones, sabiendo que ya lo obtuvieron Fosforito -que fue el inaugural Premio de Honor-, Paco de Lucía, José Menese, Vicente Amigo, Paquera, Mayte Martín, Manolo Sanlúcar, José Mercé, Mario Maya y Antonio el Pipa, entre otros, ya que Córdoba no sólo ha honrado a figuras más o menos consagradas, sino a anónimos que han llegado a ser artistas de enorme significación y proyección.

Imposiciones artísticas
¿Pero ha impuesto el Concurso de Córdoba una forma de cantar, bailar o tocar la guitarra? "Claro que sí", dice Agustín Gómez. "Desde el principio se creó una nueva estética que tenía su modelo en la Antología del Cante Flamenco de Hispavox".

El jurado, en el que estaban el cantaor Aurelio Sellés, el escritor Anselmo González Climent, el poeta Ricardo Molina, el aficionado Francisco Salinas y el compositor Muñoz Molleda, se propuso rescatar el buen cante del rincón en el que estaba relegado. Es decir, el que se encontraba al servicio de los espectáculos de baile y ocupara un primer plano en el escenario; liberarlo de la decadencia de la ópera flamenca, que daba sus últimos coletazos, y valorar esas voces negras, que se expresaban sin florituras: "Creo que la intención fue la de depurar y darle esplendor al armazón de los estilos, ofreciendo una nueva imagen, tanto sonora como escénica".