Los nombres que dejaron huella: De Stockhausen a Bob Dylan
K. Stockhausen
Los últimos diez años han sido pródigos en la confirmación de algunos nombres que se han revelado importantes en los diferentes campos musicales. Ya sea por haber culminado una trayectoria, como el recientemente fallecido Stockhausen, o por haber arrancado los primeros aplausos de su carrera, caso de Juan Diego Flórez o Miguel Poveda, todos merecen mención en estas páginas.
Juan Diego Flórez. Desde su presentación en el Festival Rossini de Pésaro en 1996, con sólo 23 años, sustituyendo al intérprete previsto en Matilde di Shabran, el cantante peruano se ha convertido en el mejor tenor belcantista de las últimas décadas, siendo considerado en este campo como el más genuino heredero de Alfredo Kraus o Luciano Pavarotti. A su cantera pertenecen otros tenores hispanoamericanos que están arrasando en los escenarios internacionales, como el mexicano Rolando Villazón, los argentinos Marcelo álvarez y José Cura o el venezolano Aquiles Machado.
Claudio Abbado. El maestro milanés ha estado siempre entre los grandes: por su granada madurez, por sus actividades pedagógicas, por su permanente atención a lo actual; por su lucha denodada, y hasta el momento victoriosa, contra el cáncer. Son emocionantes sus apariciones en Lucerna, con un conjunto de extraordinarios músicos amigos. A la técnica de este heredero de Víctor de Sabata, se han sumado en los últimos lustros ese poso que da la experiencia, el conocimiento profundo y el saber mirar a la muerte cara a cara. No olvidaremos la versión, lírica y luminosa, de Fidelio de Beethoven que ofreció en el Teatro Real.
Hans Werner Henze. Estamos ante un fenomenal forjador de estructuras, un experto orquestador que ha mejorado sensiblemente a compositores como Fortner, su maestro, Blacher o Hartmann. Cercano a autores modernos como Benjamin, Lachenmann, Rihm o Gubaidulina, sus sinfonías tienen una notable altura. En su penúltima ópera, L’Upupa, traída al Real en 2005 desde Salzburgo, se reconocen formas, trazos, propuestas, pero a través de un lenguaje moderno y resplandeciente.
Jesús López Cobos. Director musical del Teatro Real desde 2003, el maestro zamorano ha desarrollado una magnífica labor al frente de su orquesta titular, la Sinfónica de Madrid (a la que dirigirá hasta 2010), consiguiendo que las representaciones alcancen una sólida base musical. Entre sus principales logros podemos mencionar títulos como Diálogos de Carmelitas, Lohengrin, La Traviata, La Bohème, Don Carlo o Boris Godunov, las recuperaciones de Ildegonda y La Conquista di Granata, o el reciente Un Ballo in Maschera. Una batuta que, junto a las del director indio Zubin Mehta y el francés Lorin Maazel, ha conseguido elevar el prestigio de nuestras formaciones y el de sus repertorios.
Gustavo Dudamel. Con sólo 27 años, ya se ha convertido en una de las batutas más deslumbrantes. Siendo sólo un niño ingresó como violinista en el Sistema, el revolucionario proyecto cultural del economista y pensador José Antonio Abreu que ha conmocionado al mundo entero y ha sido reconocido con numerosos galardones, entre ellos, el último Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Al principio de esta década, Dudamel fue designado director musical de la Simón Bolívar, con la que ha grabado el enérgico Fiesta.
Cecilia Bartoli. En todo el mundo, sus nuevos papeles operísticos, sus programas de concierto y sus proyectos discográficos (los dos últimos, Opera proibita y Maria) son esperados con gran entusiasmo, como demuestran la excepcional cifra de ventas, sus numerosos Discos de Oro y los premios Grammy. En el panorama nacional, no podemos dejar de destacar entre las voces femeninas la trayectoria de la soprano navarra María Bayo, que ha abordado un repertorio que abarca desde sus queridos Handel y Mozart, sin desdeñar la ópera romántica francesa, hasta nuevos retos como Blanche en Diálogos de Carmelitas o Nedda en I Pagliacci.
Calixto Bieito. Si existe ahora un director de escena operístico discutido, polémico y famoso éste es sin duda Bieito, un hombre de teatro de desbordante y crítica imaginación. Sus visiones operísticas causan ronchas y muchas veces nos encontramos ante un rizar el rizo puro y simple, lo que suele desencajar, descoyuntar y desmembrar libretos y pentagramas. Suyo es un delirante Don Giovanni y un escatológico Ballo in maschera. En órbita no muy lejana, en lo referente a la originalidad del acercamiento, pero en una línea más cuidada musicalmente, se mueve La Fura dels Baus, autora de una espectacular Tetralogía en Valencia.
Miguel Poveda. En su meteórica ascensión ha utilizado tres premisas con las que ha logrado el reconocimiento de todos: talento, entrega y desbordada sensibilidad. Pero en esta década de flamenco hay que poner de relieve su universalidad y consagración en los más prestigiosos escenarios del mundo y el éxito de elaborados espectáculos -Eva Yerbabuena, Joaquín Cortés, Sara Baras, Isabel Bayón, María Pagés, Javier Barón, Antonio el Pipa-, la consolidación de grandes ciclos, además de la incorporación de nuevas fórmulas coreográficas y dancísticas protagoni- zadas por Israel Galván, Belen Maya, Rocío Molina o Andrés Marín, aunque siguen vigentes tanto la presencia como las aportaciones de maestros veteranos: El Göito, Merche Esmeralda, Manuela Carrasco, Carmen Ledesma, Toni el Pelao, Blanca del Rey o Milagros Mengíbar. Aún en activo Serranito, Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar o Paco Cepero, la guitarra, a partir de las propuestas de Moraíto, Rafael Riqueni, Enrique de Melchor, Tomatito, Gerardo Núñez, Vicente Amigo o Pepe Habichuela, inicia un rápido proceso evolutivo con la llegada de jóvenes intérpretes y creadores: José Manuel León, Canito, Jesús de Rosario, Carlos Piñana, Miguel ángel Cortés, Jerónimo, Jesús Torres, Daniel Casares o Antonio Rey. En el cante, la tradición -Fosforito, José Menese, José de la Tomasa- y las vanguardias se dan la mano, mientras Enrique Morente incorpora textos de Lorca, Cervantes o Picasso, Mayte Martín los de Manuel Alcántara y Juan el Lebrijano los de García Márquez. Sin olvidar a Carmen Linares, que celebra el décimo aniversario de su antología.
Baldo Martínez. Superada la fiebre del jazz-flamenco, nuestros músicos se han enfrentado al reto de asumir en primera persona sus respectivas responsabilidades creativas. Y no cabe duda de que el Proyecto Miño del contrabajista Baldo Martínez ha sido la obra más audaz y ambiciosa de este tiempo. Estructurado en formato de suite, es la consecuencia musical de un encargo remitido en 1999 por el Festival Internacional de Jazz de Guimarães, en donde el folk tradicional, la música contemporánea europea y el jazz de vanguardia conviven con extraña armonía. Una genialidad tan divertida como inteligente.
Diana Krall. La figura de esta cantante y pianista canadiense resulta cardinal para entender la evolución y el posicionamiento del jazz en este periodo. Su incidencia no se deriva tanto de sus frágiles aportaciones artísticas, sino más bien del modelo musical que representa. Ella solita ha revolucionado la industria discográfica, incrementando notablemente el número de espectadores que hoy sienten interés por este género. Su fórmula, directa y sencilla, altamente amable y agradecida, hoy excita los argumentos de un negocio al que ya le han salido clones: Norah Jones, Lizz Wright, Jamie Cullum, Bublé... Jazz rubio, jazz de oro.
Los Planetas. Ellos son los triunfadores del rock independiente, a cuyo público han sabido conquistar con himnos generacionales que perdurarán en la memoria. Con el reciente La leyenda del espacio han cerrado un círculo en el que se consolidan como una banda incontestable, preparada para entrar en la categoría de los clásicos. Junto a ellos habría que citar, por supuesto, a Dover y otros caídos en el camino, que estuvieron a punto de conseguirlo, caso de Manta Ray, Australian Blonde o el propio Nacho Vegas, que, después de su colaboración con Bunbury, consiguió llegar a una audiencia que de otra manera jamás le habría atendido. De la misma manera, sería injusto dejar en la cuneta a grupos de gran calado internacional, como Wilco, Coldplay, Radiohead, Oasis, The Strokes, Interpol, Arcade Fire, Franz Ferdinad, Sonic Youth y un largo y lastimero etcétera.
Bob Dylan. En España, el amor típicamente treintañero por el rock y el pop es algo reciente. La aceptación relativamente masiva de artistas como Nick Cave o Tom Waits (que pisó nuestros escenarios por primera vez este verano) es una muestra de ello. Se trata de músicos que mantienen los postulados del rock de hace varios lustros y que se niegan a vivir de las rentas. En el caso concreto de Bob Dylan, nos encontramos ante el talento más grande de la canción popular, un monumento norteamericano sólo comparable al Gran Cañón del Colorado, el coloso sobre cuyas espaldas descansan el rock, el pop y el folk.
J. Mª Sánchez-Verdú. Junto a compositores veteranos, situados entre los cuarenta y los cincuenta, como Jesús Rueda, David del Puerto o Jesús Torres, todos ellos herederos de los Halffter, De Pablo, Bernaola, Marco o Olavide, se sitúa este joven algecireño, autor de la ópera El viaje a Simorgh, estrenada la pasada temporada en el Real. Profesor en Berlín, artista de amplia formación y múltiples saberes, sus composiciones, bien trabajadas, alcanzan paisajes culturales insólitos. Otro joven compositor español, Fabián Panisello, tiene doble motivo para figurar en esta lista: por haber colocado al Plural Ensemble en los circuitos internacionales y por haber conseguido que Aksaks fuera estrenada en el Festival de Donaueschingen bajo la batuta de Pierre Boulez, de quien recibió el encargo.
Joaquín Achúcarro. La actividad de este pianista bilbaíno, de 75 años, ha sido constante. Ha perdido acaso energía y claridad en la digitación, pero a cambio su sonido, tan personal y reconocible, ha ganado en reflejos, su gama de colores es mayor; lo mismo que su arte para llegar a los registros más profundos del teclado. A su lado, el gran benjamín, el onubense Javier Perianes, un treintañero que toca Beethoven o Schubert con los matices de un maestro; y que nos ha legado ya en disco una sensacional interpretación de la Música callada de Mompou. Como visitantes insignes en estos años es forzoso referirse a los también pianistas Christian Zacharias -a menudo con la batuta en la mano- y el sólido e imperturbable Maurizio Pollini, además de a la gentil y refinada violinista Ann Sophie Mutter.
Amy Winehouse. Lo ya conocido con un traje nuevo ha sido una fórmula que jamás ha fallado en la industria de la música popular. Con el boom de la música electrónica como última revolución, aparece una chica con aspecto de pin-up anoréxica con canciones que recuperan la esencia del soul más clásico, sin remezclas, sin colorantes y con muchos conservantes. Y ahí el contrasentido absoluto de una veinteañera recuperando temas de los abuelos de la generación anglosajona del ipop. Su éxito ha tenido que ver con dos elementos esenciales: el del triunfo de la calidad, término menospreciado en la era de la música de consumo rápido, y su condición de personaje con mayúsculas, algo que en el pasado era consustancial a la estrella: el carisma, la rebeldía, el hacer lo que uno, con su horario de nueve a cinco, no se atreve, ese elemento catártico que siempre ha tenido el rock y que parecía que la industria del CD había conseguido extinguir.