Orquestas para un nuevo milenio
En las postrimerías del siglo XX, acudimos con asombro al nacimiento de algunas formaciones hoy consolidadas. La revolución de las salas, la nueva generación de compositores y la popularización del género han sido algunas de las claves del éxito.
Hace 20 ó 25 años, el nivel actual de las orquestas españolas, aún muy pobladas de instrumentistas foráneos, era impensable. Los conjuntos veteranos, con sus altibajos, han mantenido el tipo frente a los más modernos o remozados. Ahí está La Nacional, el más acrisolado, que ha acometido con cierta calma el futuro, pasadas algunas tempestades y tras remozar su estatuto. Josep Pons, excelente programador, sigue al timón, marcando lo que parece ser el buen camino.Otra antigua agrupación, la Sinfónica de Madrid, ‘la Arbós’, ha sufrido diversas mutaciones a lo largo de su azarosa existencia. En este momento ocupa el foso del Real y mantiene una digna temporadilla de conciertos, con el gobierno básico de López Cobos. La Orquesta de la RTVE, que nunca acabó de encontrarse del todo por falta de definición, da la impresión de ir por una senda viable gracias a la incorporación de savia nueva y a la cordura de su eficiente titular, el inglés Adrian Leaper. Debería, no obstante, mostrar algo más de originalidad y asumir riesgos a la hora de programar. Y debería instituirse una relación más directa con la Radio pública. Por su parte, la Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña ha demostrado ser un conjunto dotado de indudable empaque, aunque necesitado de un pulimento al que es ajeno el por otra parte buen director japonés Eiji Oue.
Mantiene un cierto brillo, a falta de reajuste, la Sinfónica de Valencia, que nació en 1943. Tras las etapas de Galduf y Gómez Martínez, de lento crecimiento, ocupa ahora el podio el solvente israelí Yaron Traub. La Filarmónica de Málaga, creada en 1991, es regida últimamente por Aldo Ceccato, maestro impulsivo que no ha logrado elevar demasiado la calidad de un conjunto, que dispone de buenos mimbres.
Tampoco falta materia prima en la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, en manos del laborioso y siempre bien proyectado Pedro Halffter, que comparte con este cargo el de director del Teatro de la Maestranza. No hay duda de que el conjunto posee en estos momentos una mayor solidez. El polémico director español es a la vez titular de la Filarmónica de Gran Canaria, a la que ha lavado la cara.
Aún está lejos, no obstante, la cota que han establecido las Sinfónicas de Galicia y Tenerife, muy en paralelo desde que se fundara, en 1992, la primera. Una excelente selección de instrumentistas y la presencia en ambos casos del eficaz y trabajador Víctor Pablo Pérez, ha marcado el devenir de ambas agrupaciones; la tinerfeña es dirigida ahora por el chino Lö Jia. Crecen también las dos grandes formaciones vascas, la Sinfónica de Euskadi que busca titular tras la marcha de Mandeal y Varga, y la Sinfónica de Bilbao, creada en 1922, a la que impulsó de manera indudable Juanjo Mena y que hoy está en manos del kapelmeister austriaco Gönter Neuhold.
En este sucinto recorrido es necesario hablar también de otras orquestas periféricas. La denominada antiguamente Pablo Sarasate -fundada precisamente por este músico en 1879-, luego Santa Cecilia y ahora Sinfónica de Navarra, continúa al mando del inquieto barcelonés Ernest Martínez-Izquierdo, que la está aupando en buena medida. Labor que viene realizando en paralelo, desde Santiago, Antoni Ros-Marbà con la denominada Filharmonia, dependiente de la Xunta. Castilla y León no se queda atrás y perfila cosas de interés junto con su titular Alejandro Posadas. Una prácticamente recién llegada es la de Extremadura, que va despacio con la guía de Jesús Amigo. En este urgente repaso incluiremos igualmente a dos orquestas que programan muy bien, la de Granada, que, tras una etapa más bien borrascosa de Kantorow, está al mando del eficiente Salvador Mas; y la de la Comunidad de Madrid, que está a cargo del pulcro e imaginativo José Ramón Encinar.
En esta última década han surgido o han crecido voluntariosas y en algún caso excelentes formaciones camerísticas de repertorio barroco. La más acrisolada y antigua es Al Ayre Español, salida de las manos de Eduardo López Banzo, que se adentra ya en procelosas aguas clásicas. Más reciente, pero más asentada y de cuidada y agreste sonoridad, es Concierto Español, que maneja desde su atril Emilio Moreno. Ambas emplean instrumentos de época. Como la Barroca de Sevilla, aparecida en 1995 y que dirige de la misma forma Monica Hugget.
La música contemporánea sigue siendo minoritaria, si bien se han ampliado los recintos y enriquecido las propuestas. Y el público acude en mayor medida, sobre todo a las convocatorias del Centro para la Difusión de la Música Contemporánea, que dirige desde hace unos años el compositor y ensayista Jorge Fernández Guerra. Al lado de la febril y didáctica tarea del CDMC, que suele llenar la sala del Reina Sofía, se coloca el trabajo de Xavier Göell, que desde la plataforma del Proyecto Guerrero y bajo el emblema de Musicadhoy, ha sabido hilar un entramado anual en el que se dan cita frecuentemente algunos de los protagonistas actuales, así el recientemente desaparecido Stockhausen -de quien, a iniciativa del Auditorio Nacional, se ha estrenado en España la monumental Gruppen (1955-57)- o los felizmente vivos Boulez, Kurtag, Lachenman y un muy largo etcétera. Además de homenajear a nuestros talentos. El Círculo de Bellas Artes echa igualmente su cuarto a espadas de manera firme impulsado por el inquieto Juan Barja. Centros como la histórica Residencia de Estudiantes contribuyen a que el panorama sea hoy en este campo y dentro de lo que cabe bastante sonriente. Las actividades madrileñas encuentran reflejo en Sevilla, Cádiz, Barcelona, Segovia o Bilbao (aquí por conducto del LIM)… Hasta en Molina de Aragón hay un pequeño festival de música contemporánea.