Del la técnica al duende, llega la generación afinada
De izqda. a dcha. Félix Ardanaz, Ana María Valderrama, Pablo Ferrández, Miguel Colom, Alejandro Bustamante. Foto: Ángel Navarrete
Son una promoción de músicos jóvenes que ha tomado los escenarios mundiales. Aliados del duende y dueños de un elegante virtuosismo, acaparan premios y ovaciones. No ha sido fácil hacer que sus agendas convergieran pero aquí están juntos por primera vez. Son Félix Ardanaz, Alejandro Bustamante, Miguel Colom, Pablo Ferrández, Juan Pérez Floristán y Ana María Valderrama. Nos hablan del despegue musical en España, de las giras eternas, de la importancia de los conservatorios, de la competitividad de los concursos, del laberinto discográfico y de su experiencia en orquestas extranjeras.
Así lo piensa Ardanaz, que alerta de que esa inflación de perfeccionismo se expande ya por todo el mundo: “Es la mentalidad que prevalece. Pero no creo que sea impuesta unívocamente en los conservatorios. Los concursos y el mundo discográfico han ido imponiendo esa mecánica impoluta y, en ocasiones, acrobática. Pero si analizamos el arte de los grandes genios del pasado, como el de Callas o Horowitz, nos percatamos que no era una ejecución mecánica irreprochable lo que les definía como artistas. Era otra cosa: su halo, su alma, su personalidad. Hoy es complicado encontrar músicos así, algo paradójico teniendo en cuenta que el nivel interpretativo general ha aumentado sobremanera”.
La verdad tras la partitura
Alejandro Bustamante no cree que esa tendencia sea tan palpable en los conservatorios nacionales. Y habla con fundamento: él, junto a Valderrama, es uno de los poquísimos músicos jóvenes con plaza en uno de estos centros en España, lo que les ha permitido desarrollar su carrera dentro de nuestras fronteras. Enseña en el Conservatorio Superior de Castilla y León (Salamanca) y asegura que “cada vez tenemos más docentes altamente cualificados y con auténtica vocación, que entienden la complejidad del hecho musical y tienen como objetivo último la búsqueda de la verdad”.Allí también estudiaron Ferrández, Colom y Floristán. Recibieron lecciones muy valiosas. Pero ya sabemos que el duende no se enseña, viene de serie y tenemos la suerte de que sea una seña intransferible de nuestros músicos, un don que les otorga una ‘ventaja comparativa' en un entorno tan competitivo. Ferrández, cuya madre es guitarrista flamenca, mantiene una especial sintonía con ese ente misterioso: “El duende o la magia en la música es lo que todos anhelamos sentir en un concierto, tanto los intérpretes como el público. Hay veces que se da y otras no, no hay fórmula científica fija que lo desencadene. Esa es su belleza. Yo vivo por esos breves momentos de mágica comunicación con el público. Ese es el verdadero sentido de la música”. El violonchelista madrileño, afincado desde hace cuatro años en Frankfurt, lo ha invocado con éxito a lo largo de su reciente gira por varias ciudades españolas junto a la Orquesta Sinfónica de Viena. Aferrado a su Stradivarius de 1696, que le ha prestado la Nippon Music Foundation, ha impresionado a la crítica (“impecable, exquisito, memorable...”).
Abrumadoramente preparados
Todos ellos están acostumbrados a estos epítetos. Son jóvenes aunque abrumadoramente preparados. El eslogan publicitario, aplicado a esta generación de músicos españoles, puede llevarse al extremo. Está justificado. Han recibido el magisterio de los más grandes maestros de sus respectivos instrumentos. Dominan idiomas: el inglés, el francés y el alemán casi por descontado pero también se atreven con lenguas tan inaccesibles como el polaco. La técnica la asocian con el duende y la combustión de ambos les permite sobresalir en un panorama internacional saturado de virtuosos imberbes, capaces de ejecutar notas con infalible precisión y a velocidad vertiginosa, pero sin generar ninguna sugestión trascendente, como la que provocó Floristán en Santander. Nada extraño en un músico familiarizado con esos seres metafísicos que conspiran en favor del artista. “Lo del duende no es una leyenda, eso lo primero”, sentencia de entrada. “España y, concretamente el sur, siempre ha sido cuna de talento artístico. Lo segundo es que el término duende es un arma de doble filo. El propio Paco de Lucía decía que lo que el resto del mundo llamaba duende, él lo llamaba horas y horas diarias a la guitarra”. El pianista sevillano, que tocará los próximos días 17 y 18 con la Orquesta de la RTVE en el Monumental, forma parte del trío VibrArt, junto a Fernando Arias (violonchelo) y Miguel Colom. Lo fundaron en Berlín, ciudad por la que todos han pasado (o pasarán: Ferrández se instalará en septiembre), una especie de meca para cualquier músico joven. Floristán y Colom viven allí. Este último lleva ya ocho años en la capital alemana. Conoce bien las ventajas que procura Alemania a su gremio: “La valoración y respeto hacia los músicos así como la inversión en cultura es enorme. Su himno es el segundo movimiento de un cuarteto de Haydn, las estaciones de metro están plagadas de anuncios de conciertos, algunos se retransmiten en cines en directo... Yo vivo en un edificio en el que el requisito para alquilar una apartamento es ser músico. Además, tengo la suerte de tener cedido un fantástico violín por un mecenas alemán”.Juan Pérez Floristán tocando con la Sinfónica de Sevilla
Valderrama, que acaba de lanzar A mon ami Sarasate, recuerda detalles como la revista gratuita mensual Concerti, que recoge los conciertos de clásica en la ciudad cada día. “Sólo en Berlín hay tres teatros de ópera, además de la Philarmonie, el Konzerthaus y muchísimas más salas. Me impresionó encontrar a un público tan instruido. Llegué a ver abucheos cuando un concierto no tenía la máxima calidad, o risitas pícaras de dos señoras mayores cuando a un gran concertista se le escapó una pequeña desafinación en una nota”. Aunque para público versado, el de Viena. Ardanaz, que ahora está viviendo en la capital austríaca y al que veremos en el Festival de Arte Sacro el día 30, lo acredita con una anécdota: “Allí es inconcebible que se vacíen las salas. La última vez que fui al Musikverein me tocó ver el concierto de pie porque se habían vendido todas las plazas. Junto a mí había ancianos con muletas también de pie, y jóvenes de 20 años que comentaban cómo el tempo de la reexposición de una sinfonía de Beethoven había descendido con respecto a la exposición. Cuando lo escuché, no pude evitar pensar que una escena así no podía ser posible en España, donde Ibermúsica, que ha traído a las mejores orquestas del mundo, ha estado al borde de desaparecer porque las salas están cada vez más vacías y porque no cuenta con ningún patrocinio público”.