Christian Thielemann,  un gladiador  al mando del Concierto de Año Nuevo

Christian Thielemann, un gladiador al mando del Concierto de Año Nuevo

Música

Christian Thielemann, un gladiador al mando del Concierto de Año Nuevo

El director alemán, que combina madurez y sapiencia, conducirá por segunda vez el mediático acontecimiento en el Musikverein de Viena 

30 diciembre, 2023 01:57

Regresa el tradicional Concierto de Año Nuevo de Viena, una de las citas ineludibles para cualquier melómano que se precie y que se deje llevar de los típicos aires de danza: valses, polkas, galops, cuadrillas, entre otros, que volverán a animar la mañana del 1 de enero a millones de personas que lo siguen por radio o televisión o a las 1.700 que lo disfrutan in situ en la sala dorada de la Musikverein. A ellas hay que añadir las otras 1.700 que lo ven y escuchan en la noche anterior, la de San Silvestre.

Christian Thielemann (Berlín, 1959) se subirá en esta ocasión al podio de la Filarmónica en lo que es su segunda intervención en esta ceremonia musical. Es maestro que ha dirigido, sin embargo, a la centuria muchas veces en magníficas interpretaciones de Beethoven, Bruckner, Wagner o Strauss, de las que hay amplio testimonio discográfico. No es este maestro lo que podríamos llamar un especialista en las músicas de los Strauss vieneses y demás compañía, pero no cabe duda de que su experiencia, técnica y maneras pueden encontrar un sorprendente y afirmativo cauce para planificarlas y elaborarlas, como ya demostró hace unos años.

Es un músico curioso y sorprendente. Revela un talento musical poco común, como ha tenido ocasión de evidenciar en distintas oportunidades. Da muestras de una madurez y una sapiencia o intuición raras a la hora de diseñar el discurso, de buscar sus pliegues, de rastrear sus accidentes. Ha acreditado siempre una seguridad y soltura, un criterio y una formación muy sólidos y solventes, enraizados con la gran tradición germana. Se sitúa ante la orquesta como un gladiador: piernas en amplio arco, ligera inclinación del torso hacia delante, brazos elásticos, con tendencia a dibujar la música desde abajo, desde sus cimientos, en movimientos episódicamente espasmódicos, con una batuta fustigante, manejada como un arma, manipulada a tirones, casi a empellones.

[Thielemann, al compás de los Strauss en 2018]

Gestualidad algo anticuada y no especialmente estética, pero de gran efectividad. Aunque lo que nos pueda trasladar, a partir del pentagrama, venga con frecuencia, bien que envuelto en una suerte de imantación, provisto de una cierta rudeza conceptual y de una sonoridad poco refinada y escasamente pulida. Es, en todo caso, mejor director de foso que de podio, y lo está demostrando sobre todo en óperas de Wagner y de Strauss, a las que sabe dar contenido, impulso, vida y verdad dramáticos. Se adscribe a la gran tradición de los Weingartner, Abendroth o Furtwängler. Ha de dulcificar su prusiano gesto y de establecer una más cuidada planificación.

Es importante en su estilo la aquilatación de dinámicas, el mimo dado a veces a las texturas, que ofrecen una imagen de rara transparencia, siempre muy útil a la hora de traducir pentagramas como los de los Strauss y compañía; aunque en su disposición física y planteamientos no acaben de fructificar del todo esos aires ligeros, ese balanceo, ese manejo del rubato y esa frescura que emanaba de otros directores que han presidido este acontecimiento anual, nacido allá por 1939 en pleno nazismo. Clemens Krauss, Willy Boskovsky, Lorin Maazel, Herbert von Karajan (una sola vez, en 1987), Georges Prêtre, Carlos Kleiber fueron algunos ilustres predecesores que movían los hilos y que parecían tener aptitudes y estilos más convenientes.

"El Concierto de Año Nuevo, seguido por millones de espectadores en todo el mundo, nació en el 39, bajo el nazismo"

En cualquier caso, el acontecimiento es indiscutible. La precisión conceptual, la medida, la elaboración de planos, la acentuación – esperemos que lo menos prusiana posible– serán de altos vuelos. Buena cosa es que Thielemann y la Filarmónica se conozcan tan bien y desde hace años. Podremos disfrutar de las mejores músicas vienesas con algunas obras muy conocidas, aunque este año se nos presentan numerosas novedades. Hasta ocho composiciones se tocan por vez primera en esta reunión, que se abre con una de ellas: la Marcha del Archiduque Alberto, op. 136 del bohemio Karel Komzák II (1850-1905), una pieza alegre y dicharachera.

Los demás estrenos son: Vals para todo el mundo, airoso y elegante con ribetes marciales, y Polka-Estudiantina del ballet La perla de Iberia, refinada y chispeante, de Joseph Hellmesberger II (1855-1907); Polka Fígaro op. 320, movediza, humorística y repetitiva; Vals de Ischl, op. Póstumo, de aliento muy romántico; Polka del ruiseñor op. 222, airosa y exquisita, de Johann Strauss II; La alta primavera, Polka mazurca, op. 114, lenta y cadenciosa, de Eduard Strauss; Me alegro, Nytar, un galop muy desenfadado, del danés Hans Christian Lumbye (1810-1874); y, curiosa novedad pero comprensible en un bruckneriano de pro como Thielemann, la Cuadrilla WAB 121 del músico de Ansfelden, escrita para piano y orquestada por W. Dörner.

El concierto se completa con el vals Bombones de Viena op. 307; la obertura de la opereta Waldmeister; la Nueva polka pizzicato op. 449 de Johann Strauss II; la Polka rápida. Sin descansos, op. 238 de Eduard Strauss; el Vals ciudadanos vieneses op. 419 de Carl Michael Ziehrer; y el Vals Delirios op. 212 de Josef Strauss, cierre del programa oficial, que culminará con la acostumbrada felicitación del año por parte del maestro y de toda la orquesta. Luego, una propina no anunciada y, por supuesto, El bello Danubio azul de Johann Strauss hijo y la Marcha Radeztky de Johann padre, con las palmas al viento.

En el descanso se espera el acostumbrado y generalmente algo azucarado, pero bello y bien rodado, documental alusivo. Y las intervenciones, no sabemos en qué momentos, del Ballet de la Ópera de Viena. En los micrófonos de Radio Nacional y de Televisión Española estará Martín Llade, que participa, tras la desaparición del llorado José Luis Pérez de Arteaga, por séptima vez en esta acontecimiento. ¡Cómo pasa el tiempo!