Teatro

Los pasos quebrados de Eifman

La compañía del coreógrafo, de gira por España

14 febrero, 1999 01:00

Para Boris Eifman el baile es vida y libertad. Por ello abandonó el Kirov en un momento en que el ballet se concebía como mera estética, ajena a la pasión y al erotismo que el coreógrafo imprime en sus obras. La Compañía "Boris Eifman Ballet Theatre", reconocida por la crítica como una de las mejores de Rusia, visita estos días España en una gira que la llevará a diferentes ciudades y donde presentará dos de sus últimas creaciones, "La Giselle Roja" y "Don Quijote".

El Teatro Imperial de Petrogrado se viste con trajes bordados en oro. Cada noche Olga Spessivteva se transforma en Giselle, la ingenua campesina que engañada por Albrech, su amante aristócrata, enloquece de amor. La belleza de las representaciones contrasta con la brutalidad de la Revolución que, más allá de las paredes del teatro, arrasa las calles de la ciudad. Sin embargo, el ballet no tarda en convertirse en un instrumento más del movimiento, lo que lleva a la Spessivteva a escapar a París en 1924 ayudada por su amante, un agente de la policía secreta. Allí, convertida en primera bailarina de la Gran Opera de París los fantasmas del pasado la persiguen y como a Giselle, el personaje con el que alcanzó la gloria, un engaño amoroso la sume en una enfermedad mental de la que nunca se recupera. En 1940 ingresa en un clínica mental de Nueva York tras haber bailado por última vez en 1937 y en 1991 muere en el Hogar para ancianos de la Fundación Tolstoi de Nueva York. Vida y ficción se confunden.
"La Giselle roja", el último montaje de Boris Eifman, describe esta trágica historia y llega a España junto con "Don Quijote", otra de las coreografías del ruso, otro canto a la locura que, en este caso, transcurre en el desasosegante mundo de un manicomio. Para Eifman, "La Giselle roja", estrenada en San Petersburgo en 1997 y posteriormente representada en el Bolshoi y en el City Center de Nueva York, es "un intento de reflejar el destino de mucha de la gente con talento que se vió forzada a abandonar Rusia y sufrió trágicas consecuencias por ello". La obra ha sido concebida para Yelena Kuzmina, la bailarina principal, una mujer con una gran capacidad expresiva que en décimas de segundo pasa de la armonía a la distorsión para capturar toda la pasión del argumento. A ésta le da réplica Albert Galichanin, en el papel de Serge Lifar, el amor no correspondido de Olga Spessivtseva.
La locura es el punto de conexión entre los dos montajes, pues en "Don Quijote", una nueva versión de las desventuras del hidalgo, uno de los pacientes de un manicomio, fascinado por la obra de Cervantes, vive entre realidad y ficción, entre su papel de caballero andante defensor del bien y la verdad y la sórdida realidad de una institución mental, a la que le devuelve el estridente silbato de una enfermera.

Eifman el rebelde
Cuando en 1977 Boris Eifman funda el "Eifman Ballet Theatre", el coreógrafo, uno de los más creativos del Kirov, quiere apartarse del estilo conservador que prevalece en los escenarios en la era de los ballets de Brezhnev. Había llegado el momento de romper con el academicismo ruso para imponer una forma de expresión personal en la que la intensidad dramática de las situaciones fuese tan importante como la cualidad plástica de la coreografía. "La única manera de que el ballet sobreviva, de que no se fosilice, es buscar nuevas interpretaciones, nuevas filosofías, utilizar las técnicas clásicas de una forma diferente", afirma el coreógrafo, que sostiene que su trabajo refleja la evolución de la humanidad en los últimos cien años. "La mayoría de la gente tiene una idea muy estrecha de lo que es el ballet clásico", comenta. "En esta centuria hemos vivido enormes cambios tanto políticos como económicos, dos guerras, revoluciones... Yo intento reflejar estas transformaciones en mi baile y a través de las técnicas del ballet clásico vierto mi alma en mis obras". Para Eifman, baile y vida van unidos -"es cierto que para mí la creación significa vida y libertad"- y por ello, debe haber un arte para cada época: "‘El lago de los cisnes’ o ‘La bella durmiente’ son ballets rusos clásicos del siglo XIX"-afirma-. "Los míos, ‘La Giselle roja’ o ‘Los Karamazovs’, son ballets rusos clásicos del siglo XX".
La coreografía de Boris Eifman es todo contraste, pasión e incluso erotismo. No todo es armonía en su baile ya que para él la belleza formal del gesto no es un fin en sí: "Creo sencillamente que no se puede entender la belleza como una noción abstracta. Cuando creo un movimiento, es por supuesto con la idea de crear una emoción, expresando un sentimiento; y dicha emoción pasa necesariamente por una necesidad estética".
Su repertorio de 40 ballets incluye una multitud de géneros, desde ballets contemporáneos como "Boomerang" e "Illusion" a adaptaciones de los clásicos como "El Idiota" de Dostoievsky, "Master y Margarita" de Bulgakov o los más recientes "Tchaikovsky", basado en la vida del músico, y "La Giselle roja".

La reconciliación con Rusia
Tras veinte años de trabajar contra corriente en su país, años en los que, sin embargo, la compañía ha logrado grandes éxitos tanto en Europa como en EE. UU -desde 1990 ha realizado giras por todo el mundo- las autoridades rusas han reconocido finalmente su gran contribución a las artes coreográficas. Así mismo, las grandes instituciones han abierto sus puertas a este genial creador: a principios de 1997, el teatro Mariinsky invita por primera vez al grupo -hoy en día formado por 50 bailarines- a actuar sobre su escenario y en octubre del mismo año Eifman presenta sus tres últimas creaciones -"La Giselle roja", Tchaikovsky" y "Los Karamazov"- en el Bolshoi de Moscú.
La compañía "Boris Eifman Theatre" ya ha actuado en Oviedo y Santander pero su gira se prolonga hasta el 6 de marzo. Durante estos días lo harán en las ciudades de Pontevedra (15 de febrero), Málaga (18), Alicante (23), Santa Cruz de Tenerife (27 y 28), Lanzarote (1 de marzo), Fuerteventura (2), Murcia (4) y Jerez de la Frontera (6). Representan "La Giselle roja" y "Don Quijote", dos ballets de nuestro tiempo que, en la línea de "Isadora" y "Anastasia", recogen la mejor tradición de los retratos psicológicos que tanto han interesado a los coreógrafos del Este.