Teatro

Una jornada particular con Pavlovsky

21 febrero, 1999 01:00

Hoy hay clase de interpretación con Eduardo Pavlovsky, médico, escritor y actor argentino. Un lujo tener delante y trabajando al autor de "El señor Galíndez", o de "Cámara lenta", o de "Globos rojos", o de "Potestad", obras de teatro sobre los desmanes, sobre la tortura, sobre las barbaridades de los dictadores y sus cohortes de imbéciles perros de presa; obras de teatro político sobre juguetes destrozados.
Casi dos metros de hombre entran en la pequeña sala, hoy aula de interpretación. Dentro hay cuatro o cinco psicólogos, varios actores, una periodista argentina y un par de directores de teatro.
El profesor inmenso coloca una fila de personas a cuatro patas, cabeza contra muslo, formando un túnel de carne viva. El maestro arrastra su enormidad en el interior. Un minuto después, sale. Una alumna dice "Yo quiero pasar", "Pasa, pasa -anima Pavlovsky- , no se nace todos los días". Y ya quieren pasar todos; y pasan.
Eduardo Pavlovsky aclara al oído del escribano: "No tiene una comprensión ni una explicación. Están ahí, hacen y pasa algo. Es como si alguien pretendiese explicar los movimientos de un niño de dos años cuando juega. Tiene su sentido, pero la comprensión no es racional."
Los actuantes se relajan. Es el segundo día del seminario y ayer vivieron lo que en psicodrama se llama "escenas temidas", es decir, reconstrucciones de momentos reales de la infancia-juventud que ha dejado en las personas una laguna, un mal sabor de boca, un miedo, un conflicto no resuelto (como todos), y les pasaron cosas. Quizá se les abrió alguna pequeña ventana por la que hoy dejan salir atisbos de sensaciones nuevas. Llega entonces el momento de las multiplicaciones.
Acaban de pergeñar una escena minúscula sobre fragmentos de la obra "Cámara lenta". Cada uno ha interpretado lo que ha podido. Pavlovsky y Susana Evans, esposa y compañera, les proponen acciones sencillas y ellos responden. No representan personajes, son ellos mismos jugando a un juego que puede llamarse "si yo estuviera en esa situación, qué haría". "Bien" -dice el canoso y corpulento actor Pavlovsky- "vamos a hacer multiplicaciones. De uno en uno o como quieran".

Estética de la multiplicidad
En un aparte, logra explicar al amanuense: "Se trata de salir y decir o hacer algo sobre los personajes de la obra, que apenas conocen. Alguien hace algo y otro continúa o se incorpora. Ninguno se explica muy bien qué ni por qué, pero una multiplicación lleva a la otra y todo termina por tener un sentido".
Faltan cuatro días para terminar el seminario. Todos saben que no se puede aprender a ser un gran actor, pero sí a ser un buen actor. Sacan desde lugares escondidos reacciones incomprensibles. En la clase-seminario se mezcla todo, como en la vida. Pavlovsky habla de su teatro, relata experiencias cuyos matices retoca Susana, o Susie, como la llama él, y ella dice "no, Tato (es decir, Eduardo), era en Suecia", por ejemplo. Esas cosas hacen funcionar al grupo, que es el sistema de Pavlosvsky: "el grupo como motor y como estímulo de un proceso creador. Cuando escribo lo hago espontáneamente, sin pensar en significados. Escribo y ya está. Luego, cuando el grupo toma ese material, aparecen cosas que nunca había imaginado. Las cosas toman forma y sentido cuando el grupo ha actuado sobre ellas".
Dos horas después de empezar, los actuantes hablan más alto, tienen una cierta ligereza en sus cuerpos y se despiden hasta mañana. Pavlovsky sigue mezclando la teoría, la vida, Melanie Klein y Cortázar: "Necesito tiempo y no escribir. Tengo una nebulosa, pero me falta el coágulo, que decía Julio Cortázar, el núcleo de lo que quiero contar".

Exilio español
Y recuerda un poco de paso que estuvo exiliado en España y que estuvo a punto de ser secuestrado y que en los años 78, 79 y 80 Madrid estaba despegando y que un día en el Gayo Vallecano no fue ni un solo espectador a ver "Extraño juguete", dirigido por Norma Aleandro e interpretado por él mismo. Ese día, Juan Margallo le dio dos mil pesetas para la cena.
Eduardo Pavlovsky siempre ha elegido la marginalidad. Su teatro frecuenta los arrabales, aunque también se monte en los grandes teatros. Viene de la izquierda liberal y de la lucha contra la dictadura y la tortura y la idiotez. Sale a un escenario, rueda en un plató o escribe sus propias "escenas temidas", pero en realidad vive de su instituto médico en Buenos Aires. Lo frecuentan en Suecia y en Canadá, por poner sólo dos ejemplos, y tiene querencia por España.
Con pelo, canoso, pero pelo, con un discreto moreno aristocrático y sus dos metros fuertes, da gracias a la vida porque le preocupa la muerte y le gustan las mujeres todavía. En Madrid, además de representar "Potestad", con Susie Evans, La Alternativa le ofrece un homenaje y este seminario del que una jornada fuimos testigos.