Teatro

La ciudad de Nunca Jamás

Segovia acoge el festival Titirimundi

9 mayo, 1999 02:00

Con la primavera llega a Segovia el XIII Festival Internacional de Teatro de Títeres que, del 11 al 16 de mayo, como todos los años desde 1985, convierte la bella ciudad castellana -sus calles, palacios, patios y teatros- en punto de encuentro de compañías de todo el mundo. Treinta grupos, procedentes de quince países, presentan sus propuestas a la sombra del acueducto: desde la tradición más arraigada a la vanguardia.

Gepeto, el viejo carpintero, eligió su mejor pieza de madera y talló en ella el rostro de un niño: los ojos, vivos como dos gotas de agua; la boca, una ligera curva apuntando al cielo; y la nariz, pequeña y recta. Luego imaginó el cuerpo y pasó horas inventando cada una de las manos, los pies, los brazos y las piernas. Finalmente, remató la labor con un sombrero rojo que avivaba el conjunto. Miró a la figura inerte y le pareció apreciar un extraño brillo en sus ojos. A la mañana siguiente, el muñeco, ante la mirada atónita del viejo, se levantó del estante vacío y comenzó a hablar. El carpintero le había regalado parte de su aliento.
De la misma forma, los titiriteros que tomarán Segovia durante la próxima semana han vertido sus sueños -y quizá sus pesadillas- en ejércitos de magia formados por extrañas criaturas que transformarán la ciudad en un curioso país de nunca jamás. "Tratamos de crear un espíritu festivo, una semana en la que esté involucrada toda la ciudad", afirma Julio Michel, creador del festival, a la par que titiritero. "Los espectáculos se celebrarán en las salas de teatro (un 20% del programa), pero también en las plazas, calles y patios e incluso en las iglesias y palacios". Así, el Palacio del Marqués del Arco, cerrado al público durante todo el año, o la Plaza Mayor se convierten durante estos días en excepcionales escenarios.
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Compañías de todo el mundo peregrinan hasta Segovia para acudir a este encuentro y traen consigo antiguas tradiciones, olvidadas leyendas y la vanguardia más candente de sus países. "Hay muy poco conocimiento de la cultura del títere -explica Michel- . Sin embargo, se trata de una de las formas artísticas más creativas pues conjuga el teatro, la música y las artes plásticas. La gente lo sigue viendo como un espectáculo para niños y muchos de los grupos desarrollan únicamente teatro para adultos, como ‘El espejo negro’". ésta, una de las once compañías españolas que participan en Titirimundi, -en total son treinta- apuesta por un teatro sin concesiones, en el que el humor y la crueldad dibujan una realidad subversiva poblada de personajes violentos y con tendencias esquizofrénicas.
En la selección hay propuestas para todos los gustos: "Los grupos procedentes de los países del Este son los portadores de la tradición más extensa, en el sentido de que en todos ellos existen muchas y antiguas escuelas donde aprender este arte; los de Asia representan el conocimiento que pasa de generación a generación y por último, son los occidentales los más atrevidos y vanguardistas".
Entre los primeros, destacan el Teatro de Marionetas de Budapest, uno de los principales de Europa o el Teatro Spejbl y Hurvinek (República Checa) que, a través de sus protagonistas, Spejbl y Hurvínek, un padre y un hijo, ilustran las dificultades de entendimiento entre las distintas generaciones e intentan buscar remedio al dolor por medio del humor.

Luces y sombras
De China, llega Quanzhou Teatro de Marionetas, encargado de abrir la muestra. El grupo, fundado en 1952, cuenta en sus filas con los más antiguos maestros en esta tradición. Las figuras, construidas al estilo de las dinastías Tang y Song, se mueven mediante hilos (entre 16 y 30 cada una) por manipuladores que cantan y hablan en "minnanhue", uno de los dialectos más antiguos del país. Por su parte, El Teatro de Hugo e Inés -de procedencia peruana pero formados en escuelas europeas- presentan una de las propuestas más llamativas con sus "Cuentos pequeños". En éstos, investigan en las posibilidades expresivas de las distintas partes del cuerpo -manos, rodillas, codos- que, después de presenciar su repertorio, le parecen al espectador ilimitadas.
En un festival rico en leyendas y mitos, la tradición en su estado más puro la recogen, entre otros, los indios Harji Bhatt. Cuenta la leyenda que sus marionetas proceden de las figuras que adornaban el trono del Rey Vikramadiya y que una noche cobraron vida para cantar, bailar y hacer acrobacias ante este soberano que padecía de insomnio.
Y si abundan las luces, no lo hacen menos las sombras: El mismo Platón no podría haber imaginado un mundo de sombras tan perfecto como el construído por Prasanna Rao. El indio, en tan sólo 15 minutos, consigue con sus manos dibujar retratos de Stalin, Nehru o De Gaulle, así como animales que saltan y juegan. A su vez, Ay, Ay, Ay Teatro (España) fabrican contornos que, como el reflejo de Peter Pan, amenazan con abandonar la estancia por su propio pie en busca de la libertad.
La ciudad se apaga. El espectáculo ha terminado y las calles de Segovia se despiden de sus extraños huéspedes. Las cuerdas, antes tensas, se relajan y ante los ojos de los asistentes, las figuras se desmayan. Pero entre el equipaje de los titiriteros algo parece moverse. Es un muñeco. Lleva un gorro rojo y tiene una enorme nariz.