Teatro

Y el cofre ¿dónde está?

Compañía Nacional de Teatro Clásico

9 mayo, 1999 02:00

¿Hay alguien verdaderamente interesado en que exista una compañía de Teatro clásico? La pregunta, aparentemente impertinente, resulta oportuna a la vista de lo que ha venido a ser el en su día alentador proyecto de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC).
Nacida hace 15 años como institución complementaria al Centro Dramático Nacional (CDN), se expusieron unos objetivos que, en principio respondían a una demanda cultural que urgía satisfacer: Se trataba, en pocas palabras, de crear un espacio de atención, estudio, exploración y exhibición de nuestro patrimonio dramático, con el fin de mostrar a las nuevas generaciones los pilares de nuestra dramaturgia nacional, y ayudar al público a reencontrarse con unos textos y formas teatrales que están en la misma base de nuestra cultura.
Todos estos objetivos estuvieron definidos en su día por obra y gracia de su primer director Adolfo Marsillach. Dejando a un lado su polémico enfoque de los montajes de las obras en donde, para algunos, se hacía gala de un excesivo afán por adornar anecdóticamente el formato de las escenas en detrimento de unos planteamientos más comprometidos con la propia naturaleza de las obras (estrategia esta que, justo es reconocerlo, tuvo como consecuencia un masivo acercamiento de los espectadores más jóvenes), la CNTC logró en poco tiempo consolidar dos importantes objetivos: en primer lugar definió una línea que, como digo, aunque no compartida por todos, al menos sirvió de punto de partida para el necesario debate sobre el sentido y las formas de un teatro que necesariamente había de saber dialogar con la sociedad de su tiempo a partir de unos postulados formales e ideológicos fraguados hace siglos. Por otro lado, -y este es un esfuerzo que todavía no se ha reconocido en su justa medida- la CNTC logró despertar un insólito interés entre el gran público de toda España. A este respecto es oportuno destacar el empeño conseguido con enorme éxito de hacer girar las producciones de la CNTC, superando de este modo la deficiencia de la que adolecen otro tipo de instituciones teatrales de nuestro país. La CNTC parece hoy, en cambio, un lugar desde el que hacer frente a la siempre engorrosa obligación de cumplir con nuestros clásicos de la misma manera que se cumple con algunas obras contemporáneas que son rescatadas de las catacumbas del teatro alternativo para ser llevadas a ese limbo escénico que es (o ha sido, puesto que acaba de cerrar sus puertas para ser derribado y reedificado) el Teatro Olimpia. En este caso es al Teatro de la Comedia -recientemente adquirido en propiedad por el propio ministerio después de haber dilapidado muchos millones en un desorbitado alquiler- el espacio donde van a parar nuestro áureos autores para que se les monte con unas mínimas garantías de producción.

Ahora bien, parece que una CNTC tendría que ser algo más que un mero centro de producción y exhibición de unos escasos títulos por temporada y, después, acabar de rellenar los huecos del calendario acogiendo espectáculos de diversa procedencia (desde la Escuela de Arte Dramático hasta esporádicas producciones privadas). En primer lugar debería, haciendo honor a su nombre, consolidar una verdadera compañía de profesionales especializados en este tipo de teatro, un espacio abierto de permanente práctica y reflexión, imprescindible punto de encuentro para el desarrollo teórico-práctico de nuestro ingente patrimonio teatral.
Por tanto se necesitaría un esmerado espacio de investigación, estudio y depuración escénica, y no tanto un entramado burocrático que al final termina funcionando como una productora privada al uso (sólo que sin arriesgar lo más mínimo). He aquí el modelo actual de funcionamiento: Se elige un texto, se llama a un director para que convoque un equipo de actores disponibles en el mercado y demás colaboradores, y listo: una temporada de holganza económica para todos... y a esperar a la próxima. No parece muy reconfortante que hoy por hoy, entre la profesión teatral el mayor -por no decir el único- sentido que se le atribuye al teatro público consista en su labor asistencial de dar trabajo a unos cuantos...aunque a veces, como he tenido ocasión de oír a algún afortunado actor contratado "no quede más remedio que hablar en verso".
Ante este poco estimulante panorama se requiere una redefinición de la función de la CNTC. En primer lugar sería deseable que la programación respondiera a unos criterios mínimamente coherentes, una política de producciones en sintonía con dichos criterios, y en fin, un plan de actividades cuyo objetivo debiera de ser una apertura a la sociedad que no se viera reducida a las rutinarias levas de estudiantes de secundaria para rellenar los huecos en el patio de butacas. Urge también una reactivación del debate interno entre la profesión teatral del trabajo con nuestros clásicos. No podemos olvidar que el verdadero sentido de lo que ha dado en llamarse Dramaturgia Nacional se encuentra localizado en las obras cimeras de la literatura dramática de nuestro siglo áureo. La CNTC debería abanderar este tipo de iniciativas creando espacios permanentes de exploración teatral a este respecto.Así pues, si el anterior equipo no logra cumplir todos los objetivos trazados en la génesis de la CNTC (así por ejemplo la mencionada compañía estable nunca dejó de ser un inestable elenco para rellenar unos repartos encabezados por conocidos nombres del mercado teatral), al menos dotó de unos rasgos definitorios (una personalidad como se dice ahora) a una iniciativa que, precisamente dada su bisoñez, requería un tiempo necesario de rodaje para, a partir del análisis de los aciertos y errores de su periodo, despegar desde el rigor, la responsabilidad y la ambición artística hacia la consolidación de la que tendría que ser una de las más prestigiosas instituciones de nuestro patrimonio cultural.

La pregunta que surge inevitablemente es la siguiente: ¿Ha sabido recoger este testigo la nueva dirección de la CNTC nombrada por el máximo responsable del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM) Tomás Marco?
No parece que existan muchos motivos para responder afirmativamente. Una programación errática en donde pueden coexistir desiguales y esforzados montajes privados con rutinarias producciones propias; una compañía inexistente aunque se diga lo contrario y, sobre todo, un balance artístico bastante desalentador, nos ofrece la imagen de un destartalado galeón a la deriva desprovisto de su áurea mercancía sin que su tripulación aún se haya percatado de ello
¿Nos será dado algún día recuperar el tesoro?