Teatro

Arthur Miller pura dinamita

"Todos eran mis hijos", en el Romea de Barcelona

12 diciembre, 1999 01:00

Por primera vez se estrena en nuestro país Todos eran mis hijos, de Arthur Miller. El director catalán Ferran Madico lo presenta el próximo 15 de diciembre, en el Teatro Romea de Barcelona, con un reparto encabezado por Julieta Serrano y Carles Canut. Sobre un escenario suspendido en el aire, una familia media norteamericana espera un desenlace que nunca llega. Una vez más, Miller invita a reflexionar sobre la falsedad del sueño americano.

El dramaturgo norteamericano Arthur Miller (1915) escribió Todos eran mis hijos en el año 1947. Era una obra primeriza, sólo precedida por algunos balbuceos dramáticos y por la novela Focus (1945), pero para muchos críticos, se trata -como decía Thomas Mann- de una pieza que ya condensa todas las preocupaciones que habrán de marcar en un futuro la obra de un autor. El Tots eren fills meus, la versión catalana es de Quim Monzó, Miller inspeccionó ya sus transitados fantasmas: la relación entre lo privado y lo social, entre la moral individual y la ley, o entre la culpa y la inocencia. Todo ello desde el punto de vista de la sociedad norteamericana de posguerra y visto a través del crisol de un núcleo familiar de clase media: el matrimonio de Jo y Kate Keller y su hijo Chris, recién regresado de la segunda guerra mundial en la que su hermano ha sido dado por desaparecido. El conflicto se desata cuando Ann, la novia del hermano ausente, irrumpe con la intención de casarse con Chris.
Uno de los directores jóvenes que más fuerte pisan en la escena catalana, Ferran Madico, firma la dirección del montaje -primero que se lleva a cabo en nuestro país del texto del norteamericano- que llega al Romea el miércoles, 15 de diciembre. Para Madico, Tots eres fills meus es un montaje greco-ibseniano: lo primero reflexiona sobre el dolor del ser humano. Lo segundo atañe más bien a la forma y a las fuentes de las que Miller bebe desde sus inicios: Ibsen y O"Neill, sobre todo. "De pronto, el ser humano decide en el presente construir el futuro y se encuentra cara a cara con el pasado", afirma el director.

"Miller levanta en esta obra acta de la falsedad del sueño americano", añade Madico, "y hoy sus palabras nos hablan de la falsedad del sueño de todo el mundo occidental, porque América hace mucho ya que llegó a Europa. Y cuando habla de todo esto a través de la familia lo hace de modo que la destrucción de su mundo y la aparición de los fantasmas le llevan irremediablemente a la tragedia".

Hay mucho de autiobiográfico en las preocupaciones de Miller. Hijo de una familia anglo-judía a la que sacudió el crack del 29, no pudo ultimar sus estudios a causa de la crisis económica. Curiosamente, fue el teatro lo que le permitió vivir de un modo digno, ya que muy joven obtuvo con uno de sus primeros dramas un premio de 1.250 dólares. Pero fue Todos eran mis hijos la pieza que le catapultaría al éxito. Por indicación del mismo autor, Elia Kazan fue el primero en estrenarla, en 1947. En aquella ocasión, un crítico se refirió a Miller: "Es pura dinamita. Es el tipo de elocuencia que necesita este país en este momento." Pertenece al anecdotario de aquel estreno la carta que Tenessee Williams remitió a Kazan, diciéndole: "Le escribiré una nota de felicitación a Miller, a pesar de que le tenga envidia."

Para esta puesta en escena, el director ha contado con un reparto tan intergeneracional como requiere el texto: Julieta Serrano y Carles Canut interpretan a los veteranos Keller. Roser Camí es Ann Beever, Santi Ricart es Chris y el resto del reparto lo forman Oscar Rabadán, Pep Ferrer, Lina Lambert, Pere Anglas y Ester Bové. Madico se entusiasma cuando explica de qué modo ha roto su tónica de rodearse de actores jovencísimos por exigencias del guión. "Me he sentido un privilegiado al poder trabajar con actores como Julieta Serrano o Carles Canut. ¿Quiénes, sino ellos, podían interpretar estos personajes?"

Para Julieta Serrano, después de 42 años de escenarios, trabajar con directores jóvenes es "curioso y excitante, sobre todo si son como Ferran, tan meticulosos, tan cultos, tan abiertos a hablar de las cosas". Serrano no sólo debuta bajo la batuta de Madico. También es su primer Miller. El autor, en su opinión, tiene una mecánica teatral impecable y un estilo directo, heredado del periodismo y del cine. Y habla de valores que vuelven a estar vigentes.

Escenografía simbólica

Después del texto y el reparto, la tercera sorpresa que depara el montaje del Romea es la escenografía, en manos de su habitual colaboradora, Deborah Chambers. "El espacio no es forma, sino discurso", afirma Madico. Es por eso que las escenografías de sus espectáculos suelen ser enormemente simbólicas. En esta ocasión, Madico y Chambers idearon una tarima rectangular de madera, sostenida del techo por cuatro cabos con los colores de la bandera estadounidense. Al fondo, un ciclorama evoca la época dorada del cine negro, "donde parece que debe proyectarse todo pero donde al final no se proyecta nada", dice el director. La idea de la suspensión del espacio es fundamental para Madico: "Los Keller viven suspendidos en mitad de un suspiro. Un personaje lo dice en un momento de la obra: "Es como si estuviéramos en una estación esperando un tren que nunca llega". Todos esperan algo que no llega nunca".

A este espacio se añade un manzano truncado. "Un árbol partido es como el símbolo mismo de la tragedia", argumenta el director. El significado del manzano es también fundamental para el argumento: un fuerte vendaval lo ha truncado la misma noche en que llega Ann. En este desarrollo, Madico lee claramente el significado trágico de la obra, y su búsqueda de la catarsis -al modo clásico- en el espectador. "A través del drama de sus personajes, Miller busca purificar a su público", añade Madico, pero advierte: "Siempre con espectáculo, siempre desde un ritmo y un modo de contar determinados."