Teatro

Cartelera con invitados

16 enero, 2000 01:00

¿Quién teme a Virginia Wolf?, una de las producciones madrileñas de éxito en Barcelona

Auna cartelera habría que pedirle lo que a cualquiera de nosotros: que cumpla con su deber. Ese deber tal vez sea el de ofrecer de manera permanente teatro y, además, teatro comercial. No hay que desdeñar este último; es el que a menudo sostiene al otro, sin saberlo, y no sólo en el sector privado: un gestor de teatro público tiene que cosechar algún éxito, sin que éste se busque a cualquier precio; aunque un gestor público tenga deberes acaso superiores. Ir al teatro es una costumbre que solía tener la gente en las grandes ciudades, que empezó a dejar de tenerla en algún momento de los años 80, y que da la impresión de que empieza a recuperarse. Por favor, no manejen cifras; pueden demostrar cualquier cosa y la contraria.

Teatro es teatro de autor vivo; echo de menos a muchos en las últimas (pongamos) diez temporadas, algunos de ellos de los mejores, jóvenes, medios y veteranos. Teatro es revisión de los clásicos, en especial en una cultura como la nuestra, con un abrumador Siglo de Oro que nos podría permitir no acudir siempre a los mismos títulos; atención: lo contrario también es cierto en ocasiones, cuando se desempolvan textos muy menores sólo porque nadie lo ha hecho antes. Teatro es reponer autores vivos o que podrían estarlo: si estrenar es difícil, reponer es milagroso (algo semejante ocurre con los compositores). Teatro es poner en escena el teatro vivo de otras latitudes; echo de menos a Sam Shepard o a Jean-Claude Grumberg, entre otros muchos.

Pasar de una cartelera pobre a una cartelera como ésa no es fácil, y tal vez la que echamos de menos sea un ideal que no se cumple en ningún sitio. En Madrid, raras veces un montaje consigue convertirse en fenómeno social, y muchos de ellos pasan inadvertidos pese a sus cualidades, tal vez por la rotación apresurada de títulos en salas de toda índole durante escasas semanas al año.

Hay algo de lo que, sin embargo, tendríamos que felicitarnos. La cartelera madrileña ha sabido acoger la creatividad pujante de la otra gran ciudad española, Barcelona. Esto tiene que ver con la descentralización política, desde luego, pero sobre todo con la calidad de lo que llega de allí y con la receptividad de un público abierto. El Lliure ha vivido en Madrid muchos de sus días de gloria, lo mismo que Dagoll-Dagom o Comediants, con texto catalán, texto traducido o ningún texto. En ese sentido, uno de los grupos pioneros en Madrid ha sido Joglars, capitaneado por ese chico terrible, fustigador tanto de carcas como de progres, que es Albert Boadella. Desde luego, la presencia catalana no se ha limitado a estos grupos de mayor renombre.

En cuanto a individualidades, citemos dos que destacan especialmente. Por una parte, Mario Gas, que siempre provoca expectación y crea montajes de calidad, tanto si acude a Brecht-Weill como si recrea a Schnitzler, T. Williams, Janácek o Priestley. Josep Maria Flotats ha triunfado en Madrid con Cyrano, con Misántropo, con Lorenzaccio y otros montajes en catalán. Su triunfo, con Hipólito y con Pou, en Arte, espléndida comedia de Yasmina Reza, es el reconocimiento a un viejo amigo de enorme talento. Flotats, Pou e Hipólito se fundieron la primavera pasada con los teatreros madrileños en el festejo de la Noche de Max Estrella, animada por Ignacio Amestoy, y citaron y recitaron a Valle en el Callejón de San Ginés.

Este año, en que se cumplen los cuatrocientos años del nacimiento de Calderón de la Barca, el autor teatral más grande de todos los tiempos (o eso cree el que firma estas líneas), va a darse una curiosa simbiosis entre la obra del gran trágico y la creatividad indiscutible de algunos directores catalanes. Calixto Bieito dirigirá para la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) una nueva lectura de La vida es sueño. Sergi Belbel, tan habitual en Madrid, uno de los hombres de teatro más completos del país, hará lo propio con El alcalde de Zalamea, pero en este caso la Compañía coproduce con el Teatro Nacional de Cataluña, y esto le da un interés mayor aún. En fin, y ya sin Calderón: Joan Font dirigirá unos entremeses cervantinos también para la CNTC. ¿Será el teatro, cuyo fin auguraban algunos apresurados, el llamado a dar las gentes creativas y los fenómenos vertebradores que en su día echaba de menos don José Ortega?

Santiago MARTIN BERMúDEZ