Teatro

No dar marcha atrás

16 enero, 2000 01:00

¿Madrid o Barcelona? ¿Dónde está el teatro más vivo? ¿Cuál marca la pauta? ¿Rivalizan o se enriquecen mutuamente? La sana competencia teatral que han venido manteniendo es analizada por Ferrán Rañé, Secretario General de la Associació d’Actors i Directors Professionals de Catalunya, y Santiago Martín Bermúdez, Secretario General de la Asociación de Autores de Teatro. Mientras para el primero la cartelera catalana padece en estos tiempos cierta "madrileñización", el segundo hace gala de la hospitalidad que los teatros madrileños han demostrado a las compañías catalanas.

En el editorial del último número de la revista de la Associació d'Actors i Directors Professionals de Catalunya, "Entreacte", se habla de "madrileñización" de la reciente cartelera barcelonesa. A la hora de matizar este concepto quiero primero puntualizar que no sólo hablo como secretario de dicha entidad, sino, sobre todo, como profesional del teatro que ha desempeñado a lo largo de su carrera distintas labores, desde actor a productor o director.

Más que una "madrileñización", pienso que lo que sucede es una cierta uniformización del teatro en Europa. Aunque, probablemente, quien escribió esa palabra en la revista estaba pensando más bien en el bajón que desde hace algunos años sufre el teatro catalán, que desde los 70 tuvo una personalidad propia muy bien definida, además de un importante componente de riesgo y de investigación. Para ser muy esquemático, diría que en teatro lo innovador, desde siempre, ha sido más el "cómo" que el "qué". El "qué", desde los griegos a esta parte, son cincuenta temas mezclados de una u otra forma. La sorpresa debe llegar con la forma de contar. Todo este riesgo ha desaparecido. Esto no significa que se esté haciendo el mismo teatro en Barcelona que en Madrid, sino que se está haciendo el mismo teatro aquí que en cualquier otro sitio, cuando en los años 70 y por razones históricas, en Catalunya se hizo un tipo de teatro distinto y de calidad. Desapareció el teatro más comercial cuando el franquismo prohibió las representaciones en catalán. En Madrid, lo más comercial tuvo un enorme desarrollo en un teatro, a mi modo de entender, infecto, sin ninguna de las características que yo amo como actor, director y miembro de la farándula. E incluso dio mucho dinero un teatro de tresillo que con una primera figura en el cartel y casi cualquier cosa generaba mucho dinero. Un tipo de teatro que veían en funciones de tarde grupos de señoras que venían de tomar chocolate con churros.

En Catalunya, en la misma época, el teatro quedó en manos de compañías independientes, surgieron grupos muy potentes y se empezó a hablar de teatro catalán. Un teatro propio, de riesgo, atrevido... que ha desaparecido. Ahora hay un importante teatro privado que piensa en el gran público y en rentabilizar los trabajos, que utiliza fórmulas de producción idénticas a las de Madrid o de cualquier otro lugar: todo hay que ensayarlo en cinco semanas, los números deben estar cuadrados antes de empezar, no puede haber riesgos. Cabe buscar un director que no la cague demasiado y unos actores que gocen de aceptación. Casi todo el teatro que se hace ahora sigue estas directrices.

Sin duda que tantos años de atrevimiento e investigación han conseguido que el listón del teatro catalán esté más alto que otros, y la prueba son programaciones como la de esta temporada del Romea -gestionado por una empresa privada-, de gran nivel. Pero no se trata ya de aquel teatro de creación propia, que ha desaparecido.
¿A quién hay que pedir responsabilidades? En primer lugar, cabe entonar desde el propio sector del teatro un claro "mea culpa". En segundo lugar, al Gobierno de Catalunya, por una equivocada política de subvenciones, que se otorgan sin criterios objetivos. Es muy grave que Catalunya dedique sólo un uno por ciento de su presupuesto a Cultura. Y por último, cabe reconsiderar la creación propia como criterio subvencionable. Si se quiere, primando las producciones en catalán, pero siempre teniendo en cuenta otros criterios, como por ejemplo, los autores nuevos. Otra gran responsabilidad es la del Instituto del Teatro, que juega un papel magnífico en nuestra sociedad. Hace falta luchar por un verdadero teatro público. Y en ese sentido, proyectos como el Teatre Nacional y, sobre todo, la Ciutat del Teatre, nos hacen mucha falta. Es necesario, además, que Barcelona tenga por fin un teatro municipal.

Parece que la empresa privada se pone un poco nerviosa con los números del proyecto de Lluís Pasqual. La empresa privada y la Associació estamos de acuerdo a la hora de pedir a la Generalitat que cambie su política de subvenciones o de asumir que entre todos nos hemos cargado el teatro creativo catalán a fuerza de eliminar una pluralidad (y aquí, creo, cabría de nuevo hablar de "madrileñización"). En otras muchas cosas no nos vamos a poner de acuerdo fácilmente, porque desde la Associació pensamos que hay que cambiar ciertas prácticas que la empresa privada desarrolla habitualmente y que vamos a solucionar con un convenio colectivo. Hay muchos casos en los que se trabaja como en el siglo pasado. Será una batalla difícil y vamos a pelear. El teatro catalán no puede dar marcha atrás.

Ferrán RAñé