Teatro

Estreno en Barcelona de "Plaza de los héroes", de Bernhard

"Esta obra es una profecía"

10 mayo, 2000 02:00

"Sólo es cuestión de tiempo/ que los nazis vuelvan a ocupar el poder/ todos los síntomas lo indican". Estas palabras, contenidas en la última obra del austriaco Thomas Bernhard, Plaza de los Héroes, parecen hoy una profecía sobre los acontecimientos que viviría Austria diez años después de la muerte del autor. La pieza se estrena mañana, 11 de mayo, en el Teatre Nacional de Catalunya. Su director, Ariel García Valdés, revela en esta entrevista las claves de la obra y descubre a un autor que fue y es despreciado en su país.

Me gusta adentrarme en el teatro contemporáneo, aunque sea más arriesgado y tenga menos asegurado el éxito. Me gusta hacer obras para ese tipo de público que cree que el teatro es algo más, además de diversión, que el actor es alguien que participa activamente en el montaje y éste es algo que va a hacerle pensar. Si alguien viene a ver otras cosas, se aburrirá con mi teatro, mejor que no venga".

En efecto, que se siente cómodo montando a autores contemporáneos es algo que el director de origen francés Ariel García Valdés no puede negar. Si la temporada pasada se atrevió con uno de los discutibles clásicos catalanes -Galatea, de Josep Maria de Sagarra- este curso hace resonar en la sala pequeña del Teatre Nacional de Catalunya (TNC) uno de los textos más polémicos de uno de los autores más controvertidos e indiscutibles del siglo XX: Thomas Bernhard, y la última de sus piezas para teatro, el equivalente dramático a lo que su Extinción fue a la novela: "Heldenplatz" (Plaza de los héroes, Plaga dels herois en la versión catalana de Feliu Formosa).

Se trata de un texto especialmente crítico con el nazismo -como toda la implacable obra de su autor-, que se estrenó en 1988 en el Burgtheater de Viena entre un grandísimo escándalo, y que contiene todos los ingredientes del Bernhard más genuino: omnipresencia de la palabra, tendencia al monólogo aliterativo de los personajes, carencia casi absoluta de acción y ninguna amabilidad para con el espectador.

Para García Valdés, todos esos rasgos no son más que motivos que le empujan a montar al autor austríaco: "Un autor verdadero es aquel cuya escritura, puesta al lado de la de otros, es inmediatamente reconocible. Y también aquel que no presenta ninguna contradicción entre su vida y su obra. Y Thomas Bernhard es ambas cosas. Es el único escritor que yo conozco, además, que siempre fue y es despreciado en su propio país".

Una relación amor-odio

En efecto, la relación de amorodio que el autor experimentó con su país de origen ha quedado más que patente en su literatura. Poco después del estreno de Heldenplatz en Viena, por ejemplo, Bernhard le escribe al director teatral Claus Peymann: "No quiero tener nada que ver con el estado austríaco, aunque, contradiciéndome de un modo enfermizo, estoy atado a mi lugar de residencia y enamorado y prendado de este pueblo y de este país".

De hecho, la biografía de Bernhard -su traductor al castellano, Miguel Sáenz, es autor de una muy buena aproximación a la misma- está salpicada de las polémicas, procesos judiciales y escándalos a que le llevó su postura. "Bernhard nunca bajó del carro, nunca trató de ser comprometido, nunca suavizó su voz. Fue totalmente coherente como individuo y artista, y eso me parece admirable. No hay fisuras entre su vida y su obra", comenta García Valdés.

Cuando se habla de la obra del autor austríaco, son constantes las alusiones a otros grandes autores que resuenan como ecos: desde Beckett, a Kleist, o a Chejov... Es evidente, por ejemplo, el paralelismo que existe entre Hendelplatz y El Jardín de los cerezos, de¡ dramaturgo ruso. En palabras de Ariel García Valdés: "También aquí se habla de la muerte de una época, del fin de una cierta clase social. Es como la obra de Chejov cien años después". La anécdota de Plaza de los héroes, que apenas tiene acción, se centra en una familia acomodada de origen judío que tiene que abandonar Austria empujada por las circunstancias que envolvieron la Segunda Guerra Mundial. No sólo abundan los diálogos premonitorios -"apocalípticos", puntualiza el director- sino que el texto entero está cargado de simbologías. Así, por ejemplo, el personaje central se suicida en la plaza que da nombre al texto, la misma en la que Adolf Hitler proclamó el tercer Reich en 1933. Respecto a lo premonitorio de su escritura, son ilustrativas estas palabras, que pronuncia uno de los personajes de la obra: "Sólo es cuestión de tiempo / que los nazis vuelvan a ocupar el poder / todos los síntomas lo indican"; o estas otras: "Me despierto y me enfrento con el miedo / las circunstancias son realmente como eran en el treinta y ocho / en Viena hay más nazis ahora que en el treinta y ocho".

Cualquiera puede, pues, a la vista de lo que está sucediendo en el Austria de Haider, tachar a Ariel García Valdés y a la gestión del TNC de oportunistas. Pero el director se defiende: "Es terrible programar teatro sólo para hablar de lo que ocurre en el mundo, me parece infantil. Y no es que el teatro no deba reflexionar sobre su época, todo lo contrario. Este texto de Bernhard es, sobre todo, una profecía. En él, el autor adivinó lo que pasaría diez años después, cómo tendría lugar la transformación de Austria en un país cerrado y xenófobo", explica. Y tras una pausa añade: "Y Bernhard tenía razón".

Con todo, no se trata de un teatro comprometido, puntualiza el director: "A Bernhard no le gustaría oírme hablar de compromiso. Siempre dijo que él no pretendía protestar, sino hacer lo que para él era necesario. Es lo opuesto al hombre de izquierdas comprometido con las causas generosas. Decía que cada vez que un escritor quiere escribir con buenas causas hace una mala obra. Yo creo que si Thomas Bernhard hubiera sido rico hubiera atacado a los ricos; si pobre, a los pobres; si loco, a los locos".

La ausencia de acción en los textos bernharianos los convierte en piezas de difícil interpretación, que tampoco se lo ponen nada fácil a los actores. García Valdés prefiere verlos como un juego de enigmas que deben desentrañar: "Bernhard es un autor que te plantea enigmas. Eso no significa que sea complicado, sino que no te lo da todo resuelto. Las ideas hay que buscarlas en el trabajo. Para eso ensayamos, para tratar de resolver la escritura del autor, en este caso uno de los mayores del siglo. El ensayo es la confrontación entre la palabra y los actores. El de Bernhard es un mundo nuevo que a veces deja perplejo, es como un animal que no se deja atrapar fácilmente", dice. ¿Se trata, pues, siguiendo con su metáfora, de capturar al animal, domesticarlo? "No. Más bien de darle vida, medir sus fuerzas", responde.

La palabra como personaje

Siempre atendiendo a que el animal está construido de palabras: "Si hay un personaje esencial es la palabra. Es un teatro en el que el espectador, sobre todo, tiene que escuchar. Es imposible no entender lo que se nos dice, al contrario, la claridad es a veces terrible. Y la palabra tiene su ritmo, sus repeticiones... es como un movimiento musical. ¿Cómo se puede potenciar esto sin caer en el mecanismo de los títeres? ése ha sido el eje de nuestro trabajo. La clave está en el talento de los actores".

¿Cuáles son los actores que prestarán su talento a estas funciones? Una habitual de los repartos de García Valdés, Rosa Novel¡, y Jordi Dauder, en los protagonistas; Laura Conejero, Montse Germán, Josep Minguell, Mingo Ráfols y Francesca Piñón. La escenografía -tres espacios, muy distintos entre sí, "entre lo realista y lo abstracto", dice el director-, es de Stefanie Parterkamp.El estreno está previsto para el 1 1 de mayo.

La obra dramática de Thomas Bernhard se compone de una quincena de textos, escritos entre 1970 y 1988, que fueron estrenados, en su mayoría por el director alemán; Claus Peymann, hoy al frente del Berliner Ensemble Muchas de sus obras provocaron escándalo. Con La fuerza de la costumbre (1974) la ciudad de Augsburgo inició un proceso por difamación contra el autor; El hacedor de teatro (1984) le supuso querellas con el Ministerio deCultura y El ignorante y el demente (1972) le valió la ruptura con los organizadores del Festival de Salzburgo Con Heldenplatz, (nombre de la plaza donde Hitler proclamó la anexión de Austral al Tercer Reich ante la ovación de la muchedumbre austriaca) la polémica fue más encarnizada. En complicidad con el autor, Peymann pidió a sus actores que no divulgaran ni una sola palabra de texto antes del estreno. Pero algunas frases, la más explosivas, se filtraron y desencadenaron una controversia nacional. Hubo quienes reclamaron la prohibición de una obra subvencionada por los contribuyentes que lo trataba de nazis y débiles.